·Encuentro·

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Venezuela-Caracas.
14/03/2019.

La lluvia incesante caía con violencia sobre los tejados de aquella ciudad, casas que alguna vez fueron bautizadas, por un famoso poético como "techos rojos". Las gotas de agua ya no impactaron contra el duro concreto, debido a que las calles y avenidas de la capital de aquel país, se habían convertido en ríos, arrastrando pequeños objetos como ramas, piedras y ropa.

Los truenos tampoco cesaban.

El cielo estaba triste, lloraba sin consuelo cual madre abatida, la cual lamentaba la pérdida de su hijo, pero a su vez rugía cual padre imponente que le reclamaba al creados, cualquier tipo de arrebato. Desde el interior de la camioneta, un par de ojos marrones apreciaban aquel lugar, ahora desolado. Su mente trabajo para imaginar, aquellas callen antes de la catástrofe, imaginando cómo las personas iban y venían sus rutinas cotidianas, estudiantes dirigiendo a sus respectivos colegios, bromeando con sus panas.

Aquella palabra que para el resto del mundo haría referencia una tela gruesa de algodón, la cual posee una textura similar al terciopelo, con relieve de cordón perfecta para el prendar de invierno, pues cubriera de aquellas oleadas de frío. Pero para los venezolanos, aquella palabra tenía otro significado. Para ellos aquello se usa para referirse a un amigo o colega, usándose generalmente para llamar la atención de alguien a quien le tienen confianza.

Ahora aquellas calles donde antes reinaba la alegría y calidez, donde gente luchadora salía día a día a hacerle frente a la vida, se habían vuelto solo un efímero recuerdo. Esas personas ahora eran presas de aquel virus, deambulando por las calles presas de sus instintos, sin emociones ni vista. Otros tuvieron tal vez un destino menos cruel, sus cuerpos inertes ya estaban en algún rincón de aquellas tierras. Pero lo que era seguro era que el tiempo no dejaba de avanzar, y con él aumentaba la sensación de desesperanza, quitando aquel velo de ignorancia para que los ojos vieran la dolorosa realidad.

Muy pocos podrían mantener aquellas esperanzas de escapar.

Y solo algunos podrían escapar de aquella realidad.

La camioneta negra y que en alguna ocasión perteneció al F.A.E.S. Se estacionó a un costado de la calle que circulaban. Las puertas se abrieron y el agua chapoteó cuando un grupo de pies se hundieron en esta. Sheila sintió como una rama, golpeaba su pierna para continuar su camino, siendo guiada por la corriente. La morena bajó la mirada por unos minutos, agradeciendo que de cierto modo el agua no tuviera tanta fuerza, pues más de uno podría caerse.

Tras cerrar las puertas con seguro, se propusieron a refugiarse en una tienda de ropa.

Leo Den empujó aquella puerta de cristal —la cual era decorada por algunas manchas de sangre— ayudándose de su hombro para ejercer fuerza. Estas se abrieron con brusquedad, dándole acceso a aquella pequeña tienda. Los supervivientes no tardaron en ingresar, siendo recibidos por la tenue luz blanca de lámparas de piso —las cuales estaban empotradas— mientras que algunas bombillas colgantes aún emitían luz, aunque en ocasiones fallaban.

A muchos no le sorprendió encontrarse con uno que otro cuerpo, inerte y tirado en el suelo, poco a poco aquellos encuentro se comenzaban a volver rutinario o cotidianos, provocando que el estómago se fuera acostumbrando al putrefacto hedor que estos desprendían.

Claro que algunos tienen los estómagos más sensibles que otros.

Como era el caso de Liza.

La pobre chica al sentir aquel infame hedor, sintió como su cuerpo se doblaba y un líquido cálido comenzaba a subir por su garganta, no tardó en esculpir por la boca, mientras que Sheila —la cual se encontraba a su lado— Fue a ayudarle, sosteniendo el cuerpo de su amiga, mientras esta devolvía hasta la vil.

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