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Las luces intermitentes me estaban cegando, apenas podía mantener los ojos abiertos y ya no era solo por el dolor que sentía. Las voces que había a mi alrededor eran cada vez más difusas y apenas distinguía quién estaba hablando.

—Alana, no cierres los ojos.

Irónicamente, era lo único que quería hacer.

VARIAS HORAS ANTES

Mis padres habían llegado a casa varias horas después de que Mario y yo llegásemos de comer. Mi madre nada más le vio se puso hecha un basilisco y le había echado antes de que pudiera hacer nada al respecto, me había quitado de en medio de un solo empujón. Mi padre se había quedado al margen, como casi siempre solía hacer en estas situaciones.

—Creí haberte dicho que no te quería cerca de él —me gruñó mi madre.

—Y yo creí haberte dicho que haría lo que quisiera y...

El golpe en mi mejilla empezó a resquemar unos segundos después. Miré a mi padre molesta, esperando a que interviniese, pero como siempre, nada. Ana intentó acercarse, pero salí del salón antes de que nadie dijese nada. Me fui corriendo a mi habitación y me encerré en ella. Mi espalda resbaló por la puerta hasta que acabé en el suelo sentada, me llevé mis manos temblorosas a la cara, para quitarme las lágrimas que empezaban a caer por mis mejillas.

Me acerqué a mi mesilla, después de pasar el pestillo en mi habitación. Me tomé varias de golpe, ni siquiera me preocupé por contarlas, me daba igual. Encima de mi escritorio había una botella de cerveza, a falta de agua... Mala idea mezclar las pastillas con alcohol, aunque fuese una cantidad mínima de lo segundo. Me fui directa hacia el baño, me empecé a quitar la ropa y abrí el grifo de la bañera.

Mi móvil empezó a sonar, el nombre de Mario apareció en la pantalla, pero rechacé la llamada al momento. Mis manos seguían temblando, inevitablemente. Me acerqué al mueble que tenía mis cosas de aseos guardadas, busqué en un neceser desesperada.

—Deja de llamar... —dije rechazando de nuevo la llamada de Mario.

Encontré lo que quería, me tomé dos tranquilizantes y me fui a la bañera. Me tumbé y cerré los ojos brevemente, hice una pequeña mueca, mi cabeza me dolía y un escozor me recorrió el cuerpo, cogí el móvil y lo único que escribí fue un "Te quiero" a Mario. Cuando estuve segura de que lo había recibido, apagué el móvil y lo mantuve en mi mano.

Había encontrado lo que siempre busqué y ahora que lo tenía, lo único que sentía era que todo el mundo me lo quería arrebatar. Y ya estaba cansada.

MARIO

Me empecé a desesperar cuando después de miles de llamadas, Alana no me cogía el teléfono. Llamé a Noa, pero ella tampoco sabía nada. Cogí el coche y conduje nervioso hasta casa de mis tíos, sino aporreé la puerta más de cien veces igual me quedo corto. ¿El mensaje que me había mandado? Muy bonito sí, sentimiento mutuo, pero no me gustaba un pelo. Mi tío fue quien abrió la puerta y al momento se dio cuenta de mi preocupación.

—¿Qué pasa?

—¿Dónde está Alana? —entré en la casa, buscándola por toda la planta baja —La he llamado miles de veces, pero no me ha cogido. Y primero, rechazó la llamada dos veces.

La madre de Alana apareció por la cocina, de nuevo con su cara de perro. Mi tío salió disparado al piso de arriba, el perro de Alana no había dejado de ladrar desde que yo había llegado y ya me estaba dando dolor de cabeza. Lo que siguió fue algo que muchas veces había deseado no tener que repetir.

En cuanto escuché los golpes que mi tío estaba dando, mientras llamaba a su hija, me lancé a correr escaleras arriba. Entre los dos, conseguimos abrir la puerta a base de golpes, pero mientras él se acercó hasta el baño, yo me quedé parado en cuanto vi el agua esparcida por la entrada de este. La madre de Alana se acercó corriendo, mientras yo avanzaba lentamente. Me sujeté al marco de la puerta en cuanto vi a mi tío sacar a Alana de la bañera, los bordes y parte del suelo estaba lleno de agua mezclada con sangre.

Pasado ¿pisado?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora