«Capítulo 11»

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Era inútil. Cada vez que el menor daba un paso, su pareja retrocedía.

—Espera —le suplicó Jeonghan. Todavía tenía los labios húmedos a causa de la sangre—. No te vayas. ¡Puedo explicártelo!

—No te acerques a mí.

El castaño estaba blanco como la nieve.

—Seungcheol... Por favor...

—¡Eres un vampiro!

¿Qué podía decir ahora el pelinegro? Sus nuevas aptitudes como maestro del engaño no le servían de nada. Él sabía la verdad y ya no podían seguir ocultándoselo.

El mayor continuó retrocediendo y tropezando con las tejas, agitando los brazos para mantener el equilibrio. El estupor entorpecía sus pasos. Seungcheol, cuyos movimientos siempre eran precisos y calculados. Era como si anduviese a ciegas.

Jeonghan sintió el impulso de ir tras él para evitar que perdiera el equilibrio y se cayera, pero sobre todo necesitaba explicarse, con absoluta desesperación. Sin embargo, el castaño no iba a dejar que lo ayudaran. Ya no. Si lo seguía, el pánico se apoderaría de él y huiría. Huiría de su propio novio.

Tembloroso, el pelinegro se sentó en el tejado y vio cómo Seungcheol se alejaba. Ni siquiera se dignó a mirar atrás hasta que apenas le quedaban unos pasos para llegar a su torre y a las habitaciones. Para entonces, el menor se había pasado los brazos alrededor de las rodillas y las lágrimas rodaban. Nunca se había sentido tan avergonzado.

¿Habría adivinado lo que había sucedido en realidad la noche del Baile de fin de Año y que había sido Jeonghan quien le había hecho la herida del cuello? Este estaba seguro de que no tardaría mucho en atar cabos, si no lo había hecho ya, pero ¿Qué debía hacer? ¿Decírselo a sus padres sin perder tiempo? Se enfadarían con él... Además de tener que tomar medidas respecto a Seungcheol. Ignoraba qué le reservaban los vampiros al humano que descubría el secreto de Septendécim, pero sospechaba que no era nada bueno.

¿Y si se lo contaba a la señora Ha? Ni hablar. Podía intentar despertar a Junhui o a Minghao para pedirles un consejo, pero seguramente reaccionarían mal también.

Ahora que el secreto había dejado de serlo, toda esa gente estaba en peligro. Era probable que el castaño no se lo dijera a nadie por temor a que lo llamaran estúpido, y aunque se lo contara a alguien, era muy poco probable que lo creyeran. Sin embargo, a Jeonghan le atormentaba el riesgo de que se vieran expuestos. Y todo por su culpa.

Tenía que haber algún modo de poder arreglarlo, tenía que hacer algo.

«Hablaré con él. Será lo primero que haga por la mañana. No, tiene examen. Iré a buscarlo después. No va a querer hablar conmigo, pero tampoco va a gritar en el pasillo sobre vampiros. Aprovecharé esa oportunidad, siempre que sepa qué decirle»

Y luego, ¿Qué? Le había mentido. Le había hecho daño. Tal vez lo mejor era que el mayor se alejara todo lo que pudiera. Sin embargo, sabía que debía intentarlo, aunque se arriesgara a perder a Seungcheol para siempre. Si era así, haría lo que fuera por recuperarlo: Suplicaría, lloraría o revelaría todos sus secretos; pero si de algo estaba seguro era de que le debía una explicación.

Tras una larga noche en vela, se levantó, se puso el jersey y su pantalón negro y bajó la escalera a toda prisa. Pensó que había llegado justo a tiempo de que acabara el examen del castaño, pero según le contó uno de sus compañeros, Seungcheol había terminado de los primeros y se había retirado a su pieza. Eso solo significaba que estaba de nuevo en su dormitorio. Jeonghan tomó todo su valor y se dirigió al piso donde estaba. Seokmin una vez le había señalado su ventana desde los jardines, así que el pelinegro no tendría problemas en encontrar la habitación.

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