El partido terminó con un 4-0 a favor para España. Saúl me había dicho que no estaba seguro de si jugaría o no, y al final acabó sentado en el banquillo todo el tiempo. En cambio Mario había sido titular durante todo el partido, casi siempre me ponía nerviosa cuando a alguien se le ocurría pasar el balón hacia la defensa, principalmente porque no me gustaba la idea de que el equipo contrario se acercase a De Gea.
––¿Les vamos a esperar o qué? ––me preguntó Ana.
––No tengo ni la más remota idea...
Estaba mirando hacia el campo, no había podido hablar con ninguno de los dos, por lo que no sabía si habíamos quedado en vernos luego o simplemente nos iríamos cada uno a sus respectivos hoteles. Según me había dicho Ana, había hablado con Mario y en principio volveríamos con ellos a la mañana siguiente en el avión de la selección. Escuchamos varias voces, yo miré de nuevo hacia donde se escuchaban y vi a Mario aparecer con varios guardias y algún trabajador de la RFEF.
––Sí, ellas dos.
Los guardias de seguridad de acercaron y nos indicaron el lugar por el que debíamos bajar al campo. Ana siguió a los guardias mientras que Mario saltó por encima de unos videomarcadores para ayudarme a pasar por encima de las vallas de las gradas. Me apoyé en sus hombros para bajar al suelo y sentí sus manos en mi cintura, colándose por debajo de mi camiseta.
––Estás sudado... ––dije limpiándome las manos en los pantalones.
––No me seas niña.
Me dijo que se tenían que ir al vestuario y luego irían al hotel en el autocar, a nosotras nos iban a mandar en otro diferente. Ana se me enganchó al brazo, pero antes de marcharnos le dijo a Mario que no saliese con cualquier cosa de ropa después de la ducha, porque podría coger frio y un catarro. Ana odiará nuestros insultos, pero adora cuidar de nosotros...
Nos llevaron hasta el minibús y me quedé mirando por la ventana mientras avanzábamos por las calles hasta el hotel. Habíamos tenido suerte, el hotel en el que Ana había reservado una habitación era el mismo hotel en el que se quedaba la selección. Ana decidió ir a dejar las cosas en la habitación mientras yo la esperaba en el hall de la entrada, luego iríamos directas a cenar al restaurante, porque yo estaba famélica.
––¿Mañana vas a montar un espectáculo antes de montar en el avión? ––me preguntó mientras ella tomaba una manzanilla.
––No si me das el calmante ––sonreí.
––Ya sabes lo que dijo tu madre sobre esas pastillas, solo en casos de extrema necesidad.
––Como si subirme a un avión no lo fuera... ––bebí un trago de agua ––Si no quieres dármela, dásela a Mario y ya luego se la pido, tu no te sientas mal por eso.
––Ya sabes lo que pasa cuando tomas pastillas de ese tipo ––recordé ese momento y se me quitó el apetito ––. No queremos que algo así te vuelva a pasar.
––Cada vez que lo mencionáis, vuelve a pasar ––la miré seria y me levanté de la mesa ––. Puede que no pase físicamente, pero se repite una y otra vez en mi cabeza.
Cogí el móvil y me fui del restaurante, empecé a pasear por el hotel, buscando un sitio para estar sola y poder pensar en mis cosas. Encontré un zona muy chill out, estaba vacía, lo que me sorprendió porque era un lugar muy bonito, en la azotea del hotel y que tenía unas vistas increíbles del lugar. Me senté en una hamaca de tela que había colgada de dos postes, llevé la mano al bolsillo de mi chaqueta y saqué la caja de pastillas. Miré la caja, del derecho, del revés, desde lejos, cerca... No sabía cual era la razón, pero siempre que me iba de casa por más de dos días, llevaba una caja de calmantes o relajantes musculares en el bolso, nunca las utilizaba pero se había convertido en una manía.