Había pasado una semana, si no más, desde la última vez que había hablado con Mario. Ya no estaba en casa y, según me había dicho Noa, con ellos tampoco estaba, se había conseguido una casa y se había mudado en cuanto pudo. En mi casa las cosas estaban más tranquilas de lo habitual, sobre todo desde que mis padres se habían vuelto a ir de viaje. Lo único malo eran las constantes visitas de mi tío para asegurarse de que mi salud seguía en perfecto estado. Podía decir que desde que mis padres se habían ido, Saúl medio vivía conmigo, alguna vez se iba a su casa pero generalmente se pasaba los días y las noches aquí.
—Le he dado las entradas a Ana para el derbi ¿vendrás verdad? —me preguntó mientras veíamos la tele.
—Sí, pero no esperes que os anime. Yo voy el Madrid.
Saúl rió levemente y siguió acariciando la cabeza del perro, que dormía encima de su regazo.
—Tengo que conseguir que cambies de equipo.
—Sigue soñando, querido mío. Soñar es gratis...
Saúl rió, me cogió de la cara y me robo más de un beso. Sonreí en mitad de ellos y lentamente empezó a quitar al perro de encima de su regazo hasta que él quedó encima de mi cuerpo. Gracias a dios que no estaba Ana por la casa, porque hubiese sido una escena un tanto traumática.
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Miraba el estadio desde abajo, me parecía impresionante, lo más increíble del Atlético desde mi punto de vista. Noa tiraba de mí, mientras esperaba a que saliese el once inicial, tenía miedo de que Marcos no pudiese jugar. Era un lugar en el que todavía no conseguía desenvolverme sola, por eso siempre iba acompañada de ella, que se conocía hasta el camino a ciegas. Nos tiró de mi brazo levemente, me giré para verla y me dio su móvil.
Marcos en el banquillo, Saúl en el campo y Mario... en el banquillo.
—Me da que alguien va a pasar el partido con nosotras... —miré a Noa con una ceja levantada y suspiré.
Volvimos a nuestras cosas y finalmente, al palco del campo. Estuvimos sentadas, mirando tranquilamente hacia el campo, saludando a varias personas hasta que llegó el impresentable. Me quedé en silencio mientras Noa le saludaba. Miré a Mario por encima de mi hombro, pero me quedé atenta al campo, vino y se quedó a mi lado, apoyado en el muro.
—Hola —dijo. No le contesté, no le miré... —Eso es nuevo.
Le miré brevemente y vi como señalaba mi cuello a la vez que me miraba el brazo. Tenía razón, hacía unos días me había hecho dos tatuajes, unas alas en el cuello y luego en el antebrazo llevaba una brújula.
—Sí.
Fue lo único que le dije. El partido no tardó mucho en empezar, por lo que todos nos centramos en el campo. Mi mirada se desviaba en algunas ocasiones hacia él, tenía la mano en la mejilla, con ambos brazos apoyados en el muro. Me ponía nerviosa cada vez que alguien del Madrid tiraba a puerta y el dichoso balón no entraba. Noa estaba igual que yo, pero sobre todo se puso más nerviosa cuando Marcos entró en el campo.
—Mira que estar aquí... —me salió del alma.
Mario me miró sorprendido, sabía que estaba hablando con él. El decirlo había sido un acto totalmente reflejo, me había contenido durante la mayor parte del partido pero al final, había tenido que dejarlo salir. Le miré levemente y cuando me quise dar cuenta el partido había terminado. Noa fue la primera en salir de ahí y luego me levanté yo, cuando estaba por salir de la sala, Mario me cogió del brazo.
—¿Podemos hablar? —me preguntó.
—Creo que lo mejor para los dos es que...
—Por favor.