Había conseguido tener la cabeza en su sitio desde que salí del hospital. Mis padres no tenían la más mínima idea de lo que me había pasado y esperaba que siguiese así durante un buen periodo de tiempo, por no decir para siempre. Tenía claro que me quería ir de casa también, no quería estar con una familia que no me aceptase por como era o a la que no les gustasen mis decisiones por muy erróneas que sean. Pero era difícil, era difícil dejarlo todo atrás, sobre todo cuando ni siquiera se está segura de una misma.
—¿Estás bien? —levanté la mirada del móvil para encontrarme con Saúl. Me quedé callada, mirándole mientras se sentaba a mi lado —Me he enterado de lo que ha pasado...
—Justo lo que quería, dar pena...
—No creo que sea esa la razón. Simplemente escuché a Noa hablar con Bea —miré a la novia del exmadridista hablar con Alice y Bea animadamente —. Volviendo a la pregunta, ¿cómo estás?
—Yo estoy bien, de verdad. Realmente, el que se ha llevado el palo ha sido Mario.
—¿Estáis juntos? ¿Definitivamente?
De nuevo esa dichosa pregunta, a todo el mundo parecía importarle mucho si estábamos juntos o no. El problema era que, a día de hoy, seguía sin poder dar una respuesta clara en cuanto al tema. No nos habíamos sentado a hablar sobre si éramos novios o un simple rollo, tampoco era algo que me fuera a amargar la existencia. Por una parte, quería hablarlo con él, pero por la otra, prefería no hacerlo porque seguramente acabaría en desastre. Como la inmensa mayoría de veces que intentamos hablar de un tema serio.
—¿Pasapalabra? —dije con una sonrisa nerviosa.
Saúl se rió un poco y antes de dejarme sola de nuevo, me cogió de la mano y tiró de mí para que me levantase también. Me cogió de la cintura y me subió a su hombro para luego cargar conmigo hasta el toro de rodeo hinchable que había alquilado la pareja. Antes de que pudiera hacer algo para evitarlo, me había subido al toro y él detrás conmigo.
—¿Pero en qué momento los adultos se han vuelto niños? —nos preguntó Koke mientras nosotros nos preocupábamos de no caernos.
Obviamente, no fue posible. Al menos para Saúl, que fue el primero en caer a la colchoneta, yo me sujete al chisme como si la vida dependiera de ello y no me solté hasta que paró definitivamente. Levanté los brazos en señal de victoria, pero luego Saúl me empujó a la colchoneta y el sentimiento de gloria se fue por donde había venido.
—Me acabas de arruinar la ilusión de mi infancia, gracias.
Me levanté y caminé, a duras penas, por el hinchable intentando no caerme de nuevo, porque Saúl seguía con sus bromitas. Antes de llegar al final, Mario se acercó y no me dejó pisar el suelo porque me cogió en cuello.
—¿Ahora soy un peluche de carga? —pregunté acercando mi cara peligrosamente a la suya.
—¿Enserio quieres hacer esto ahora?
—¿Te importa? —pregunté refiriéndome al lugar en el que estábamos y a la situación en la que estábamos.
Desde que habíamos llegado habíamos tenido que actuar como si únicamente nos viésemos como familia, mientras que el resto de las parejas estaban acaramelados y melosos en ciertos momentos.
—Ni lo más mínimo. Son amigos, si quieren entenderlo bien, sino que les den —sonreí y moví nariz junto a la suya.
—Entonces, que les den.
Me abrazó más y fue él quien me besó. Desgraciadamente, alguien puso sus manos en los hombros de Mario, lo que provocó que se separase de mí. Ambos miramos con desagrado a Morata mientras yo volvía a pisar el suelo.