Epílogo.

206 14 12
                                    

– Siempre me ha gustado hablarle a las personas de mi difunta abuela Sonia, considero que es la mujer más sabia que he conocido jamás. Recuerdo hace algunos años atrás, cuando mi abuelo falleció, su compañero de toda la vida, con quien compartió cincuenta años de casados. Fue muy difícil para todos, en aquellos tiempos yo era una adolescente de quince años y recuerdo creer entender el dolor que atravesaba el alma de mi abuela, pero ahora sé que en realidad no lo entendía, que en realidad nadie de la familia podía imaginar lo destrozada que ella tenía el alma por la perdida de su esposo, después de todo, sus hijos estaban casados y siempre tendrían ese apoyo, pero ella ya no más.
Días previos a la muerte de mi abuelo, mi abuela iba mucho a la iglesia a pedir por él, era una mujer creyente, cristiana, y tenía fe de que mi abuelo se repondría de la enfermedad que lo estaba consumiendo. Durante meses iba todo los días a la iglesia a orar y siempre que yo iba a visitar a mi abuelo a la clínica la encontraba a ella con una Biblia en las manos, recitando versículos a su esposo, el cual probablemente no escuchaba nada de ello ya que pasaba la mayor parte del tiempo medicado. El punto es que un par de meses después de la muerte de mi abuelo, salimos de la iglesia y nos sentamos en un parque, recuerdo que  no decíamos nada, solo mirábamos a las personas caminar, entonces, le pregunté lo siguiente:

– ¿Cómo puedes seguir creyendo en los milagros después de la muerte del abuelo?

Ella no dijo nada durante unos largos segundos en los que pensé que no iba a contestar, pero al rato dijo:

– ¿Sabes algo, mi niña? Cuando tu abuelo falleció yo sentí que todo mi mundo se me venía encima, pensé que moriría del dolor y que no podría continuar sin él. Dudé. Recriminé a Dios por su partida y dudé. Dudé de los milagros. Pero ahora estoy aquí, contigo, y lo echo de menos, ¿sabes? Creo que no habrá un día en que no lo eche de menos, aún me duele que no esté aquí y aún me falta algo... él. Pero pensé que iba a morir del dolor y aquí estoy, viviendo con dolor, pensé que mi mundo acabaría, y sigue girando, sin él pero girando, pensé que terminaría echa cenizas y aquí estoy, en llamas pero de pie. Y eso... eso es el verdadero milagro.  
             
Aquello se me quedó grabado para siempre, especialmente porque ahora sé el dolor que se siente perder al amor de tu vida y también sé la fuerza que se debe tener para seguir adelante.

Termino de hablar y observo a la multitud que tengo delante de mí, todos en silencio, centrados en mí, en mis palabras. Tomo un sorbo de agua y dejo el vaso justo allí mismo, a la mano por si a mi garganta le hace falta más líquido.

Una hora antes.
– ¿Estás preparada?


Niego con la cabeza y observo a Gabriela. La mujer sonríe y me toma de la mano.

– Lo vas a hacer estupendo.

Me gustaría estar igual de segura que ella, pero la verdad no lo estoy, me siento nerviosa, quiero que esto salga bien, es importante para mi. Un tributo para él.

– ¿Va a ver mucha gente?

Ella sonríe nuevamente. Sus ojos azules me brindan tranquilidad y suelto el aire que llevo conteniendo.

– Todo va a estar bien. Debo hablar con algunos medios, ya vuelvo.

Tomo asiento y me digo que ella tiene razón y que todo va a marchar perfectamente. Me he estado preparando para este día, pero aún así no creo estarlo, hoy más que nunca el vació de la ausencia de Camilo me taladra el corazón.    

Por Siempre Será Verano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora