Escuché la puerta abrirse lentamente, lo que hizo que escondiera la cabeza entre la almohada y el edredón de la cama. El ruido de la persiana siendo subida y el brillo del sol provocaron un gruñido por mi parte, poco después la puerta volvió a cerrarse y aproveché para girarme y quedar boca arriba. Me llevé las manos a los ojos para desperezarme como debía, coloqué los brazos encima de mi frente y miré el exterior a través de la ventana.
La puerta de la habitación volvió a abrirse, yo me senté rápidamente encima del colchón. Mario estaba en la puerta, parado debajo del marco mirándome. Escuchamos a Ana decir algo desde el piso de abajo y fue entonces cuando Mario reaccionó y entró a la habitación, con una botella de agua y algunas cajitas en las manos. Se acercó lentamente a la mesita que había al lado de mi cama y dejó las cosas encima de las misma.
––Ana me pidió que subiera esto, estaba cocinando y no podía dejar las cosas...
Asentí no muy convencida, no me estaba gustando nada el tener que estar en la habitación a solas con él, aunque sabía que, claramente, nada iba a pasar.
––¿Estás bien?
––Perfectamente.
Respondí tan rápido que le dejó un tanto confuso, pero se dedicó a asentir y a recorrer su camino de vuelta a la puerta. Antes de cerrar, miró en mi dirección por encima del hombro. Cuando volví a quedarme sola el cuerpo se me relajó al momento, solté todo el aire que había aguantado durante los minutos que mi primo estuvo en el cuarto. Me estiré un poco y cogí las cajas que había dejado encima de la mesa, me tomé las pastillas mientras bebía de la botella.
Apoyé los pies descalzos en el suelo y me dirigí a la ventana, observé el jardín trasero, vacío a excepción de mi perro que jugueteaba con algunos balones. Me dirigí hacia el pequeño vestidor que había en la habitación, no tenía pensado salir de casa, por lo que cogí lo primero que encontré y luego me puse una sudadera por encima. Salí de mi habitación no sin antes coger el móvil y bajé al piso de abajo, intentando trenzarme el pelo. El olor de la comida inundaba la planta entera, no pude evitar sonreír, creo que nunca había valorado estos olores como ahora, sobre todo después de estar año y medio en un hospital... Todos sabemos que los hospitales no son famosos por sus recetas nivel cuatro tenedores.
––Espero que todas las mañanas huela así de bien.
Cuando aparecí por la cocina, Ana se giró unos segundos para observarme con una sonrisa en la cara, luego se acercó para darme un pequeño abrazo, dejar un beso en mi mejilla. Mario estaba sentado en la isla, desayunando tranquilamente, pero al verme se atragantó cuando estaba bebiendo de la taza, Ana se acercó rápido para asegurarse de que no fuera a peores. Dejé el móvil encima de la isla y me agaché cuando mi perro apareció corriendo por los pasillos moviendo su cola, le envolví en un abrazo y dejé que me lamiese la cara. Siempre ha sido un perro increíblemente tranquilo, los únicos momentos en los que ha montado algo de bulla fue cuando algún desconocido entraba en casa, pero por lo general, solía pasar el rato jugando en el jardín o tirado por el salón.
––¿Te preparo un café, cariño? ––me preguntó Ana, acercándose ya a la cafetera.
––Te lo agradecería. Una cosa ¿las galletas están donde... ––Mario dejó el paquete de galletas que solía desayunar delante de mí.
Le miré, se levantó de la silla y dejó las cosas en el fregadero, le dijo algo a Ana y desapareció por la casa como si nunca hubiese estado allí. Observé el lugar por el que se había ido, al menos hasta que Ana dejó la taza de café delante de mí. Me miraba con una sonrisa que no me gustaba nada en la cara, ella también sabía de la historia...