«53»

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El encuentro con "el hombre del hospital" le había dado mucho en qué pensar.

Primero, supo que el rencor era inservible.

Segundo, que las cosas logran mejorar.

Y tercero, sus ganas de vivir volvieron. Pensó en que si alguien que tenía Cáncer terminal era tan optimista y tan sabio, él debía agradecer lo que tenía. Su salud, su buena educación y su madre. Era poco, sí, pero era algo. Había gente que no tenía nada.

Habló con Freddie y John. Volvieron a unirse, pese a que realmente nada había ocurrido. No se sentía tan solo como antes. Simplemente no.

Un día, habló con su madre por teléfono y le contó un plan que tuvo. Ella estuvo de acuerdo y mientras su padre trabajaba, lo llevaron a cabo.

El hombre pegó una exclamación de rabia al entrar a la habitación de Roger, tras no haberlo visto o oído por la casa, y encontrarla totalmente desierta. Sin ningún mueble y sin ningún habitante.

Y cuando fue directo a la casa de su ex esposa para llevarse a Roger, ella no le abrió la puerta y dijo que llamaría a la policía si no se iba. El hombre no tuvo otra que aceptar.

Roger sonreía contento como un niño pequeño y abrazó a su madre fuertemente.

— Gracias, mami —dijo.

Ella sonrió y lo abrazó devuelta.

— Todo por mi niñito —dijo.

Las cosas de Roger se encontraban en una habitación vacía del departamento de la mujer. Dormiría allí hasta que saliera de la universidad, a menos que encontrara trabajo antes y pudiese pagar su propio departamento en los veranos.

No llegó a hablar con Brian en aquel momento, pero lo perdonó. Simplemente dijo que no era nadie para no aceptar el perdón, y lo hizo en memoria de sus vivencias y recuerdos, los que ya no pasaban por su mente con dolor, si no que con alegría. Con una nostalgia que esta vez no era dañina. Lograba recordar sus besos, sus abrazos y sus palabras de amor sin largarse a llorar como tiempo antes, ahora simplemente al recordarlo sonreía.

Claro, el mayor seguía ignorándolo en la escuela, pero supuso que no podía obligarlo a que se relacionaran. Las cosas estaban desarrollándose de aquella forma por algo.

Encontró trabajo. En una tienda de música. Lo contrataron inmediatamente por sus altos conocimientos y no por un perverso deseo del jefe como anteriormente había ocurrido.

Y cuando cumplía su primera semana trabajando, que fue alrededor de dos semanas después de su encuentro con el hombre del hospital, alguien conocido entró a la tienda.

— ¡Stuart Longbottom! —exclamó contento—. ¡No te veía hacía tiempo! ¿Cómo estás?

Stuart le contó que había renunciado a la cafetería. Ken había intentado hacerle lo mismo que intentó hacerle a Roger a Sandy, otra de sus compañeras de trabajo. El chico aseguró que no toleraría a ningún cerdo pervertido y renunció. Comenzaría ese mismo día a trabajar en la tienda de música.

— Dios... pobre Sandy —comentó.

— Dicen que quizás haya intentado antes con otros trabajadores —dijo y Roger se tensó—. ¿Y por qué renunciaste? Un día estabas y al siguiente informaron que habías renunciado.

— Bueno...

Roger le dijo lo sucedido, claro de forma resumida, y Stuart se mostró estupefacto.

— ¡Tienes que hablarlo! —dijo escandalizado—. ¡El caso de Sandy pasó a tribunales! Si hay otro testigo lo meterán a la cárcel.

Y Roger aceptó, sabiendo que era lo que ese puerco merecía.

Childish [Maylor] {TERMINADA}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora