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Estaba harto, hostigado y por demás sobrepasado de su vida. Detestaba el Park Jimin en el que se había vuelto. Cada centímetro, cada respiro, cada latido de su ser lo detestaba con todas sus fuerzas. ¿Desde hace cuánto? ¿Días? ¿Semanas? ¿Meses?... ¿Años...?

No recordaba, no podía descubrir el momento exacto. ¿La muerte de su madre? ¿El pronto y nuevo noviazgo de su padre? ¿La boda? ¿Ser padrino de su padre y aquella pedante mujer? ¿La noticia del embarazo por inseminación? ¡Estaba loco! ¿Por qué con más de cuarenta años querían tener un hijo? Sería asqueroso tener una vida tan de mierda como la suya, pobre de su pequeño hermanito no deseado, por lo menos para él.

No, no había sido ahí. Era parte, una gran y considereable parte, pero no el conjunto total. ¿Había sido el volverse hijo de uno de los gobernantes más altaneros y egocéntricos de toda la historia política de Corea? Si, quizás también era eso.

Su intento por evadir aquello, por llevar un maldita y puta vida normal, como cualquier otro ciudadano era nulo. No tenía amigos, mucho menos pareja, y su familia se había esfumado gracias a la actitud hostil de su padre. Su madre era su refugio, aquella bella y hermosa mujer que había procurado por cada pequeño aspecto de él. Su amiga, su compañera, aquella que había jugado con él y leído un montón de cuentos mientras que sus compañeros escolares solo podían alejarse, aquella que había muerto hacía casi cinco años.

"Suicidio" eran las letras escritas en el reporte de la morgue, el cual había leído sin permiso alguno. Estaba escrito, ante los ojos de la sociedad ese era el veredicto, pero para él era todo lo contrario. Su madre era tan radiante, tan brillante, tan propia, increíble, maravillosa, que no. Suicidarse era imposible. A otro perro con ese hueso. Sin embargo tampoco quiso aunar mucho en ello, no podía, no era ni física ni mentalmente lo correcto para él. Tenía un miedo inmundo porque sus peores pesadillas y sus horribles pensamientos fueran ciertos, por eso prefería estar absorto.

La nueva mujer de su padre no le daba para nada buena espina, si tuviera que apostar por alguien, sería ella. Aseguraría a diestra y siniestra que ella fue quien mató a su madre y fingió el supuesto suicidio. Toda la historia se prestaba para ello y con aquellas actitudes, era fácil deducir que había sido aquella esbelta y escurridiza mujer.

Había sido trabajadora de su padre. La secretaria en cabecera, quien tramitaba cualquier papel, de necesitarse la firma de su padre, ella era la encargada de mover sus piernas —y su culo— hasta la oficina y conseguirla. Se le daba bastante bien aquello, era sumamente persuasiva aunque aparentaba ser una mujer con escrúpulos y educada, para Jimin desde sus dos años sabía que era una simple zorra arrastrada en busca de atención y dinero. Aunque claro, a esa edad que iba a estar conociendo los significados de esas palabras.

Había mantenido un amorío con su padre por años, no sabía con exactitud cuanto tiempo. Era algo que simplemente se deducía, que se aprendía de un día a otro y llegaba como balde de agua fría. La forma en la que se hablaban, la manera en la que aquella mujer sonreía cuando su padre le hablaba, el fallo en el que entraba el sistema nervioso de su padre cuando aquella arpía le llamaba por teléfono, la forma en la que se levantaba rápidamente de la mesa a media cena, dejando a su madre con la palabra en la boca con tal de atenderla, sobre todo... La forma en la que se miraban. Aquella maldita, melosa y asquerosa forma en la que se miraban. La puta madre.

Su madre los había descubierto solo un mes antes de que se suicidara. Jimin no sabía con exactitud como, porque él nunca se había atrevido a tocar aquel exasperante tema con su madre. Solo recordaba la manera aterradora en la que había escuchado los lamentos de su madre cuando abrió la puerta de la mansión en la que vivía con sus padres. Se escuchaban claramente desde la entrada de la estancia hasta la habitación. Dolía, debía doler. El amor de su vida por veintiocho años la había traicionado y de la peor forma. Jimin suponía que debía doler, él nunca había entablado relación con absolutamente nadie. Únicamente con su madre, la que por cierto, ya tenía tiempo muerta.

Así que ahora estaba solo, completamente solo, molesto y harto de la vida. Tanto que lo único que había hecho fue tomar su Ferrari Pininfarina y conducir hasta... Hasta donde su maldito destino lo llevará. Donde fuera, con quién fuera todo era mejor que su patética vida de niño mimado.

Poca importancia tenía el nombre del Pub. Poco relevante era la cantidad de bebidas que había ingerido, tampoco si tenía consigo las llaves del auto o su móvil, solo estaba pensando en beber, beber hasta olvidarse de su propia existencia y poder decidir si reencontrarse con su madre era una buena idea.

Y mientras sonaba "Hot Mess" de Cobra Starship, el simplemente podía bailar de un lado al otro con el vaso de cristal a tope, completamente lleno de Stroh. Un tipo de ron polaco bastante, bastante cargado de alcohol. Era el primero de la noche, pero si lo combinamos con las botellas de Whisky y Vodka que llevaba encima, no resultaba siendo la idea más brillante de todas. Pero, por increíble que resultará, seguía bastante lucido, bastante consciente de todo, ubicaba todo y el piso estaba lejos de darle vueltas. ¿Tenía resistencia al alcohol aprehendida? Quizás, era bastante probable.

Eso era, era un maldito desastre sin rumbo fijo en medio de una pista de baile rodeado de gente con aliento alcohólico, drogas en los bolsillos y mentes vacías.

Pensaba, mientras movía las caderas de manera sensual de un costado al otro, se cuestionaba si... ¿Suicidarse lo volvía un cobarde?

Así parecía continuar su noche, hasta que su necesidad por una buena calada de un Dunhill mentolado le invadió. Desapareció de entre toda la gente, de todo el ruido, las voces, los gritos, las luces púrpuras y fucsia que irradiaban dentro del lugar. Era prácticamente imposible salir por la entrada principal. Tan llena de jóvenes ansiando entrar al recinto entre empujones y gritos. Así que así era como la gente normal tenía que esperar la entrada a un Pub como ese...

No estaba para perder el tiempo, no podía lidiar con nada más que no fuera su propio martirio dentro de su mente, revuelto ente litros de alcohol y un calor corporal inimaginable. Se dirigió sin cuidado y con algo de prisa hasta la salida trasera, aquella señalada con un letrero neón en rojo como salida de emergencia. Empujó de la puerta y del bolsillo trasero de sus vaqueros ajustados saco la cajetilla de Dunhill para tomar uno preciado entre sus dedos.

Escucho la puerta cerrarse detrás suyo y ya estaba, adentrado en el medio del ruido y estruendo de la ciudad. Estaba en medio de una cantidad increíble de Pubs de los Barrios Altos de Corea. Un nuevo ruido y música estruendosa le rodeaba, pero no importaba, porque seguía solo, completamente solo.

O eso era lo que creía.

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