Capitulo 9

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Camilo me lleva a una pequeña cafetería lejos de la casa de Ryan, a unos diez minutos aproximadamente. La cafetería es agradable, un ambiente tranquilo y relajado en el que hay muy pocas personas, como tres parejas como máximo, un gran claro oscuro, comparado con la fiesta de la que acabo de huir. En el lugar no hay muchos trabajadores, solo alcanzo a ver a tres chicos, uno super alto y delgado, de cabello castaño, encargado de la caja. Una chica menuda y delgada, de cabello rubio sujeto en una coleta y de ojos claros, quien atiende a los pocos clientes que habemos, y, otro chico alto y corpulento, con corte bajo y de porte serio, quien no sé muy bien que tarea desempeña en el lugar.

– ¿Qué tal está tu café?

– Muy bueno. –––confieso y le doy un sorbo a mi café negro–––

De venida recibí una llamada de Sandra, Christian le informó que me había dejado en la playa y al regresar ya no estaba, por lo que se había preocupado, sin embargo, en cuanto le informé de mi compañía, se alegró y cortó la llamada para que disfrutara con el churrazo; como ella misma lo llamó.

– Había jurado que esta si era la última vez que te vería.

Camilo me dedica una sonrisa dulce.

– Había pensado lo mismo, pero ya ves, el destino tiene otros planes.

Sonrío y rodeo la taza de café con mis manos, me encanta sentir la calidez de la bebida en las palmas de mis manos, en especial con el frío que está haciendo, a pesar de que estamos resguardados del viento.

– El destino con algo de ayuda.

Camilo le da un sorbo a su capuchino y se encoge de hombros.

– Quería volver a verte.

Su confesión me toma algo desprevenida. Lo miro sin decir nada, aunque en realidad me gustaría decir que a mi también, que me alegro de volver a verle. Sus ojos oscuros están fijos en los míos y su mirada hace que sienta sensaciones extrañas e inquietantes.

– Apareces justo en el momento oportuno. Hace unos minutos me sentía algo solitaria.

– ¿Quiere decir eso que ya no te sientes así?

Sonrío. Me parece sorpréndete el hecho de que él, un sujeto con el que solo he compartido durante dos tardes, pueda hacerme sentir como si lo conociera de hace años atrás y que me transmita tanta confianza.

– Quiere decir eso que mi agradecimiento para contigo es inmenso.

Él niega con la cabeza, como si no estuviera de acuerdo con mis palabras. Se acomoda en el asiento y me observa en silencio unos largos segundos que me ponen nerviosa, pues, la fuerza que tiene su mirada es sumamente inmensa, no es algo que pasas por alto así sin más.

– Tengo la sensación de que te conozco hace mucho.

El tono en que lo dice es algo desconcertado, como si aquello le sonara a locura. Yo me sorprendo, pero no por sus palabras, sino porque hace solo menos de cinco minutos, yo también he pensado lo mismo y, había creído que eran cosas de mi imaginación. Pero saber que a él le sucede lo mismo, me deja perpleja.

– Me pasa exactamente lo mismo. –––confieso–––

– Eres hermosa.

– No lo soy.

– Lo eres.

– Mientes.

– No lo hago.

Ambos nos miramos fijamente durante unos largos segundos y sonreímos al mismo tiempo. Puede que no esté de acuerdo con sus palabras, pero aún así es agradable escuchar aquel adjetivo de sus labios, porque aunque el viernes dijo algo parecido, en esta ocasión lo hizo directamente y, me gusta la forma en la que lo dice, como si dijera algo obvio que es del conocimiento público.

– ¿Quieres caminar un rato?

Accedo a su propuesta y él cancela la cuenta, en esta ocasión tampoco dejó que pagara siquiera mi café. Salimos de la pequeña cafetería y el frío de fuera se cuela en mis piernas desnudas, aún así no me quejo, quiero caminar junto a Camilo y, de hacerlo, estoy casi segura de que me llevaría al interior de su auto. Aunque no lo conozco de hace mucho, empiezo a conocerlo un poco.

Avanzamos por la carretera, la cual está libre de coches y rodeada de farolas que iluminan la noche, además de edificios y varias tiendas que sirven de restaurante y otras de almacenes que ya están cerrados o, simplemente edificios que sirven de pensiones. La calle, totalmente libre de transito, tienen un semáforo que en este momento está encendido en el color rojo, Camilo se detiene y observa el semáforo en silencio, entonces se gira hacia mi y dice:

– ¿Has visto alguna vez la película titulada el diario de Noah?

– Sí.

Camilo mira el semáforo con seriedad y dice:

– ¿Quieres recrear la escena? –––inquiere y señala hacia el objeto, que ahora ya está en color verde–––

Lo miro con incredulidad, dando por hecho que está bromeando, pero él está serio y parece esperar una respuesta. Miro la calle, aunque está sola no quiere decir que en unos minutos no pase un carro y que nos atropelle.

– Noah estaba completamente loco, ¿es que no recuerdas la escena de la rueda de la fortuna?

Él se encoge de hombros y da un paso al frente, hacia la mitad de la calle, decidido a acostarse en la acera tal y como lo hizo Noah, pero lo tomo del brazo, alarmada por su loca idea y lo miro con preocupación.

– ¿Estás loco?

– Noah lo hizo.

– Él estaba loco.

– Alice también lo hizo.

– ¡Ella también estaba loca! –––exclamo con la voz algo elevada–––

Camilo sonríe y me mira unos segundos.

– ¿Es un no?

– Rotundo.

Camilo se muestra decepcionado por mi falta de osadía y justo hasta este momento no me había planteado que hubiera algo mal en su cabeza. Aún tengo el corazón acelerado por la preocupación. Camilo ríe y yo lo miro perpleja, sin saber que le divierte tanto. Luego me doy cuenta de que solo bromeaba y me relajo.

– !Dios! Pensé que estabas loco.

Camilo sonríe y me quedo embobada con su sonrisa, sin duda ella y sus ojos son sus encantos más hipnóticos.

– Me aseguraba de que tú no fueras la loca.

Sonrío y niego con la cabeza. La escena del semáforo es una gran escena, una de mis favoritas inclusive, aún así, no lo haría nunca. En definitiva Alice y Noah estaban dementes.

Continuamos caminando, un par de metros solamente. Tomamos asiento en una banca ubicada cerca, al lado de una farola. La noche avanza y ya son las ocho, el cielo oscuro brilla con la luz de una radiante luna llena y el frío es notorio, aunque gracias a mi abrigo, es soportable.

– ¿Te has aburrido en la fiesta?

Me acomodo en el asiento, pego mi espalda al brazo de la banca, de manera que quedo con el cuerpo hacía Camilo y podamos conversar mejor.

– Pensé que duraría más de cinco minutos.

Camilo sonríe y sus ojos brillan divertidos.

– ¿Qué tal las cosas entre Sandra y Steve? –––se interesa–––

Me encojo de hombros. Mi amiga cada día está mas ilusionada con el rubio, no se ha separado de él ninguno de los dos días que presidieron a nuestro día junto a Esmeralda. Solo espero que Steve esté igual de ilusionado que ella, porque de lo contrario, creo que Sandra lo pasará realmente mal.

– Parece que todo marcha bien.

– ¿No te agrada Steve?

– No puedo decir que no, no he cruzado muchas palabras con él, de hecho, desde que están saliendo hoy fue que he aceptado en venir con ellos y, solo he estado pocos minutos. Es solo que... no sé, creo van demasiado deprisa.

Camilo asiente a mis palabras y parece pensar en ellas. Segundos después, posa sus brazos sobre sus piernas y dice:

– Hay relaciones que no necesitan demasiado tiempo, cuando llega la persona indicada bastará tan solo un segundo.

No logro cuestionar sus palabras. Puede que tenga razón y quizás Sandra y Steve de verdad tengan algo especial. Tal vez estoy siendo demasiado negativa y nada objetiva, he de reconocerme que desde el primer instante di por hecho que no era más que una ilusión de Sandra, pero, ¿y si me equivoco? Tal vez he estado algo celosa por mi distanciamiento con Sandra y por el hecho de que nuestros planes han sido alterados por el rubio. Creo que esa puede ser la respuesta. Sonrío a Camilo, me gusta demasiado el tono de su voz cuando habla acerca del romance, habla como si nunca le hubieran roto el corazón.

– Eres un romántico, ¿no es así?

Camilo sonríe y dice:

– "Hay que saber que no existe país sobre la tierra donde el amor no haya convertido a los amantes en poetas"

Reconozco la cita al instante. La frase es de Voltaire. Siempre me ha encantado esa frase del francés. Sonrío a Camilo.

– ¿Te crees un poeta?

– Creo que por ti podría convertirme en uno.

Lo miro con seriedad ante sus últimas palabras, sin saber que decir, que responder, ¿que se supone debo decir al respecto? Tengo el corazón acelerado y aunque estoy nerviosa, no puedo apartar la mirada de sus ojos. Camilo sonríe con diversión y con esa sonrisa sé que no hablaba en serio, no sé si estar contenta porque se ha roto la incomodidad o si estar decepcionada porque solo me tomaba del pelo.

– Hoy estás muy gracioso. –––comento–––

Él vuelve a sonreír y no puedo evitar devolverle la sonrisa. Antes me reconocí a mi misma que sus ojos me encantaban, ahora, en este instante, me reconozco que su sonrisa me fascina.

– Solo intento subirte el animo.

Me hubiese gustado decirle que mi animo se subió desde el instante en que escuché su voz, sin embargo, no tengo el valor de hacerlo, así que en vez de eso digo:

– ¿Quién dice que lo tengo abajo?

Él me mira sin decir nada y yo hago lo mismo, después de unos segundos aparto la mirada de sus ojos y la pongo en el cielo, no porque quiera hacerlo, sino más bien porque sus ojos empiezan a hacerme sentir extraña. Durante unos largos minutos ninguno de los dos habla, solo escuchamos el sonido del viento y algún que otro sonido de vida humana.

Camilo se levanta y me tiende la mano para que haga lo mismo, se la tomo y así, tomados de la mano como una pareja o, como dos viejos amigos, nos alejamos rumbo al auto, el cual está estacionado a un par de calles desde donde estamos. Mientras caminamos no puedo sacar de mi mente sus palabras, aún cuando sé que solo bromeaba, estas se repiten una y otra vez en mi mente, quizás porque ha sonado sumamente bonito. Niego con la cabeza, lo mejor será dejar eso atrás y no darle importancia alguna, seria totalmente estúpido hacer lo contrario.

– Sí, habían muchos extraterrestres.

Parpadeo un par de veces y miro a Camilo con curiosidad, ¿ha dicho algo sobre extraterrestres? Él sonríe y niega con la cabeza.

– Lo siento, estaba algo distraída.

– Eso pensé.

Estamos a menos de un metro del auto. Miro la placa y repito su número en la mente, aunque no es necesario, ya me la sé de memoria. 

– ¿Qué quieres hacer? ¿Quieres ir a comer? ¿Regresar a la fiesta? ¿Ir a casa?

– ¿Qué quieres hacer tú?

Mi pregunta parece tomarlo desprevenido. Lo considera unos segundos y se encoge de hombros.

– Yo solo quiero conversar contigo, da igual si eso es en una cena romántica en París o en plena guerra en Irak. Solo quiero conversar.

Sonrío. Hoy Camilo está algo extraño, a diferencia de los otros días anteriores, en los que pasamos la tarde juntos, hoy lo encuentro más entusiasta y parlanchino, incluso deja ver con más regularidad su romanticismo y la verdad, no sé como tomarme sus comentarios. Decido no pensar mucho en ello y repongo:

– Eso ha sonado muy romántico.

Camilo sonríe y baja la mirada, parece avergonzado y, me siento mal por el comentario, no quería que sonara como ha sonado, como si le recriminara, en realidad es justo todo lo contrario.

– Tienes razón, me estoy pasando de la raya. Lo siento, no volveré a decir nada igual.

No logro decir que está bien, que me gusta el tono de su voz cuando dice aquellas cosas cursis. Llegamos al auto y Camilo quita el seguro. Entramos y nos abrochamos los cinturones, él se pone en marcha, aún cuando no nos hemos puesto de acuerdo a que lugar iremos, aunque él ya parece saber hacia donde nos llevará.

Me sorprendo al reconocer la calle por la que vamos, en especial cuando se detiene a unas casas antes de la de Esmeralda. Lo miro con curiosidad y él me explica:

– No necesitamos mucho para conversar, aparte, así cuando Sandra te diga que ya ha llegado, no tendremos que dejar de hablar.

No protesto, en realidad tiene razón en lo que ha dicho, no necesitamos de nada más para dialogar y, aunque la playa hubiera sido un destino hermoso, esta haciendo demasiado frío como para ir por ahí solo con un pantalón corto. El auto con la calefacción encendida es nuestro mejor recurso, en especial porque es menos formal.

– ¿Cuándo regresarán a Colombia? –––se interesa–––

– Dentro de un mes y medio, más o menos.

– Aún queda tiempo. –––dice en ingles y me resulta extraño, desde la primera vez que nos vimos en San Diego, siempre hemos conversado en español. Escucharlo hablar en ingles es raro.–––

No sé muy bien que quiere decir con eso de que aún queda tiempo, aunque deduzco que habla de que aún queda tiempo para disfrutar de las vacaciones y para no pensar en la universidad y todo lo que incluye volver a la realidad en nuestros respectivos países.

– ¿Y tú cuando regresas?

Camilo golpea el timón con los dedos, produciendo un sonido que me recuerda a las gotas de lluvia al impactar contra los cristales. Deja de golpear y la lluvia cesa, me mira unos segundos y se encoge de hombros.

– Aún no lo tengo del todo claro, aunque asumo que dentro de dos meses, todo depende de como marchen las cosas en la editorial.

Escucharlo hablar de la editorial me da curiosidad, es que el tema de trabajar con libros, escritores y todo ese tipo de cosas me resulta atrayente y fascinante, en especial porque amo leer.

– ¿Como es trabajar en la editorial?

Camilo sonríe y yo lo miro expectante, deseosa de escucharlo hablar de su trabajo y de su desempeño en este. Por alguna razón su sonrisa se ensancha y sus ojos oscuros lucen suaves, algo antagónico con tanta oscuridad.

– ¿Qué sucede? –––pregunto, sin tener idea de que es lo que he dicho que le ha divertido–––

Él niega con la cabeza.

– Es estupendo, –––empieza a hablar y yo lo escucho atenta––– es una profesión que amo y respeto. Muchos piensan que es sencillo, pero el campo literario es bastante complejo en realidad, tanto para los escritores como para los que nos encargamos de encontrarlos. Abrirse paso en una industria tan poco remunerada es un gran desafío... sin embargo siempre he dicho que con amor y dedicación se puede obtener casi que cualquier cosa.

– ¿Entonces tu te dedicas a buscar escritores?

– Entre otras cosas. Mi trabajo es el de editor, lo cual consiste en seleccionar aquellos libros que serán publicados, los títulos; coordinar a los autores, supervisar las correcciones y las traducciones y, en especial, tengo la difícil tarea de descubrir a grandes escritores.

Su labor me deja impresionada. Había imaginado que su cargo era importante, sin embargo, no sabía hasta que punto, pero ahora, estoy clara que tiene sobre si una gran responsabilidad. No ha de ser sencillo apostar por un escritor que tiene las mismas posibilidades de ser un éxito así como de ser un fiasco para la empresa.

– Vaya, cuanta responsabilidad.

Camilo sonríe. Aquella sonrisa le resta dificultad a las cosas y las hace ver sencillas, así como le pone curitas a las heridas y hace parecer a las personas totalmente incólume.

– Todo en la vida tiene responsabilidades.

– En eso tienes razón. –––afirmo y le sonrío––– Me gusta tu trabajo, suena fascinante.

– Lo es.

– ¿Cómo le haces  para encontrar a los escritores? –––me intereso–––

Camilo vuelve a golpear sus dedos contra el volante, durante unos segundos, luego apoya las manos en sus piernas y responde:

– Es una tarea nada sencilla. Nos llegan muchos manuscritos que tengo que leer y analizar si podrían tener éxitos, además de eso, hoy en día hay plataformas en la que muchos aficionados a la escritura montan sus historias.

He escuchado acerca de aquellas plataformas, aunque yo nunca he utilizado una, siempre he preferido los libros físicos, aún así, tengo compañeras en la universidad que si que las descargan. Tendré que hacer lo mismo y ver que tal funcionan.

– ¿Qué tal las plataformas?

– Bueno, hay mucha gente con un talento incuestionable, pero así como encuentras historias buenas, también hay otras que no lo son. Hay que dedicarse a buscar y leer un buen número de historias.

– ¿Alguna vez has contactado con alguno de esos escritores?

– Sí, claro que lo he hecho. Aunque tengo meses sin hacerlo, ahora mismo estoy centrado en unos manuscritos que llegaron a la empresa, no te imaginas cuantos hay. Pero, también sacaré tiempo para ir de pesca en las plataformas, de vez en cuando se pesca algo grande.  

Un auto pasa por nuestro lado y se detiene en la casa de Esmeralda, minutos después Sandra baja de este y se despide con la mano de quien supongo, es Steve. El auto se va cuando mi amiga entra en casa y cierra la puerta. Suspiro. Mi noche con Camilo está por terminar y es decepcionante, disfruto mucho conversando con el chico y admirando sus ojos negros, creo que no me importaría quedarme junto a él un par de horas más.

– Supongo que ya te vas.

No alcanzo a responder, mi celular suena y la pantalla se enciende con el nombre de mi mejor amiga. Miro a Camilo y de mala gana, atiendo a la llamada.

– ¿Te demoras? Ya estoy en casa.

Camilo me observa en silencio y yo lo miro a él. Es una lastima que la noche se acabe tan rápido, no había disfrutado tanto de la compañía de una persona como la disfruto con él.

– En unos minutos estoy ahí.

– No te demores, necesito detalles de tu salido con el churrazo.

Aunque es imposible que Camilo escuche nuestra conversación, o al menos a Sandra, me atemoriza que pueda hacerlo, así que cuelgo la llamada antes de que mi amiga diga algo más. 

– Creo que siempre estoy en deuda contigo.

– ¿Por qué crees eso?

Me gustan sus ojos, me gusta demasiado esa oscuridad tan hipnótica y perfecta. No hay ojos claros que puedan competir con ellos, estoy segura.

– Porque siempre llegas en el momento justo a hacerme compañía. Muchas gracias, me ha gustado volver a verte y dialogar contigo.

Camilo sonríe y yo quedo fascinada. Me encanta su sonrisa, la forma particular de sus labios y el rosado que destaca dentro de un lienzo  blanco y negro. Arte.

– Yo soy quien más disfruta de nuestros encuentros y nuestras conversaciones, así que no tienes nada que agradecerme.

Sonrío y lo miro unos segundos, necesito detallarlo antes de salir de su auto. Sus ojos, sus labios, su cabello, sus brazos.

– Buenas noches, Camilo.

– Buenas noches, Natalia. –– dice y su voz suena suave, como un ronco susurro–––

Le dedico una última sonrisa y me marcho, o al menos eso es lo que me proponía, pues, en cuanto pongo mi mano en la puerta del auto para abrirla, Camilo me lo impide, poniendo su mano sobre la mía. Me giro asombrada hacia él y mi corazón se acelera al quedar con mi rostro a escasos centímetros del suyo. Sus ojos me miran fijamente y empiezo a sentir que se me va la respiración, nunca antes me había sentido tan nerviosa y desorientada. Abro los labios como puedo y con voz nada firme pregunto:

– ¿Qué pasa?

Camilo no responde de inmediato, me mira unos largos segundos en los que casi estoy convencida mi corazón ha deja de funcionar correctamente, porque los latidos son bastante irregulares.

– Solo me aseguro de volver a verte otra vez. ¿Quieres quedar mañana para ir a la playa? ––responde al fin––

Sonrío. ¿Como no voy a querer quedar con él? Aparte, con esa mirada, ¿como podría negarme?

– ¿A qué hora pasarás por mí?

– ¿Al medio día te parece bien?

– Perfecto.

Cuando se instala el silencio vuelvo a ser consciente de lo cerca que nos encontramos el uno del otro, da la impresión de que con cualquier movimiento podría terminar con mis labios en los suyos. Bajo la mirada a sus labios y el color rosado es tan provocativo que siento ganas de besarle. ¿Besarle? ¿Es que me estoy volviendo loca? ¿Cómo voy a besar a un hombre que apenas y conozco? Aparto la mirada de su boca y miro sus ojos, los cuales también me miran.

Camilo se acerca más y dejo de respirar, lo miro expectante, esperando a que me bese. Su mirada se posa en mis labios y se acerca más, pero no me besa, abre la puerta del auto y se aleja unos pocos centímetros hacia atrás, dejándome con el corazón a millón.

– Buenas noches.

Camilo sonríe.

– Buenas noches.

Me  bajo del auto antes de que el estar allí con él me siga afectando. ¿En serio esperaba que me besara? ¿Desde cuando deseo que me bese un extraño? Dios, San Diego me está afectando. Camino por la acera  hasta la casa de Esmeralda y llamo a la puerta, en cuanto siento las pisadas de mi amiga, me giro y observo el auto, que aún está a un par de casas, levanto la mano y me despido.

– Vamos, cuéntame. –––dice Sandra y me jala por el brazo hacia el interior de la casa–––


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