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Son las cuatro de la mañana y ya no puedo pegar ojo, no cuando Grace está a dos puertas de distancia de mí y Anaïs ha decidido rodear mi cintura con su pierna desnuda. ¡Santo dios! Siento su respiración sobre la piel de mi cuello y su mano derecha caliente posada en mi pecho, y me pregunto si ella sabe que en sueños enreda sus dedos en mi vello.
<<Me alegro que no estés oyendo mis pensamientos>>
Pero ojalá tuviera el coraje suficiente para apartarla, aunque sólo sean un par de centímetros de mí, y así no pueda notar la erección que crece bajo mi pantalón de pijama. Porque no, no ayudó absolutamente nada que se metiera en la cama con ese camisón de seda, dejando bastante a la vista sus pechos morenos, y ahora su cercanía no hiciera más generar un extremo calor por todo su cuerpo.
Temo que se despierte y vea semejante espectáculo bajo el edredón, aún cuando se supone que es mi esposa y que Killian no llegó al mundo por obra y gracia del Espíritu Santo.
- Ya es hora de levantarse de la cama. - digo aún dormido.
Me levanto algo zombie para darme cuenta, de repente, de que ya ha atardecido y que alguien ha corrido las cortinas para que el sol no entre de lleno en la habitación. Y lo más seguro es que haya sido Anaïs, porque aún cuando omití que no había pegado ojo en toda la madrugada, sí sabe que las pastillas que debo tomar me producen una fuerte somnolencia.
Aun así, sigo mi camino hacia el cuarto de baño con la misión de lavarme la cara con agua fría, abro la puerta y busco el lavamanos con los ojos legañosos.
Que bien huele.
A champú de lavanda.
- ¿Caleb?
- ¿Anaïs? - pregunto al oír su voz. - Estoy en el baño. Ahora salgo.
- ¡Despierta, dormilón! - un fuerte silbido termina por despertarme del sueño. - Soy yo la que está ocupando el baño, no tú.
- Anaïs... - pronuncio sobresaltado. - Joder, lo siento. No sabía que estabas a-aquí...
Anaïs sale de la ducha totalmente desnuda, sin intención alguna de querer cubrirse con la toalla, pero tampoco siento deseos de obligarla a ello. Quiero seguir disfrutando de su cuerpo oscuro un poco más, de la manera en que se desplaza por el aire como si fuera Afrodita recién salida del mar. Así que, como un tonto, me quedo embobado observando el reflejo de su cuerpo en el espejo. Sí. Hay algo mágico en su terso cuello, en sus pechos, en la línea infinita de sus caderas que me hipnotiza y me obliga a acortar la distancia entre los dos.
- Quiero pensar que aún te gusta lo que ves. - dice en un murmullo.
Mi nariz se hunde en su cuello porque ahora Anaïs es puro jabón de avena y champú de lavanda para así aspirar su olor.
- Me gusta lo que veo. - respondo sin medir demasiado mis palabras. - Qué bien hueles, Anaïs.
Le pido que se de la vuelta para poder observarla mejor, o simplemente es una excusa absurda para tenerla contra mi cuerpo totalmente desnuda, y cuando me complace me doy cuenta de cuan afortunado era el Caleb que la eligió.
Que la hizo su mujer.
- Creí que te perdía, Caleb. - le oigo decir al envolverme con sus brazos. - Pensar que no verías crecer a Killian o que tú y yo no envejeceríamos juntos.
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No me olvides🌾
RomanceAnaïs Coleman tenía la vida que siempre había deseado, con un marido al que amaba y al cuál consideraba el amor de su vida. Caleb era un sueño hecho realidad. Así que, cuando el pequeño fruto de su amor empezó a crecer en el interior de su vientre...