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La mañana siguiente me desperté yo primero, miré a Mario aún dormido y con la cabeza metida entre las almohadas. No recordaba cómo pero habíamos acabado dentro de la cama, nos habíamos acostado por encima del edredón, pero ahora estamos los dos dentro. Le dejé seguir durmiendo ya que el entrenamiento después de partido solían tenerlo por la tarde. Me fui al vestidor, cogí unos pantalones que usaba para andar por la casa y me cogí la chaqueta de Mario que estaba por el suelo. Luego me acerqué a la mesita y me tomé las pastillas, al igual que cada mañana. Salí de la habitación y por el pasillo me encontré con Kaiser, le cogí en cuello y mientras me lamía la cara bajé al piso de abajo para ir a la cocina.

––Buenos días ––dije dejando al perro en el suelo y acercándome para darle un beso a Ana en la mejilla.

––Ya veo que son buenos, ya...

Me giré para verla, ella me observaba por encima de las gafas. Estaba tomándose un café mientras que leía el periódico. Cogí una taza de café, mis galletas y me senté también para desayunar en la isla.

––¿Por qué me miras así? ––pregunté.

––No lo sé, tú me dirás ––la miré esperando a que ella dijese algo ––. ¿Qué hicisteis ayer vosotros dos?

––No sé de qué me hablas ––dije haciéndome la desentendida, disimulando muy mal.

––Pues resulta, que ayer por la noche iba a la habitación de Mario y ¿con qué me encontré? ––seguí con la mirada en las galletas ––. Exacto, con nadie, porque estaba vacía. Pensé que estaba loca por ir a mirar a tu habitación, porque claro, vosotros dos sois como el perro y el gato, pero cuando entro ––levanté la mirada ––, os encuentro durmiendo juntos.

––Te puedo asegurar que no pasó absolutamente nada. Ni siquiera...

––¡Pero cómo se os ocurre dormir encima del edredón con el frío que hacía por la noche! ––casi me atraganto con la galleta cuando me interrumpió ––Menos mal que Mario se despertó cuando abrí la puerta y os metisteis en la cama, sino menudo resfriado ibais a tener.

Miré a Ana enfadada, casi me estaba dando un paro cardiaco porque ya me veía dando explicaciones de que simplemente me había apetecido dormir con él a todos los miembros de mi familia. Me llevé la mano a la cabeza y bajé de la silla, necesitaba un vaso de agua. Después de beber y terminar de desayunar me quedé sentada en el sitio mientras veía el Instagram, Ana se levantó y empezó a hacer sus cosas.

––Buenos días.

Me giré y Mario entraba revolviéndose el pelo, se había cambiado de ropa, llevaba unos pantalones de chándal e iba sin camiseta. Rápidamente me giré para mirar al frente, Ana se giró también y le sonrió, se acercó a él y le dio un beso en la mejilla. Yo no quería mirarle, no cuando no llevaba camiseta.

––Pensé que ya había perdido la chaqueta ––se acercó a mí y cogiéndome de la cintura desde detrás, dejó un beso en mi mejilla.

Miré a Ana, que estaba intentando aguantarse la risa, porque estaba más que segura de mi cara en un cuadro. Mario alcanzó el paquete de mis galletas desde detrás y se fue al otro lado de la isla, luego se sirvió un café. Vale, ahora sí que le miré. Nadie cogía mis galletas.

––Son mis galletas.

––¿Y?

––Solo las como yo, son mías ––no pude evitar mirar más abajo de su cara ––. Devuélvemelas.

––Los ojos arriba... ––le miré mal ––Te aguantas, yo también como de estas.

––Mario, no me toques los cojones, ¿quieres?

Pasado ¿pisado?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora