«Capítulo 1»

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Era el primer día de clase, es decir, la última oportunidad que tenía para escapar.

No tenía una mochila con un equipo de supervivencia, ni un monedero abultado con que comprarse un boleto de avión a donde fuera, ni un amigo esperándolo en la calle en un coche con el motor en marcha. En sí, carecía de lo que la mayoría de la gente en su sano juicio llamaría «un plan». Sin embargo, daba igual, porque no pensaba quedarse en Septendécim por nada del mundo.

La luz del amanecer apuntaba en el horizonte mientras el pelinegro intentaba enfundarse unos vaqueros y sacaba un jersey azul. A esas horas de la mañana y a la altura a la que se encontraba hacía frío, incluso más ahora en el mes de Noviembre. Se calzó unas botas de montaña, y a pesar de lo importante que era no hacer ruido, no debía preocuparse porque sus padres se despertaran. No eran precisamente madrugadores, por así decirlo. Caían muertos en la cama hasta que sonaba el despertador y para eso todavía quedaban un par de horas, lo que le proporcionaba una buena ventaja.

Al otro lado de la ventana de su dormitorio, la gárgola de piedra le aguijoneaba con la mirada mientras sonreía con una mueca flanqueada por unos colmillos prominentes, a lo que el chico cogió un blazer y le sacó la lengua.

—Igual te gusta estar colgada ahí fuera — murmuró—. Pues que te aproveche.

Hizo la cama antes de irse. Normalmente tienen que estar encima de él para que la haga, pero esta vez no tuvieron ni que decírselo. Ya tendrían bastante con el ataque que iba a darles después y pensó que estirando la colcha lo reconciliaría un poquito con ellos. Aunque lo más probable era que no compartieran ese punto de vista, lo hizo de todos modos. Estaba ahuecando las almohadas cuando recordó algo extraño con tanta viveza como si todavía no hubiera despertado, algo que había soñado esa misma noche: Una flor de color sangre.

«El viento aullaba entre los árboles que lo azotaban con ramas en todas direcciones y en lo alto, el cielo se encapotaba de nubes grises tormentosas. Jeonghan se apartó el cabello que le castigaba la cara.

Solo quería mirar la flor.

Los pétalos perlados de lluvia eran de un rojo vivido con pétalos lánguidos y afilados, como los de algunas orquídeas tropicales. Sin embargo, la flor estaba completamente abierta, prendida de la rama, como una rosa.

Era lo más exótico y fascinante que había visto nunca. Tenía que ser suya»

¿Por qué le hizo estremecer ese recuerdo?
Solo era un sueño. Respiró hondo y se concentró. Era hora de partir.

Tenía la bolsa preparada; la había llenado la noche anterior con apenas tres cosas: Una manzana, unas gafas de sol y unos cuantos billetes por si al final tenía que ir hasta la plaza, lo más cercano a la civilización que había por la zona. Eso lo mantendría ocupado todo el día.

A ver, no estaba escapándose de casa, al menos no en serio, sino que se trataba de una declaración de principios. Se había opuesto desde el primer momento a la idea que sus padres habían dejado entrever que entrarían en la Universidad Septendécim, ellos como profesores y él como alumno.

Habían vivido en el mismo pueblecito toda la vida, había acudido al mismo colegio con las mismas personas desde que tenía cinco años y quería que siguiera siendo así. Hay gente a la que le gusta conocer a extraños y hace amigos con facilidad, pero él nunca había sido así.

Es curioso, cuando la gente te llama «tímido», suele sonreír. Como si hiciera gracia, como si se tratara de una de esas manías que acabas perdiendo cuando te haces mayor, como los huecos que te quedan entre los dientes cuando se te caen los de leche. Si supieran lo que se siente cuando no solo se trata de que te cueste romper el hielo, sino de ser tímido de verdad, no sonreirían. Se lo pensarían dos veces si supieran que esa sensación te atenaza el estómago, o te hace sudar las manos, o te impide decir algo que tenga sentido.

New Moon ➳ SeventeenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora