Capitulo 10

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Martes, 16 de junio del 2014

Por primera vez desde que llegué a San Diego tengo calor, ahora si siento que estoy en vacaciones de verano, sin embargo, extraño la temperatura anterior, para temperaturas altas tengo de sobra en mi ciudad natal. La playa ha sido el mejor plan para este día caluroso, familias enteras disfrutan del mar y de la frescura que este ofrece.

– Ya vuelvo, voy por algo de beber.

– ¿Quieres que vaya yo?

– No, yo puedo hacerlo.

Dejo a Camilo sentado en la arena y camino hacia un pequeño establecimiento en el que venden refrescos, agua, jugos, entre otras cosas. Hay una pequeña fila en el sitio, me ubico de última, detrás de un chico moreno y fornido y espero a que llegue mi turno. Cuando llega mi turno pido un par de zumos de limón a la mujer que me atiende y cancelo. Le doy un sorbo a mi bebida y en cuanto el liquido frío corre por mi garganta me siento mucho mejor.

Camino por la arena hasta el lugar en el que Camilo está sentado, sin embargo, a pocos metros de distancia, lo veo de pie dialogando con dos hermosas rubias de piel bronceada y de largas piernas delgadas y tonificadas. Verlo con aquellas chicas produce algo en mi, ¿celos? No, claro que no lo son, pero si causan algo. Las rubias le hablan y sonríen, sobre todo sonríen, sonríen demasiado, a él no puedo verlo ya que me da la espalda. Le doy otro trago a mi zumo de limón, en esta ocasión uno largo y sin más tiempo que perder acorto los metros que me separan de las rubias y de mi acompañante. Las dos chicas son las primeras en verme, luego Camilo sigue sus miradas y se encuentra con mis ojos fijos en los suyos. No sé porqué me siento molesta, pero lo estoy, así que lo miro con seriedad, pero sin parecer hostil.

– Te he traído una bebida. –––digo y le tiendo el vaso con muy poco cuidado, ocasionando que se desborde un poco y caiga sobre la arena. Lo cual no me importa en el absoluto–––

Camilo no parece advertir mi molestia, toma el vaso que le tiendo y me dedica una sonrisa que en esta ocasión no le devuelvo.

– Gracias, Nat.

El diminutivo hace que mi rostro abandone su seriedad y adquiera una expresión sorprendida. Es la primera vez que me llama así y aunque todos lo hacen, en el suena extraño, personal, mejor.

– ¿Es tu hermana? –––pregunta una de las rubias con un tono de voz despectivo, mientras me mira de arriba abajo–––

Esa mirada no me gusta en lo absoluto. Y estoy segura de que si en verdad pensara que soy su hermana no me habría mirado de esa forma tan denigrante. La miro con cara de pocos amigos, después de aquel tono no me apetece parecer amable, aunque bueno, antes tampoco lo hacía.

– No, ella es mi... –––Camilo duda un momento. Me mira unos segundos, como considerando que decir. Sonríe y termina de decir–––: novia.

¿Novia? ¿Acaba de decir que soy su novia? Lo miro sin dar crédito a sus palabras, y él me mira con una bonita sonrisa en su rostro. ¿Por qué ha dicho que somos novios? Me siento confundida. Quizás solo quería quitarse de encima a las dos chicas, pero, ¿por qué querría hacer algo así? ¡Son divinas! Sus ojos negros parecen expectantes, sin embargo no puedo decir nada, tampoco estoy muy segura de que es lo que se supone debo decir. Creo que la temperatura está aumentando más. Le doy un largo trago a mi bebida y la termino al instante. ¿Por qué me siento tan... rara? ¡Dios, que extraño!

– Oye, ¿te sientes bien?

Salgo de mi trance y observo a Camilo. Aparto de mi mente todas las preguntas y demás y me giro hacia las rubias, pero ya se han ido y ni siquiera he notado en que momento. Vuelvo a mirar a Camilo, quien me mira con curiosidad y, le dedico una leve sonrisa.

– Sí, amor. Solo intentaba recordar cuando iniciamos con nuestra relación, ¿puedes crees que lo he olvidado?

Camilo sonríe y cruza sus brazos a la altura del pecho, mientras me mira fijamente con diversión.

– ¿No se supone que debería ser yo quién olvide esas cosas?

Lo miro unos segundos. Me está siguiendo el juego y no era lo que esperaba; lo que en realidad esperaba era una explicación.

– ¿Por qué les has dicho eso? –––pregunto directamente–––

Camilo luce tranquilo. Deja caer los brazos a los lados de su cuerpo y en un gesto displicente, se encoge de hombros.

– Una predicción. Quizás.

Aquello me hace sonreír. Empiezo a creer que está loco. Sé que bromea, que no habla en serio, aún así no puedo evitar no sentir algo parecido a la emoción corriendo por mi cuerpo, pero evito darle importancia a aquella emoción y le respondo a Camilo:

– Empieza a gustarme tu sentido del humor.

Una sonrisa aparece en su rostro, pero esta sonrisa es diferente, incluso, me atrevería a decir que algo engreída. Aunque una sonrisa bastante atractiva. Evito pensar en ello y detenerme en esa curva. Miro hacia la playa y una idea viene a mi, lo miro con diversión, mientras me ajusto el bañador y le dedico una sonrisa.

– Una carrera, de aquí a la playa. Si pierdes me regalas tu playera.

– ¿Te gusta mi playera?

En realidad lo que me gusta más es como se ve sin ella, como justo en este momento, en el que tiene su perfecto abdomen a la vista de todos. Pero también me gusta su playera. Así que la quiero.

– Quiero tu playera.

Camilo parece pensar en mi apuesta. Vuelve a cruzar sus brazos al rededor del pecho y me mira con atención.

– ¿Qué gano yo en caso de llegar primero?

– No te voy a dar mi vestido. –––bromeo–––

– No creo que me quede muy bien. No es mi talla.

Sonrío y apoyo mis manos en las caderas.

– Muy bien, entonces lo que tu pidas será tuyo. Comida, bebida, dinero, lo que quieras.

Él enarca una de sus cejas de forma interrogante. Deja caer sus brazos una vez más y da un paso hacia mi.

– ¿Lo que quiera?

– Lo que quieras.

Camilo asiente y mira hacia la playa, para segundos después volver a poner su mirada en mi.

– Muy bien.

Sonrío divertida y me preparo para correr, estoy decidida a quedarme con su playera.

– Bien. A la cuenta de 3.

– 1 –––cuenta Camilo–––

– 2 –––cuento yo–––

No espero a que llegue a tres y corro en dirección a la playa. Atrás lo escucho quejarse acerca de que soy una tramposa, pero no me giro para ver donde viene, contengo la risa y sigo corriendo, deseando sentir el agua en mis pies de una vez por todas. La meta está a menos de tres metros de distancia, sonrío al ver que ya estoy llegando e intento ir más de prisa. Estoy solo a medio metro de llegar, pero antes de que pueda lograrlo unos brazos me sujetan por la cintura y me levantan del suelo. Protesto inmediatamente, pero Camilo no me hace caso, me tira en la arena a pesar de mis súplicas y corre hacia la playa, mientras yo lo observo totalmente indignada por su juego sucio. Me pongo de pie y entro en el mar junto a él.

– He ganado. –––celebra––– Estás en deuda conmigo.

Nado hacia él y me detengo cuando ya estoy lo suficiente cerca. Lo miro de mala gana y me llevo las manos al pecho, imitando su posición de minutos atrás.

– Eso no vale. Eres un tramposo. –––me quejo–––

Camilo se ríe y niega con la cabeza.

– ¿Yo soy el tramposo? Tú has salido antes de tiempo.

– Eso no es así. –––discrepo y me lanzo hacia él, apoyo las manos en su hombros y tomo impulso, hundiendo su cuerpo en el agua e intento ahogarlo–––

Camilo sale después de unos segundos y pasa sus manos por su rostro, quitando el exceso de agua de este. Sonríe ampliamente y dice:

– Ya te diré más tarde que quiero.

Resoplo. De verdad quería ganar la carrera, quería quedarme con su playera, pero no, ni porque me he adelantado he podido ganar y, ahora, eso me costará un par de dólares. Aunque tampoco es que me importe, después de todo le debo dinero, aunque él diga lo contrario. Pensar en dinero me hace pensar en comida y pensar en comida me da hambre, desde el desayuno no he comido nada y mi estómago ya empieza a protestar.

– Tengo hambre.

– Sí, yo igual. Vayamos por algo de comer.

Son algo así como la dos de la tarde y la playa cada vez tiene más turistas. Pacific Beach es una playa hermosa, donde la mayoría de sus visitantes son jóvenes de mi edad, lo cual relaciono con la cantidad de discotecas y bares que hay en torno a la Avenida Garnet y a Mission Boulevard. También me he dado cuenta porqué Camilo mencionó que es la playa surfista por excelencia, y es que la cantidad de personas que practican este deporte en esta zona es impresionante.

Aparto la vista de una chica que practica surf y nado hacia la orilla, donde Camilo me espera. Caminamos por la arena hasta su auto gris y Camilo saca dos toallas del interior de este, me pasa una, la de color azul y él se queda con la blanca. Me seco el cabello y el rostro y me pongo mi corto vestido amarillo con bordado de flores. Entro en el auto y miro a Camilo, quien se ha puesto su playera gris. Resoplo.

– Tramposo.

Camilo se gira hacia mí y me observa con desconcierto. Yo lo miro de mala gana. Él baja la mirada hacia su camisa y se ríe, pone en marcha el auto y sale del angosto aparcamiento con destreza.

Encontrar un sitio en el que comer no nos resulta difícil. Entramos en un pequeño restaurante y de inmediato nos atiende una mesera, la cual anota nuestros pedidos y se marcha con la orden. La estancia no se ve ajetreada, a pesar de que están casi todas las mesas ocupadas, al contrario, el sitio luce tranquilo y agradablemente algo silencioso.

– ¿Qué edad tiene tu hermano?

Su interés por mi hermano me toma algo desprevenida. También me recuerda que no he hablado con él, ni siquiera me devolvió la llamada que le hice ayer, estando en la fiesta de Steve. Me recuerdo llamarlo en cuanto regrese a casa.

– Veintidós años.

– ¿A qué se dedica?

– A arruinar mi existencia. –––bromeo y Camilo sonríe––– Trabaja como diseñador en una empresa publicitaria. Le va muy bien, ha diseñado portadas de importantes catálogos, lo cual lo ha posicionado muy bien en la industria.

– Eso suena bien.

Sonrío. A Gustavo no le ha sido sencillo llegar a donde está en estos momentos, ha tenido que empezar desde abajo y, aún así, con su esfuerzo ha logrado ganarse un buen puesto en la empresa en la que labora. Estoy tan orgullosa de él y de lo que está logrando.

– Lo es. Gustavo es mi inspiración, lo he visto luchar hasta el cansancio hasta obtener lo que ha querido, lo he visto fracasar y triunfar y en cada derrota y en cada celebración; he amado la persona que es.

Camilo sonríe y yo le devuelvo la sonrisa.

– ¿Qué me dices de tu hermana?

– Se llama Stephanie, es menor por dos años y es una chica brillante, consentida y bastante sentimental. Es veterinaria.

Miro sus ojos negros e intento ponerlos en un rostro mucho más suave, hago lo mismo con su cabello castaño y con sus rosados labios. Al final tengo la imagen de una chica muy hermosa.

Le dedico una sonrisa y repongo:

– Suena genial.

– Lo es.

Nuestra comida llega minutos después y el olor me embriaga. La carne se ve estupenda, jugosa y tierna. Resulta que no solo tiene buena pinta, sino que tiene un sabor exquisito y una textura increíble. Mi estómago lo agradece, después de tantas protestas por fin lo estoy complaciendo.
Camilo y yo comemos tranquilamente, mientras conversamos de nuestras familias y aprendemos un poco el uno del otro. Eso me gusta. Me gusta lo que aprendo de él, lo que conozco, lo que me muestra. Y es que es magnífico saber que hay algo en él más allá de un cuerpo fabuloso, una mirada impactante, una sonrisa hermosa y unos labios provocativos. Es cautivador ver que es un caballero, inteligente, con buen humor y que tiene una personalidad arrolladora.

Mi abuela solía decir que el físico atrae los primeros minutos, pero que luego, la persona tenía que ofrecer algo más que una cara bonita, por eso me hacia leer muchos libros y me hacia aprender de cultura general, pero en especial, me hablaba de valores. No le comprendí antes tanto como ahora y, le doy la razón a sus palabras. Cuanta verdad tenían.

– ¿Quieres pedir algo más?

Lo miro con incredulidad. ¿Como podría pedir algo más después de todo lo que hemos comido? Niego con la cabeza y termino de beber mi café.

– No, estoy bien, gracias.

No nos marchamos de inmediato, al contrario nos quedamos en el sitio un par de horas más. Hablamos de banalidades, reímos de estupideces y luego pedimos helado para comer. Faltando veinte minutos para las cinco, Camilo le hace seña a la chica que nos ha atendido para que se acerque y, le pide la cuenta, la chica se aleja y regresa en menos de dos minutos con un especie de carta que le entrega a mi acompañante. Sus ojos negros observan, supongo, el valor de la cuenta y, saca su billetera.

– ¿Cuánto es? Déjame poner la mitad del total.

Camilo ni siquiera me mira, saca del interior de su billetera unos cuantos dólares y se lo entrega a la mesera, quien le agradece los dólares de más que le ha dado como propina y va hacia otra mesa que acaban de ocupar una familia compuesta por una pareja adulta de esposos y dos niños, una niña de aparentemente ocho años y el otro un niño de máximo once años.

Aparto la mirada de la familia y la pongo en Camilo, quien ahora si tiene sus ojos puestos en mí. Todas las veces que hemos salido he protestado por su empeño en correr con todos los gastos, no me parece algo justo, sin embargo, él ignora mis protestas y sigue haciendo lo mismo. Supongo que decir algo al respecto traerá el resultado de siempre, aún así, siendo consciente de que no me hará caso, me quejo diciendo:

– Me molesta que no aceptes mi dinero.

Camilo sonríe y me cuestiono el que tal vez no haya escuchado bien mis palabras o que mi tono no haya sonado molesto como pensaba.

– Otro día invitas tú.

Es todo lo que dice. Me gustaría creer que en algún momento me dejará hacerlo, pero a estas alturas no lo creo posible, así que no me conformo con ello. Tal vez deba darle más dinero del que me pida por la apuesta, así pagaré mis deudas. Con este pensamiento me pongo de pie junto a él y abandonamos el restaurante, al que se le han sumado un par de parejas más.

Caminamos por la calle en silencio. Observo su modo de caminar y me parece curioso la forma cuidadosa con la que lo hace, también observo como muerde su mejilla, distraído, como si pensara en algo, me pregunto que pasará por su mente en este instante. Avanzamos un par de calles, más allá de donde el auto estaba aparcado, hasta que él habla por fin:

– Me gusta estar contigo. Es muchísimo mejor que surfear.

Sonrío. Miro sus oscuros ojos fascinantes. Muy fascinantes.

– A mí también me gusta estar contigo.

¿Qué es la atracción? ¿Es esa química que se siente cuando miras un par de ojos o esa inexplicable sensación de estar conectados? Puede que sea eso, o puede que no. No lo sé. Ahora, ¿cuanto tiempo necesitas conocer a una persona para sentirte atraído hacia ella? ¿Años? ¿Meses? ¿Semanas? ¿Días? ¿Horas? Puede que todas sean posibilidades correctas. Yo creo que lo son.

El caso es que nunca me había sentido atraída por unos ojos como lo estoy por esas oscuras esferas. Lo más loco es que apenas y nos conocemos, aún así... creo que me gusta. He de estar perdiendo la razón para que pueda gustarme, pero tampoco es que me importe demasiado, pues creo, que cualquiera puede perder la razón por un hombre como él.

– Quiero cobrar mi apuesta.

Casi había olvidado la apuesta. Me enoja no haber ganado porque de verdad quería hacerme con su camisa, me gusta demasiado y es algo nuevo no obtenerla de inmediato, pues, suelo quedarme con las camisas que me gustan de Gustavo sin siquiera pedirlas, y así igualmente obtenía las de mi ex. Hago una mueca de inconformidad y saco mi billetera, observo que tengo unos cuantos dólares, los suficientes para cancelar cada una de mis deudas con el chico.

– ¿Cuánto quieres?

Camilo observa mi billetera unos segundos y se acerca a mi, sin decir nada saca un par de dólares y los mira con atención, como si fuese la primera vez que ve un billete, luego los vuelve a dejar en su lugar y me mira.

– ¿Quién dice que quiero dinero?

Bajo la billetera y lo miro con desconcierto. Había dado por hecho que querría dinero, aunque claro, debí suponer que teniendo en cuenta su negativa a recibirlo, ese no sería el premio que reclamaría.

– ¿Entonces qué quieres?

Camilo no responde. Me mira fijamente y yo lo miro a él, porque en esta ocasión sus ojos lucen más hipnóticos que las veces anteriores, me atraen como si de un imán se tratase y mi corazón palpita con fuerza por la inmensa atracción. No sé a que se debe, ni tampoco la razón, pero siento unas enormes ganas de besarlo. Miro sus labios y es la peor decisión, porque el rosado es tan provocativo que solo aumentan el deseo.

Nerviosa aparto la mirada y miro la calle angosta en la que nos encontramos, poco transitada y aunque aún es temprano, hay encendidas bonitas farolas. Intento concentrarme en las luces encendidas y dejar de pensar en los labios de Camilo, pero entre más lo intento menos lo consigo. Segundos después lo miro nuevamente y sus ojos me reciben con una descarga eléctrica.

– ¿Segura que puedo cobrar mi premio?

– Sí, puedes.

No lo esperaba, en realidad no lo hacía. Antes de darme cuenta de lo que está haciendo, tengo sus labios pegados a los míos. No sé como reaccionar, había querido besarlo segundos antes, pero ahora, me quedo en un estupor que me impide hacer algo al respecto, ni siquiera logro tener un pensamiento coherente, todo es abstracto dentro de mi cabeza.

Camilo se aleja y me mira avergonzado. Hace una mueca con sus labios, la cual me cuesta deducir lo que transmite.

– Lo siento, yo...

Aún estoy algo confusa, pero ya no como antes. Lo miro y solo puedo pensar, ¿en serio acaba de besarme? ¿Como es que sucedió? Y quizás esté loca, no lo sé, pero lo interrumpo de la manera que ahora más me place. En esta ocasión soy yo quien lo besa. A diferencia de mí; segundos antes, Camilo si reacciona, levanta mi rostro con su dedo y me devuelve el beso, de una forma profunda y exquisita que me roba el aliento.

Nos separamos y nos miramos fijamente en silencio, procesando lo que acaba de ocurrir. Sus ojos negros en mi son una completa maravilla.

– Creo que voy a enloquecer –––comento–––

– Que bien, porque yo ya lo hice.

–––––––––––––––

Parece anonadada. No da crédito de mis palabras. Me mira y se pone de pie, mientras yo, nerviosa, la veo caminar por la habitación, hasta detenerse nuevamente frente a mi y tomar asiento a mi lado.

– ¡No lo puedo creer! ¡Es fantástico, Nat! ¡Te  has besado con ese churrazo!

Asiento a sus palabras. Estoy nerviosa, antes no lo estaba, ahora si lo estoy. Me he besado con Camilo y aún me cuesta creerlo, en especial porque nunca antes había alucinado tanto con unos labios.

Por Siempre Será Verano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora