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— ¿Qué?

— Ya lo escuchaste, V. Se queda con nosotros.

La voz gruesa resonó de nueva cuenta en el salón. Era la quinceaba vez que repetía aquello.

— No, es que tú estás loco. ¿Te das cuenta del error que estás cometiendo?

Aquel peliazul estaba más que alterado. Su sistema nervioso corría peligro de explotar, pues la noticia u orden que trataba de procesar mentalmente le sobrepasaba. ¿Estaba escuchando bien? ¡No podía creerlo! ¿Quedarse? Aquella era una palabra sumamente fuerte y conllevaba más que solo un "Ya escuchaste". Tenía que haber un plan detrás, un orden de listas a seguir.

— Por todos los santos. RM, dile, dile que estás de mi lado, que la razón es más fuerte esta vez.

— A mí no me metan en sus discusiones maritales. Es peligroso, pero si así lo quiere, ¿Qué más hacer? Dijimos que seríamos todos juntos o nada.

El azabache les miraba de brazos cruzados, descansado su espalda contra la pared de color blanco, sosteniendo la mitad de su cigarrillo entre el dedo índice y medio de la diestra. Había cerrado los ojos al hablar, lo que menos quería era tener que escuchar y ver a V en su estado dramático.

— Por lo menos dime que lo haz hecho. Qué haz terminado con el jodido trabajo.

Exigió mientras colocaba ambas manos de un azote contra la madera del escritorio que se encontraba colocado entre el cuerpo del rubio y el suyo.

El rubio se limitó a estirar la diestra y señalar al chico de cabellos castaños, suéter afelpado color blanco y vaqueros ajustados. Su índice apuntaba a su nariz, su mirada fija, felina y gris estaba posada sobre los ojos avellana del contrario, quien aún intentaba procesar todo sentado encima de un helado sofá de cuero color blanco.

— Ese angelito de ahí lo ha hecho por mí.

Y casi como si le hubiera insultado, el joven de cabellos azules se giró más que molesto a ver al Park Jimin, que comenzaba a sentirse menos Park Jimin que antes. Caminó a pasos firmes hasta quedar cerca de él, tan cerca que el corazón se le aceleró de inmediato.

— ¿Estás consiente? ¿Tienes idea si quiería de dónde estás? ¿Con quién estás? ¿Sabes su maldito nombre?

El castaño solo seguía mirando hacia la nada, o una nada poco confusa y directa, estaba mirando a los ojos al rubio que tenía sentado a unos pasos de él, detrás del escritorio de madera.

— AgustD, un placer, mocoso.

Él, era él. Maldita mierda.

AgustD era conocido como el mejor asesinó a sangre fría de Corea. Salía invicto de cualquier persecusión y su paradero era desconocido. Por años la policía Nacional de Corea lo había estado buscando, incluyendo entre ellos al gobierno al mando de su padre.

La policía internacional de Asia, (hasta la de Corea del Norte) lo buscaba aunque no era el delincuente más azechado a nivel mundial, su nombre podía resonar entre los expedientes de los más buscados.

Era escurridizo, difícil de ubicar y aunque sus características eran muy propias, ni migraciones, el ejército, la Policía montada o la policía nacional habían logrado su captura. Habían sido solamente persecuciones que los llevaban a laberintos sin salida, imposibilitando dar con su paradero.

Enormes recompensas habían estado circulando en los noticieros y periódicos, por demás las redes sociales, ofrecían todo, pero no había nada, nadie tenía idea de nada, ni siquiera de su color favorito.

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