Vas a ser, y serás.

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Eran las 5 a.m y Doppio no había pegado a penas ojo en toda la noche. El sofá era demasiado pequeño para su 1.75 metros de altura, además de duro por la parte de los reposabrazos, lo que le provocaba un dolor de espalda muy molesto. De vez en cuando se sentaba y daba vueltas por el salón en total oscuridad, estirando sus brazos y piernas, bostezando alguna que otra vez. Sentía su cuerpo pesado y débil, como si fuera a caer a causa del cansancio. Pero no tenía sueño, no encontraba los brazos de Morfeo para tomar un descanso. En parte era porque su cabeza no paraba de dar vueltas por la situación actual. Había visto el rostro del jefe, sabía su nombre y ahora temía morir por ello. Ya le dió un aviso antes de dormir que le marcó, tanto física (tenía varios rasguños en el cuello, fruto de la fuerza empleada) como psicológica. Sabía que su vida cambiaría 180 grados desde entonces, pendía de la cuerda floja, entre la vida y la muerte. Todo era elección del Don.

Un ruido silencioso sonaba repetidamente desde la plata de arriba. Doppio pensó que era su imaginación, y decidió mantener silencio, por si se iba. Pero no. Alarmado, cogió su revólver y de puntillas, procurando no hacer ruido, subió por las escaleras. Cruzó el pasillo protegiendo su espalda contra la pared. Muy silencioso, llegó a su cuarto, donde dormía el Don. Los sonidos eran sonoros a través de la puerta, la cual estaba estaba cerrada, no tenía más remedio que adentrarse.
Abrió la puerta y encontró una estampa que no esperaba, pero mucho más pacífica de la que imaginaba: el Don, entre sábanas que tapaban casi todo de él, tecleando em su ordenador (de ahí el sonido).

- ¿Qué haces, Doppio?- cuestionó con una voz cansada, ronca, sin apartar la mirada del ordenador.- ¿Vas a dispararme?

Doppio sintió la vergüenza sobre sus manos y rostro. Lentamente bajó los brazos y suspiró aliviado de que nada malo hubiera pasado.

- Disculpa, Jefe.- consiguió responder, abochornado. El Don dejó su portátil a un lado y le observó aún con las mantas cubriendo su cabeza. No se veía a penas nada, salvo el final de su nariz recta y sus ojos verdes vacíos.

- Buenos días, supongo.

- Oh, sí, disculpa de nuevo Jefe. Buenos días.

- Eres muy cansino pidiendo disculpas. - Doppio se mordió la lengua para no soltar otro arrepentimiento (perdón por pedir perdón, Jefe), sería tonto. El Jefe se levantó y cerró su ordenador. Se acercó a Doppio. Lo observó serio, casi con asco. Doppio se hizo pequeñito ante la mirada, Diavolo era mucho más fuerte, más alto, más todo en comparación con él.

- Voy a tomarme una ducha. Prepárame la ropa, las toallas y los geles y champús que tengas. Si puede ser, el mismo champú que usas tú, me gusta el olor. Prepárame también el secador y una cuchilla de afeitar... Si tienes.

- Con el debido respeto, Jefe, tengo veinticinco años, claro que tengo cuchillas de afeitar.

- ¡Anda que bien!- burló y Doppio nuevamente se tuvo que morder la lengua.- Cuando me esté duchando, prepara el desayuno. Eso lo dejo a tu elección, espero que me guste.

Y se fue, dejando al sardo a solas. Chasqueó la lengua, "¡Qué bien!" Pensó de manera irónica, pero pensar las cosas no haría que nada cambiase. Ese hombre, por muy rudo y cruel que fuera, le había salvado indirectamente la vida, y se lo devolvería eternamente. Además, por muy maniático y compulsivo que fuera también era un ser humano, seguro que en el fondo sentía algo bonito.
Tomó de su cajón unos calzoncillos y un par de calcetines. Dudaba de si su ropa interior que sentaría bien, pero eran de esas prendas que se amoldan al cuerpo con cierta facilidad, y por lo que había contemplado, el jefe era de hombros anchos y cintura estrecha, comúnmente llamado "cuerpo de triángulo invertido". Tomó los mismos ropajes que Diavolo llevaba ayer, ahí no tenía más elección. Dobló ordenadamente las prendas y las colocó sobre una silla, al lado de los zapatos.

Línea muerta (DiaDopp +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora