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Estaba sentada en el suelo del baño de mi habitación, el cuerpo entero me temblaba, no podía respirar de manera tranquila y constante. Escuchaba las celebraciones de los demás en el piso de abajo, quería moverme, quería ir hasta ellos y decirles que algo no iba bien, pero mis piernas respondían a mi cerebro. Ni siquiera mis brazos lo hacían... Intenté mover la mano para coger el móvil, estaba a unos centímetros de mi mano, pero por más que lo intentara no podía. El pecho me dolía cada vez más por la falta de aire, sentía mis lágrimas bajar por mis mejillas. El bote de pastillas estaba a mi lado también, vacío...

Mi visión comenzó a nublarse cada vez más, quería gritar, quería que alguien viniera a buscarme, pero nada de eso ocurriría. Sabía que había sido una estupidez tomarme tantas pastillas de golpe, pero no podía parar... Mi cuerpo se tambaleó cual peso muerto y me caí al suelo, sentía que la vida se me estaba escapando. Y llegó ese momento al que tanto miedo le tenía.

Llegó el momento en el que dejé de sentir.

El grito que di cuando me desperté estoy segura de que se escuchó en toda la casa. Encendí la luz de mi mesilla y al momento la puerta se abrió de golpe, Mario entró en mi habitación y se sentó a mi lado en la cama, con sus manos me cogió de las mejillas y luego me abrazó.

––Tranquila... No pasa nada.

Su mano acariciaba mi pelo, mi cuerpo se relajó bajo su toque y mis brazos le rodearon, abrazándole aunque sin mucha fuerza. Más gente llegó a mi habitación, levanté la cabeza del pecho de Mario y miré a mis padres, quienes habían llegado hacía unas horas. Mario se levantó y le dejó el sitio a mi madre, me negué a soltarle la mano y se apoyó en la pared, acariciando mi mano con su pulgar.

––¿Qué fue, cariño? ––me preguntó mi madre y aunque dudé en decírselo, me sinceré.

––Volvía a estar allí, en Cornellà. No me podía mover, no podía respirar, las pastillas...

Mario soltó mi mano de golpe, cerró los ojos y con las manos hechas puños se dirigió a la puerta, abriéndola tan de golpe que se estrelló contra la pared, me sobresalté con el golpe. Volví a mirar a mi madre y al momento, un grito furioso de Mario desde la terraza me hizo evadirme de nuevo. Dejé de prestarle atención a lo que mi madre y mi padre hablaban, Ana por su parte me trajo una infusión. Mis padres salieron del cuarto, hablando y pronunciado la palabra "psicólogo". Miré hacia la taza.

––Puedes decirle que venga ––le pedí a Ana vagamente ––. Por favor.

––Ya sabes lo que piensan tus padres sobre...

La miré, estaba segura de que tenía los ojos rojos y cara de terror. Odiaba ese recuerdo con toda mi alma... casi siempre que tenía una pesadilla era sobre ese mismo momento, era la primera vez que la tenía desde que había vuelto a casa. Ana se levantó del colchón y dejó un beso en mi pelo.

––Les diré que me has pedido que te deje para dormir, pero ni un solo ruido. Ya sabes que duermen debajo de tu habitación.

Asentí y me conseguí tomar la infusión, esperaba que Mario subiera, no quería dormir sola... El peor de los problemas era que no quería dormir con nadie que no fuese él. Sentí su presencia en el marco de la puerta, estaba cruzado de brazos mientras me miraba con pesar. Levantó la vista al techo y se mordió el labio, había visto ese gesto más de una vez, estaba aguantándose las ganas de llorar. Entró en la habitación y cerró la puerta, se acercó a la cama y se sentó a mi lado.

––No es tu culpa... ––le dije cuando vi que sus ojos se ponían algo rojos.

––Sí que lo es, no mientas.

Pasado ¿pisado?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora