Verte frente mío dolía, sentía como poco a poco me desvanecía. Había sido obra tuya, tu marioneta, tu salida de una maldición sin embargo tu caerías conmigo. Sonreí sintiendo como los cálidos rayos del sol me abrazaban de la misma forma que tú lo hi...
El sonido de algo caer al suelo me tranquilizó. Miré a Tanjiro, se encontraba sano y salvo mirando al demonio.
Me acerqué a él con cautela.
—Tanjiro...
Pero no volteó a verme, en su mirada no reflejaba odio ni una pizca de rencor. Solo había tristeza y compasión por el demonio, se acercó a su cuerpo y tomó sus una de sus manos.
—Por favor dios... cuando esta persona reencarne no permitas que se convierta en demonio otra vez...
Y finalmente, el demonio se desintegró por completo. Nuevamente no quedaban cenizas ni nada que demuestre su muerte ni que haya existido, más que el dolor que había provocado alguna vez en el pasado.
Los demonios... eran humanos... como Tanjiro.
Él me miró, su expresión cambió a una mucho más suave que la anterior.
—Tanjiro yo... —Sentí sus cálidos brazos rodearme.
La calidez de su cuerpo, su respiración, los latidos de su corazón, sólo Tanjiro podía darme esta enorme paz con solo mirarme o escuchar su suave voz.
—Te extrañé, te extrañé muchísimo Kessho... —Murmuró.
—Yo también te extrañé... —Ambos nos separamos, tenía mis mejillas rojas—. Creciste —Reí.
—¿Tú crees? —Rascó su nuca sonrojado—. No has cambiado nada desde hace dos años. Lo único diferente es tu cabello —Tomó uno de mis mechones—. ¿Te lo pintaste?
—¿Por las puntas? No, se coloraron solas —Reí nerviosa mientras recordaba aquel día en que desperté y me di cuenta que las puntas de mi cabello habían vuelto a ser moradas—. Ven, Tanjiro —Tomé su mano y comencé a jalarlo con suavidad—. Debemos curar esa herida que tienes en tu frente.
El peliborgoña asintió. Sentía que el peligro más grande había pasado ya, todo había terminado con ese demonio. Claramente no debíamos bajar la guardia pues seguíamos en la montaña, pero solo unos segundos podíamos respirar tranquilos.
—¡Ah! —Me detuve rápidamente, Tanjiro me miró confundido y preocupado—. ¡Dejé sólo a Zenitsu!
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Ya era el último día, solo quedaba esperar hasta el amanecer para ir al punto de reunión. Esa noche me había despedido de Tanjiro prometiéndonos volver a vernos en el punto de reunión.
...
Obviamente lo seguí y me mantuve cerca de él, callando a Zenitsu cada tanto que se le ocurría abrir la boca.
Poco a poco el cielo comenzaba a aclararse, era hora de volver.
Tomé mis cosas y me preparé. En un pequeño lago que había en la misma montaña lavé mi rostro. A diario en la tarde me daba pequeños baños para retirar la suciedad de mi cuerpo. Mis heridas habían sido curadas por mí mismo cuerpo así que me encontraba en perfecto estado.
