Cap 06

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Capítulo 06.

Sirius estaba durmiendo plácidamente en el salón.
Había transformado el sofá en una cama por insistencia de Remus aunque a su parecer, después de haber pasado dos años y medio en Azcaban, el viejo sillón lleno de bultos era la gloria.
Escuchó unos golpes que le hicieron despertarse de golpe.
Miró a su alrededor bastante desorientado y lo que vio le sorprendió.
Unos segundos después de mirar a todas partes bastante confundido, los recuerdos del día anterior le llegaron a la mente haciéndole sonreír.
Escuchó de nuevo aquellos golpes en la ventana.
Giró la cabeza en esa dirección y vio una lechuza dorada bastante impaciente.
Abrió al ave y esta le extendió rápidamente la pata al pasar al interior de la sala.
Cuando Sirius retiró la carta, el animal se fue sin esperar respuesta.
-Sí que son rápidos los duendes. -Musitó.
Abrió el sobre y leyó para sí los pergaminos.
Sonrió muy satisfecho y se levantó.
Miró un antiguo reloj de pared que marcaba las seis de la mañana.
Riendo con algo de malicia, se dirigió a la habitación de Remus.
Abrió la puerta con sigilo lo justo para poder ver el interior de la estancia.
Su sonrisa se hizo más amplia al comprobar que su amigo seguía dormido.
Se lanzó un "Protego Totalum" por si acaso y gritó:
-¡Lunático! ¡Nos vamos a Nueva York!
El licántropo muy asustado, saltó de la cama y sacó su varita de debajo de su almohada. Sin mirar, lanzó un hechizo hacia la puerta.
Las carcajadas de Sirius le hicieron fruncir el ceño.
Entonces, como aún estaba medio dormido, el animago le lanzó un "Aguamenti" para que despertara del todo.
-¡Sirius Black! ¡Más te vale correr!
-Pero Remus. ¡Nos vamos a Nueva York!
El licántropo respiró hondo y se calmó.
Se secó la ropa y el pelo con un hechizo y se levantó.
-¿Ya te han contestado?
Canuto se acercó a él con los pergaminos en la mano. parecía un niño con un juguete nuevo.
La casa, según lo que decía la carta, era una mansión con cuatro plantas más un sótano y una buhardilla. Estaba en perfectas condiciones y había tres elfos domésticos que se ocupaban del mantenimiento y la limpieza.
Mientras desayunaban, recordaban anécdotas del colegio.
Ambos echaban mucho de menos a James y al terminar de comer, tenían los ojos ligeramente enrojecidos.
No habían podido llorar a su hermano con total libertad.
Durante los minutos siguientes, se dedicaron a derramar las lágrimas que no habían podido soltar.

Más tarde, cuando Remus había leído por segunda vez el pergamino que le habían mandado a Sirius:
-¿Cuándo nos vamos? -Preguntaron ambos a la vez.
Se miraron y se echaron a reír.
-haremos las maletas y reservaremos un traslador.
A Sirius le pareció bien la idea de su amigo.
Gracias a Amelia Bones y a los duendes, ya tenía todos sus papeles en regla y podía partir a Estados Unidos sin problema.
-Menos mal que todo Gryngotts está conectado. Así no tengo que traspasar las cuentas Black a las cámaras americanas.
En una maleta reducida, Remus y Sirius metieron todo lo que deseaban llevarse.
En esos momentos, agradecían haber aprendido el hechizo expansible y el peso pluma.
Antes de comer, fueron al ministerio y para su suerte, había un traslador con destino a Nueva York que salía dentro de diez minutos.
Muy contentos, como hacía mucho tiempo no lo estaban, corrieron por los pasillos como niños hasta llegar a la sala designada.
Recibieron varias miradas de desdén y aún más ceños fruncidos pero ellos siguieron corriendo y riendo sin hacer caso a la molestia de los demás.
Como regalo extra, El animago les sacó el dedo corazón.
Llegaron cuando aún faltaban cinco minutos para que saliera su traslador.
Junto a ellos había un hombre mayor y dos mujeres.
Esperaron con impaciencia hasta que la rueda de bicicleta se iluminó de azul y todos colocaron las manos en torno a ella.
Segundos después, Sirius Black y Remus Lupin llegaban a nueva York.
El animago estuvo a punto de caerse de culo, pero su amigo le sujetó del brazo y le ayudó a enderezarse.
Antes de ir a su nueva casa a instalarse, fueron a registrarse como nuevos habitantes del mundo mágico neoyorkino.

Tardaron una eternidad en atenderlos y tuvieron que rellenar un montón de papeles y papeles y más papeles.
Por suerte, no tenían tanto reparo como en el Reino Unido para que un licántropo viviera allí. Y como viviría con un Lord rico británico, el ministerio americano no puso ninguna objeción.
-Disculpe señorita. -Dijo Sirius. -¿Algún sitio cercano para comer?
La mujer muy amablemente les indicó cómo llegar a un restaurante mágico bastante hogareño.

***Brooklin.***

Magnus y Alec estaban disfrutando de un rato a solas en el dormitorio mientras Jace y Harry jugaban fuera.
De repente, el cazador de sombras se tensó.
Harry se echó a reír y siguió la forma plateada que había aparecido.
-¡Brillitos! ¡Purpurinoso! -Bane!
Magnus puso mala cara pero se levantó ante los golpes y los gritos insistentes del parabatai de su garbancito.
-¡Magnus Bane!
-¡por Lilit y todos sus hijos! ¿Qué quieres?
-Hay un perro plateado dando vueltas por el salón.
-Eso se llama Patronus Nefilim estúpido.
Salió de la habitación de mal humor y cuando esa cosa plateada comenzó a hablar, Jace retrocedió varios pasos sujetando a Harry entre sus brazos.
-¿Pero qué es esa cosa?
Alec también miraba por encima del hombro de su parabatai con asombro cómo el perro hablaba y después se desvanecía.
-Buenas noticias mi Caramelito. Tu padrino se ha mudado a Nueva York.
-¿padino?
-Sí. ¿Estás contento?
El pequeño sonrió.
Jace no pudo evitar sentirse celoso.
-¿Qué te parece ver mañana a Sirius y a Remus?
Harry dio palmas muy alegre.
Presidente miau miraba desde encima del respaldo del sofá al niño con curiosidad.
-¡Vene padino! ¡Manana vene padino! ¡Tío Jace! ¡Manana vene padino!
El rubio fingió una sonrisa.
-¿Estás tiste tío Jace?
-Claro que no. Estoy ansioso por conocer a tu padrino y a tu tío Remus.
Harry le abrazó con fuerza.
-Tío Jace. -Dijo el morenito un rato después.
-Dime enano.
-Teno hambe.
-¿Sabes qué?
El pequeño le miró con curiosidad.
-¿Qué?
-Yo también tengo hambre.
El rubio se levantó con Harry agarrado a su cuello y se fueron a la cocina a ver qué había para merendar.

Harry James BaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora