Capitulo 11

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Sábado, 5 de julio de 2019.

Entro al hospital junto con Gustavo, Stephanie, mis padres y Sandra, en cuanto atravesamos la puerta todos los presentes ponen sus ojos curiosos en mí, pero no me importa en lo absoluto aquellas miradas, camino con premura hasta uno de los pasillos y doblo por el siguiente a la izquierda, entonces veo a mi suegro de pie con la espalda apoyada en una de las blancas paredes, a lado de una puerta del mismo color.

Los ojos de Christopher se alzan hacia nosotros y rompe a llorar, observo de pie como Stephanie corre hacia él y se refugia en sus brazos. Con cada segundo me siento mareada y envuelta en una espesa y oscura neblina que a ratos me saca de la realidad, ahora mismo siento que estoy en una pesadilla de infarto y solo quiero despertar.

– ¿Dónde está? –––inquiero con voz firme, carente de emoción–––

Mi suegro alza sus ojos hacia mí y señala la puerta que tiene a su lado, yo la miro con terror, sintiendo que el corazón me está por explotar a causa del dolor, sintiendo que no corre sangre por mis venas, sino un ácido que me quema la piel y los huesos. Camino hacia la puerta y me sorprende poder hacerlo, creo que la única razón por la que lo consigo es simplemente la inercia, porque fuerzas no tengo y vida... mi vida se ha apagado.

Una mano se apoya en mi hombro y me detiene, no me giro, no es necesario, reconozco el tacto de mi hermano.

– Te acompaño.

Niego con la cabeza. No quiero, quiero estar sola con mi esposo, quiero ver que me mire y me diga que todo está bien, que solo ha sido un simple accidente, quiero que me vuelva a hacer creer en la vida.
Me aparto de la mano de mi hermano y llego a la puerta, cierro los ojos y respiro profundo, entonces giro el pomo y entro en la habitación.

Me quedo sin aliento al ver a mi suegra abrazando a Camilo, al escuchar su angustioso llanto de dolor, ella me mira y su llanto se incrementa. Me quedo de pie sin poder caminar, sin poder hablar, siento que voy a enloquecer, que estoy por perder la cordura.

– Nat, mi niña. Se nos fue, Nat, mi niño se nos fue.

Sus palabras son un gran puñetazo en el pecho, abro la boca e intento buscar aire, porque juro que me ha abandonado. Mis manos tiemblan de una forma alarmante y el dolor que me atraviesa el alma es sumamente atroz.

Camino hasta la camilla y observo a mi esposo, acostado sobre la angosta camilla, con sus hermosos ojos cerrados y con su rostro un poco herido, pero ninguna herida visible tan grave que me diga que fue la que lo arrebató de mi vida. Es ahora, cuando veo que su pecho no sube ni baja por el trabajo de sus pulmones; cuando veo que sus ojos no se abren y me dejan ver su hermosa oscuridad, cuando la realidad me golpea sin ninguna clase de piedad, cuando la esperanza me abandona y cuando el sentimiento de terror que me ha estado taladrando cada fibra, cada célula, cada partícula de mi, se hace más fuerte y me empaña la visión.

Me dejo caer al lado de mi amado y me aferro a su cuerpo como si de ello dependiera mi vida, no, no, me aferro a él porque él es mi vida, porque no quiero dejarlo ir, porque si no lo hago no dejaré de caer de este abismo.

– Amor, mírame por favor, amor. –––suplico mientras entierro mi cabeza en su cuello–––

Huele a su perfume favorito, huelo al amor de mi existencia, huele a vida y huele a él.

– No me hagas esto, amor, no te atrevas a dejarme, me hiciste una promesa y tienes que cumplirla. Las promesas no se rompen, amor, por favor, por favor, por favor, solo abre los ojos, solo respira, cariño, vamos respira, solo tienes que respirar.

Lloro con amargura contra su inerte cuerpo, mientras que el dolor me consume de a poco, mientras la frustración por no poder hacer nada para que se quede a mi lado me hunde cada vez más en un pozo oscuro, solo y lleno de fango.

Por Siempre Será Verano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora