Sólo se fue, sin mirar atrás, sin escuchar razón, sin esperar la calma, sin responder a mi llamado, sin devolver mi corazón en llamas volviendose ceniza poco a poco, al igual que aquel tesoro que vi quemarse, oscuro y desintegrandose en una retorcida jugada contra el amor que allí había escrito.
Dejó que nos separaran, yo dejé que lo hicieran, no escuchamos el llanto de nuestras almas que rogaban por su compañero.
El ave libre huyó a vivir su libertad, la otra ave murió dentro de mi pecho agonizante y sin esperanzas.
Al igual que mis dedos se movían desesperados marcando su número, los suyos eran lentos, determinados y hastiados de sufrir, aquéllos dedos que con suavidad acariciaron mi rostro alguna vez, ahora silenciaban mis llamados.