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El sol aún no se asomaba por entre las nubes, todo seguía ligeramente oscuro pero con un umbral en el horizonte que afirmaba que pronto los rayos iluminarían todo a su paso. El rubio caminaba a paso firme con la botas de cuero bien puestas, y aquella chamarra color verde militar que le cubría del frío. Sus pantalones abultados en la parte inferior de las piernas un cubre bocas negro y su típica y fiel gorra con dos arillos en la lengüeta. Hacía frío, por la época del año, sin embargo, el chico que cargaba en su espalda le mantenía caliente.

Jimin dormía aún plácidamente entre sus brazos con sus labios ligeramente abiertos. Sus manos rodeaban el cuello del mayor mientras su mejilla se estampaban en la espalda alta. Sus piernas rodeaban parte de su cintura, y sus muslos eran sostenidos por las manos de AgustD, con la firmeza suficiente para no dejarle caer.

Ambos adoraban dormir, pero sin duda a Agust le era más sencillo el despertar tan temprano. A penas habían dado un par de pasos fuera de la habitación de Jimin, este se había trepado a su espalda para dormir.

La brisa matutina humedecía el césped que llegaba por encima de sus muslos, sumamente alto debido a la época de lluvias que había transcurrido hacía poco, y la hierba crecía más y más conforme avanzaba. El aire era frío, parecía que podría volver a llover en cualquier instante mañanero, sin embargo, por alguna para-nada-ajena razón, Agust estaba feliz. Feliz de tener aquel pequeño chiquillo colgado de sus hombros, aunque fuera dormitando.

— ¿Llegamos ya? —Su voz era ligeramente gruesa y adormilada, pero seguía siendo una ternura para el rubio que comenzaba a dejarle en el suelo. Jimin se tallaba uno de sus ojos con el puño derecho, bostezando una y otra y otra vez. ¡Maldición no podía ser tan jodidamente tierno!

— Ten, creí que querrías algo dulce antes de comenzar el día. —Habló al colocarse en cuclillas y estirar su mano sosteniendo una paleta de cereza envuelta en un papel metálico.

— Oh, Agust ¡Gracias! — Y sin pensarlo le abrazó por el cuello después de tomar el dichoso dulce y de paso, un par de latidos de corazón del rubio que no sabía precisamente como corresponder aquel abrazo.

Y ello había sido lo único dulce de toda la mañana, porque por las siguientes tres horas y media, rozando las cuatro, inocencia y dulzura era lo último que habría podido definir aquella escena en la que el pálido le enseñaba sobre todo tipo de armas dentro de un costal al pequeño castaño que miraba todo sin comprender demasiado, pero poniendo todo su esfuerzo en ello.

La clase consistía en la teoría sobre que hacer y como disparar, así que después de comprender a grandes rasgos como era que funcionaba un arma, la acción continuaba.

— Y-Yo en realidad no estoy seguro de poder hacer esto... —Jimin estaba realmente nervioso, pero aún así sostenía la pistola 9 mm en su mano derecha.

Agust soltó una risa pequeña, como con ternura, porque el chico había disparado y matado a alguien pero aún seguía temeroso un después de el tiempo transcurrido de aquel suceso.

— Es decir, no sé, no se hacerlo y...

— Uh, es una lástima, bonito, en la familia todos saben cómo cuidarse, y no puedo dejar que no aprendas a hacerlo. —Agust se encogió de hombros mientras metía sus manos en las bolsas delanteras de sus pantalones.

— ¿C-cómo sabes precisamente a dónde disparar?

"¿Me lo está preguntando después de matar a un hombre?" Pensó el rubio.

— Así, mira... —Se acercó hasta él, quedando de pie detrás suyo y colocando sus manos sobre las de Jimin.— Debes de sostenerla firme, y mantener la vista entre el horizonte y la superficie de la pistola, acercarla al rostro y es más fácil tener la estabilidad para centrar el tiro. —Y mientras hablaba, acercaba el cuerpo de Jimin al suyo, para colocar sus manos donde deberían, el rostro donde debería y el arma donde debería, tal como él lo hacía.— Y listo, disparas.

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