Capítulo Ocho. Las Mil y Una Noches

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¿Mi primera impresión de Nadine?. Parecía un hombre sacado de un cuento de las mil y una noches y su sóla presencia me hacía sentirme nerviosa.

¿ Necesitar algo de Nadine?. Sólo tenerlo cerca, me hace olvidarme hasta de mi nombre.

Zara, eres una mujer casada y amas a tu marido....

Amo a mi marido....

Despedí a Pierre en el aeropuerto llena de miedos. Me parecía tan exasperante que, ahora que empezábamos a llevarnos bien, se tuviese que ir que no pude reprimir las lágrimas de vuelta a nuestra casa.

El chófer que me llevó, se limitó a darme un pañuelo y a no pedir explicaciones. Era algo que solía hacer y, aunque a veces me molestase su falta de palabras, en aquel momento, me resultó agradable. No deseaba hablar con nadie, tan sólo tirarme en la cama con un bote enorme de helado de pistacho iraní. No podía considerarme como una persona de gustos exquisitos pero desde que había descubierto aquella delicatessen, solía acompañarme en mis momentos de soledad y desesperación.

Para mi mayor suerte, cuando llegué al piso, una señora de mediana edad fue la encargada de recibirme.

-Buenas tardes, Zara. Me alegro de conocerte.

-¿Y usted es?.

-Aletha, tu nueva asistenta. Pierre me ha pedido que ayude en todo lo que consideres necesario. No tienes porque asustarte, Zara.

-No estoy asustada-sonreí-. Simplemente es que no esperaba a nadie en casa y bueno, tampoco está siendo un día fácil.

-Te entiendo, preciosa. Para eso, no hay nada mejor que unos buenos creps con helado de pistacho.

Pierre, te amo. ¡Bendita mujer me has mandado!

-Eres francesa, ¿verdad?.

-Así es.

-Estuve una vez en París y vine enamorada de la ciudad. Nunca me han salido los crepes tan bien como a vosotros pero aún así me salen buenos.

-Discúlpeme, Aletha-dije una vez probé el dulce manjar-. Estos saben mejor que los que yo me como en París. Me cuidaré de su presencia o acabaré cogiendo kilos sin sentido.

-Vendré dos veces por semana-sonrió-. Trataré de no cebarte más de lo debido.

Así lo hizo. Aletha era una mujer agradable, llena de vida y muy respetuosa que hacía todo lo posible por no molestarme mientras estudiaba pero he de reconocer, que su compañía me resultaba escasa pues en las noches dormía sola en la enorme cama que Pierre había mandado comprar para nosotros. Sospecho que al principio, tenía algo que ver con nuestro distanciamiento. Un somier de dos metros y medio podía permitirnos dormir juntos sin necesidad de tocarnos.

-¿Hoy no va a venir tu marido a amenazar a mi hermano?.

Caminaba hacia el aula de exámenes cuando mi amiga Sía me interceptó por los pasillos.

-Sía, no apruebo el comportamiento de Pierre pero has de entender que no tiene nada que ver conmigo.

-¿Ah no?. ¡Se fue muy asustado a casa!

-Intenté guardar a tu hermano, le mentí a mi marido incluso para evitar  el disgusto pero no hubo forma de disuadirlo.

-Aléjate de mí y de mi hermano, Zara. No nos gusta la gente con problemas de conducta.

¿Eing?. ¿Problemas de conducta?.

Aquello marcó un antes y un después en mi vida universitaria. Desde aquel entonces, mis amigos me negaron la palabra empezando a murmurar a mis espaldas. Siendo tímida e insegura como era, me provocó una leve depresión que acabó por hacerme màs solitaria aún si cabe. No culpaba a Pierre de mis males. Unos buenos amigos hubiesen entendido que yo no habia tenido nada que ver con todo pero, por lo que se veía, no todo lo que relucía era de oro.

TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora