Capítulo 22

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-¿Seguro que no quieres que vaya?- pregunta por décima vez Brooke.

-Repito: no hace falta, estoy bien- respondo con la nariz algo taponada.

-Vale, pero...- para durante unos segundos y continúa -¡No! Voy a ir. Le diré a mama que te haga una sopa de pollo y llevare muchas películas.

Ruedo los ojos y me siento en la cama apoyándome en el cabecero. Paso un pañuelo medio limpio que está encima de la cama, a mi alrededor, y me sueno con fuerza los mocos. Tan fuerte que por un momento siento que la cabeza me va a reventar. Después tiro el pañuelo al suelo y vuelvo a abrir la boca para respirar por ella y hablar.

-Brooke, en serio, no hace falta- respondo como si tuviera una pinza de la ropa sobre mi nariz -Solo quiero que me traigan otra caja de pañuelos, agua de mar para destaponarme la nariz y dormir durante horas.

-¿Seguro que es solo por eso?- inquiere no muy segura  -¿Es por lo del otro día? No sé como no te ayude. ¡Ah! Sí que lo sé. Por no saber beber.

-Que no es por eso...- repito cansada y a punto de arrancarme los pelos.

Oigo como empieza a coger cosas como las llaves, las zapatillas, etc.

-Voy ahora mismo y...-

-Adiós, Brooke- la interrumpo y cuelgo.

Bufe de una manera un poco extraña por culpa de mi constipado y tiro mi teléfono móvil a un lado de la cama, encima de gran parte de mis pañuelos moqueados, sin ganas de incorporarme un poco de la cama hacia la mesilla de noche para cargarlo, que tiene un 15 % de batería.

Miro hacia la pared que tengo enfrente de mi cama y pienso: ¿Seguro que estoy bien? ¿Ya no me importa lo que pasó?

No, no me importa. Cuando llegué a casa me fui directamente a mi cama a llorar porque en ese momento estaba demasiada humillada para poder hablar y no llorar en el intento por la impotencia que sentía al no poder haber dicho nada. No me despedí ni de Brooke ni de Tadeo, no agradecí a Milo por haberme sacado de allí, no salude a mis abuelos, ignoré completamente a Jake y cerré de un portazo la puerta en las narices de mi madre, que me perseguía regañandome por la escusa que se inventó Snake. Estuve toda la noche llorando e ignorando a todo el que llamaba a mi puerta, menos a Snake, que llegó poco después que yo y se encerró en su habitación.

Al despertar me encontraba con treinta y nueve de fiebre, moqueando todo el rato y veía las paredes moverse mientras Jake tenía el partido de béisbol al máximo volumen. Fue una completa tortura. Por suerte he mejorado en los dos días que han pasado. Física y mentalmente. 

Estuve todo un día dándole vueltas a lo que Maggie dijo hasta que llegue a la conclusión más sincera que encontraría en mi misma: No la conozco. No me conoce. Me la pela lo que me diga. ¡Pim, pam, pum, bocadillo de atún! Como dice mi profesora de Historia. Pero es verdad, no me tiene que importar lo que diga. 

Por otro lado, no me he dirigido la palabra con Snake desde entonces desde entonces. Ya está.

Alguien llama a la puerta y la pequeña cabeza de Jake se asoma por la puerta, y después me enseña una caja de pañuelos. Mis ojos se abren de golpe y agito las manos para que se acerque lo mas rápido que pueda. Entra y me da la caja en las manos, pero cuando está apunto de irse le agarro de la muñeca con las pocas fuerzas que tengo. Algo le pasa y, aunque no hablemos mucho, me preocupo por él. Todo en él parece normal excepto por su mirada decaída y perdida. 

-Jake, ¿ocurre algo?- inquiero preocupada.

-No, nada- responde secamente sin mirarme, por eso sé que miente.

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