Un día de suerte

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Dos meses pasaron desde esa llamada. Doppio comenzó una rutina de ejercicios para mantenerse en forma, comenzando por correr veinte minutos por Venecia, hacer tablas de ejercicios que encontraba por Google y estirando después de los entrenos. Estaba haciendo un esfuerzo más que suficiente para agilizarse y ganar fuerza y resistencia, entre otros. También cambió su dieta a la mediterránea, aunque no fuera exacta, pero ese cambio también fue notable a las dos semanas de comenzar. No estaba más delgado ni más gordo, estaba más sano, más fuerte. A veces la moral se le iba a los suelos y le daba por pensar que todo lo que hacía no merecía la pena, pero Diavolo, quien no dejó de llamarle a la una de la madrugada, le recordaba por qué hacía todo eso. Doppio se lo confesó al siguiente día de comenzar, y no pudo haber escuchado a un Don más orgulloso y contento con su subordinado. El pecoso hubiera deseado guardar esa conversación para él solito, para aquellos momentos de soledad, en los que necesitaba estar con alguien.

Sus cambios no fueron físicos únicamente. Comenzó (con mucha ayuda del Don) a quererse a sí mismo. Se miraba al espejo buscando algo que le gustara de él, y lo consiguió. Cada vez eran más aquellas partes de su cuerpo que le gustaban, o no le disgustan (pecas, cabello, ojos, nariz...). Además, comenzó a escribir un pequeño diario que le ayudaba a desahogarse y registrar todo lo que hacía en el día, tanto bueno para premiarse como malo para tratar de corregirlos. Cuanto más fuerte se hacía de forma psíquica, más disciplinado se hacía en el trabajo.

Los ataques de Carne se hicieron más llevaderos. Obtuvo el valor de enfrentarse a él y reconocer que él es un gran Consigliere, un superior a L'Unità Speciale, y que era merecedor de su puesto. Le costó sudor, lágrimas y sangre para entenderlo, pero mereció la pena. Carne cedió, ya no volvió a echar a un lado de la misión, poco a poco se fue dando cuenta del potencial del pecoso, y del gran crecimiento personal que estaba sufriendo.

Ambos siguieron buscando la caja, pero no hicieron ningún avance, sólo que la poseía la Cosa Nostra, en concreto una mujer. Las características de aquella eran muy comunes, sería muy difícil encontrarla. En una de las conversaciones telefónicas nocturnas, Diavolo le sugirió hablar con un hacker de Passione para que les ayudara a la investigación. Y así hizo Doppio:

Un teléfono sobre la mesa del comedor de madera envejecida comenzó a sonar. Se encontraba en Nápoles, en un piso de alquiler bastante moderno. El piso estaba totalmente desordenado, ropa interior por un lado, libros por otro, comida por el suelo... Parecía un piso de estudiantes, pero para mafiosos.

- ¡Melone, arriba que te están llamando! - Prosciutto alzó la voz, harto del sonido molesto de la llamada. El hombre de cabellos morados bostezó ampliamente, haciendo que el rubio chasqueara la lengua. - Vas a perder la llamada, ¿No sabes que puede ser importante?

- Ya voy, ya voy... - Tarde, Prosciutto ya la había cogido por la desesperación.

- ¿Hola? Soy Prosciutto, Melone está ocupado.

- Hola, Prossciutto. - El rubio reconoció la voz detrás de la línea. Sonrió de oreja a oreja. - ¡Vinegar, cuánto tiempo! ¿Cómo te va?

Doppio, antes de ser Sottocapo y finalmente Conseglire, fue Capodecina de La Squadra di Esecuzione. Era un equipo del que el pecoso se sentía orgulloso, pues era muy eficaz y sabían diferenciar perfectamente el trabajo del día a día. Cuando ascendió, Risotto Nero lo hizo al mismo tiempo, llevando el mando del distrito hasta día de hoy.

Melone, al escuchar a Prosciutto hablar de su ex-capo, se levantó a una velocidad frenética.

- ¡Es mi llamada! - le quitó el teléfono de la oreja y se lo colocó en la suya, ante la mirada molesta del rubio, quien tuvo que dejar la conversación a medias. - ¿Doppio, eres tú? Soy Melone.

Línea muerta (DiaDopp +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora