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—Minka por favor, baja la persiana y cierra las cortinas —me moría de sueño, y no estaba con mis mejores ánimos para levantarme de la cama

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—Minka por favor, baja la persiana y cierra las cortinas —me moría de sueño, y no estaba con mis mejores ánimos para levantarme de la cama.

Me encontraba boca abajo, con la cara aplastada en la almohada, con los ojos cerrados. Estaba en medio de la cama, con las sabanas medio tiradas por el lado izquierdo de la cama. Me doy la vuelta sin todavía abrir los ojos.

—Tu padre te espera en la biblioteca, no le hagas esperar. Hoy no se ha despertado con muy buen humor — ¡Ya somos dos!

¿Cómo es levantarse con un humor maravillosamente bueno? No lo sé, todavía no lo he experimentado.

—¡Señorito, ya! Levántese de na vez —Minka se retira de mi habitación, lo sé porque no escucho sus pasos por mi habitación. Por sea caso, me incorporo en la cama, poniendo mi espalda recta en el cabecero de la cama, y abro los ojos, pasándolos por toda la habitación, cerciorándome que no está, y efectivamente, no se encuentra dentro.

—¿Qué hora es? —me pregunto a mí mismo en voz alta. Busco el móvil con la mirada, y lo encuentro en el bordillo de la cama, a punto de caerse. Lo agarro y enciendo la pantalla. ¡Mierda! Son las nueve y diez, llego tarde.

Me levanto rápidamente de la cama, tengo pereza, mi progenitor me va a matar. Me pongo un pantalón, y una camiseta, me calzo y voy directo al baño, a lavarme la cara, para quitarme los restos de legañas que debo tener.

"Rápidamente" salgo del cuarto de baño, al igual que de mi habitación. Cruzo el pasillo hasta llegar a la puerta de la biblioteca. Toco casi con temor, no sé qué esperar de mi padre. No tengo mucha paciencia para soportar su genio.

—Pasa hijo — ¿Cómo sabe que era yo? ¿Ve a través de las puertas? Cada día me sorprendo más.

—Lo siento papá, me cuesta demasiado levantarme por las mañanas —me disculpo. Él, le resta importancia levantando cabeza y dándome una mirada, haciendo un gesto de que me sentara en una de las sillas que habían ahí.

¿Florián no había llegado? Creo que ya sé porque mi padre está que echa humo. Su tío tampoco es puntual.

—¿Me extrañabas sobrino? —alguien entra por la puerta, dirigiéndose directamente a Dyzek. Él levanta su mirada del ordenador, que tenía encendido a un lado de la mesa.

—No me llames, sobrino, tengo un nombre, el cual me puso mi padre —alza la voz mi padre.

—Si no fueras, mi familia, a parte de mi sobrino, no te llamaría de ese modo.

—Por desgracia, llevo algo de tu sangre.

Florián, avanza tan lentamente por la estancia que da miedo. Se planta al lado mío, apoya sus manos en la madera de la mesa, y mira fijamente a su sobrino.

—¿No todos los que están en esta habitación tienen la misma sangre, no? —le mira desafiante Florián.

Me quedo en shock con lo que acaba de decir, y me hace pensar demasiado. Mi cerebro empieza a funcionar. Si no tengo la misma sangre que tiene mi padre, en teoría no soy de esta loca y maniática familia. Mi cerebro va a explotar, con unas simples palabras una persona puede derrumbar a alguien y hacerle pensar hasta el cansancio.

El mundo de ZarekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora