19. Caricias

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Nancy me acariciaba el pelo mientras yo permanecía con la cabeza encima de sus piernas

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Nancy me acariciaba el pelo mientras yo permanecía con la cabeza encima de sus piernas. Me sentía como en una nube de algodón, notaba un ligero olor a vainilla y de vez en cuando cerraba los ojos rendida ante sus caricias.

—¿Te gusta?— preguntó ella con una dulce sonrisa.

—¿Tú sonrisa o tus caricias? Lo veo una elección muy difícil— susurré.

Una pequeña risa escapó de sus labios ante mi comentario.

—Mi sueño frustrado siempre ha sido ser masajista, por eso lo hago tan bien— bromeó ella.

—¿Así que le has hecho caricias a más gente? Y yo que pensaba que era especial...

Me gustaba mucho cuando ambas nos hacíamos bromas entre nosotras y acabábamos metidas en un juego sin fin.

—A ti te hago las mejores.

Siguió moviendo sus dedos entre mi cabello causándome un placer y una relajación indescriptible.

Ella volvió a sonreír, una sonrisa preciosa que hacía que sintiera que tenía muchísima suerte. Decidí cambiarme de posición y quedar cara a cara, seguía encima de sus piernas, pero rodeaba con las mías su cadera. Ambas nos miramos fijamente a los ojos.

—Quería que supieras algo— dije rodeando su nuca con ambos brazos.

Ella me miró con un gesto de preocupación, como si le fuera a dar una mala noticia.

—No es nada malo, solo es algo que creo que deberías saber— reí.

Mis palabras lograron aliviarla, un pequeño suspiro salió de sus labios.

—¿Te acuerdas de Tammy, no?— ella asintió—Ella me gustó. Desde que ocurrió lo de Skylar no pude dejar de pensar en ello, quiero decir...— resoplé ante lo mal que podía llegar a explicarme—Solo quería decirte que me gustó, quería ser cien por cien sincera.

Por unos segundos pensé que Nancy se podría haber molestado por lo que había dicho, pero al instante negó con la cabeza con una pequeña sonrisa.

—No importa Robin, no me sorprende. Pensé en ello cuando nos la encontramos en el parque ese día.

—¿Tan mal disimulo?— me quejé.

—Solo un poco— rió ella.

Seguí contemplando sus ojos azules. Los míos eran parecidos, pero aun así eran especiales, un azul único, un azul que me hipnotizaba y podía hasta hacerme viajar a otro mundo. No solo eran sus ojos o sus labios color cereza. También su increíble forma de ser, su gran valentía y corazón.

—Eres preciosa— me dijo ella.

—Lo aprendí de ti— sonreí colocando uno de sus mechones detrás de su oreja derecha.

Eclipse azulado | RonanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora