Bienvenido, Jefe

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Lentamente, Doppio abrió la puerta del baño. No veía nada, y tampoco se escuchaba ningún ruido ajeno al Don y a él. "Quédese aquí, señor" susurró, y el hombre de cabellos largos obedeció. Fue extraño darle una orden al jefe de Passione, pero el pecoso lo dió por alto, no estaba en situación de bromear con eso. Salió del cuarto y con su diestra palpó las paredes, guiándose por la vela encendida, llegando a sus cosas. Sus cosas, que se habían extraviado, excepto su bolsa. Doppio observó inútilmente de un lado a otro, no podía ser, había dejado todas sus cosas ahí, justo ahí y había cerrado la puerta, y ésta se abre sólo con la tarjeta que él poseía. No es que le extrañara, es que estaba segurísimo de que alguien estaba dentro, oculto en toda esa penumbra. Y si ese es el caso, si es verdad que hubiera alguien, sería un trabajador (o una trabajadora) del hotel, tal vez alguien que ya haya visto, alguien que sepa de la reunión que se realizaría en esa habitación.
Doppio caminó algo apurado hasta las persianas. Si había alguien, tal vez con algo de luz podría percatarse del extraño. Pero, antes de abrir las persianas, frenó. ¿Y si había algún francotirador esperando a que las abriera? O, peor aún, ¿Y si atacaba al jefe? No sabía nada excepto su cabello largo y su porte alto y fuerte. ¿Y si, por casualidades de la vida, el enemigo era igual en ambos aspectos? Ahí daba igual el color de cabello y de piel, desconocía todo eso. Decidió así abrir las persianas lo justo para que no pudiera ver ningún francotirador, pero sí poder ver.

Se giró y se percató de lo poco lujosa que era la habitación: se disponía de una cama, una mesita de noche (donde estaba la vela) y una mesa redonda que ocupaba. Esparcidos por ahí, habían papeles, todos arrugados y aparentemente tirados a posta. No había más, era todo eso, todo pintado en un verde pistacho que no favorecían las vista. Pero eso era lo de menos, sabía que no debería de huir de ahí sin antes limpiar todo rastro del Don de ahí.

Limpiar...

- Arriba las manos, hijo de puta. - Detrás de Doppio, una voz masculina amenazaba desde atrás. Doppio se giró y se encontró con un hombre de estatura media, morena y cabello negro, corto, lo justo para saber que era el enemigo. Sus ojos castaños se reflejaban entre los finos rayos de luz del atardecer. Doppio obedeció, levantando lentamente las manos.- Quítate de ahí, voy a coger la llave.

- ¿De la Cosa Nostra?

- No te importa. - Se echó a un lado, apuntando al muchacho y se acercó a la mesita. Tomó la llave, siempre pendiente a Doppio, y lo guardó en su bolsillo. Entonces, cogió un teléfono y llamó a un número que Doppio no alcanzó a ver. - ¿Jefe? Sí, ya estoy...

Un disparo, deja de hablar. El hombre cayó al suelo, y un charco de sangre, procedente de su nuca, emergía lentamente. Al otro extremo, el Don cargaba una pistola. Se acercó al cadáver y disparó dos veces más, por si acaso. Por consiguiente, pisó el teléfono con fuerzas. Doppio suspiró aliviado, pero el Jefe aún se encontraba tenso, bastante serio.

- Tenemos que irnos de aquí, Doppio. - dijo, mientras sacaba la llave del bolsillo ajeno y lo guardaba en su chaqueta. Doppio asintió, no muy conforme. El hombre de cabellos largos se percató y arqueó una ceja, desconforme. - ¿Ocurre algo?

- Bueno, habrá que recoger todo esto... Por si acaso, ¿No?

- Sí, tienes razón. Ve y observa si hay alguien por los pasillos. Avísame si está vacío.

Doppio obedeció y fue hacia la puerta. La abrió y miró de un lado a otro. No, no había nadie. Observó a su superior y por fin pudo tener una visión completa de él: efectivamente, era alto, de gran porte. Su cabello rosado, con peculiares manchas negras caía con gracia sobre sus hombros y espalda. Sus ojos eran verde esmeralda, vacíos, grandes y ciertamente rasgados, adornados por unas notables ojeras bajo éstas. Muy llamativas, casi hipnotizantes. Su rostro, rectangular y tímidamente chupado, parecía la de un hombre transtornado, alguien con una visión de la vida completamente distinta.

- No hay nadie, señor.
- Perfetto, ottimo lavoro. - Tomó una mochila y la cargó en su hombro izquierdo. Con su diestra cargó la vela y la lanzó al suelo. El incendio se propagó rápidamente, y el Don caminó a una velocidad rápida hasta su subordinado, serio, manteniendo su cabeza fría. - Vámonos rápido de aquí, antes de que nos quememos.

Fueron caminando por el pasillo, sin mirar atrás. El Don iba un paso más adelante, por si las llamas llegaban a ellos, que Doppio fuera el primero en caer. Marcharon sin decir nada, ni un "adiós" a aquellos recepcionistas que preguntaban curiosos el por qué de la marcha. Pronto lo sabrían, pensaron ambos. Una vez fuera del hotel, se dirigieron a uno de los parkings públicos y esperaron al primero que pareciera arrancar.

- Por aquí, señor. - Doppio guió a su superior hasta un De Tomaso Pantera rojo. Al parecer el dueño del auto estaba dispuesto a entrar. Justo cuando el hombre entró, Doppio tomó la pistola de su superior, abrió una de las puertas traseras y apuntó a la cabeza del civil.

- Discúlpeme señor, pero tengo cierta prisa. Me gustaría tomar prestado su coche. Con calma, por favor, ve bajando del coche y haz como si nada hubiera pasado, pero como digas o hagas algo fuera de serie, créeme, hablaremos de temas muy serios.

El hombre, estupefacto del terror, obedeció sin musitar palabra, sollozando en silencio. Se bajó y velozmente Doppio tomó el asiento de piloto. El hombre se fue caminando, fingiendo que todo era un día común. Doppio arrancó y dió marcha atrás, hasta encontrarse con un Jefe expectante a lo sucedido recientemente. Éste abrió la puerta del copiloto y entró.

- Muy buen trabajo. Tenemos que buscar un sitio donde alojarnos, Doppio.

- Sugiero ir a mi casa. Está a tres cuartos de hora, pero es completamente seguro, al menos por un tiempo.

- Vayamos entonces, ya no hay nada que hacer aquí.

Y con ello condujo de vuelta a Nápoles capital, directo a su apartamento.

Durante el trayecto, ninguno musitó palabra. El sardo de vez en cuando observaba de erreojo al Don, quien parecía atento a la carretera. Se preocupaba de que todo saliera mal, de que el Don muriera por su culpa, por no ser suficiente. El copiloto en cambio, pensaba más en cómo saldrían de todo eso, y en cuál sería su próxima orden. Estaba acorralado ahora que Polpo le había traicionado, pero él tenía la habilidad de volver a la cima, fuera como fuese.

Una hora después, el auto aparcó al lado del hogar de Doppio, una casa de dos plantas bastante acogedora. El pecoso se bajó del coche y le abrió la puerta a su superior, quien salió elegante, como si no hubiera quemado nada, ni un hotel, ni un cadáver. Doppio pensó que el jefe podría ser un buen actor, o realmente eso no le importaba demasiado.

Se abrió la puerta y el hombre de cabellos largos entró primero. Observaba curioso, con una ceja levemente arqueada, cada rincón del hogar. Era de su agrado, se sentía acogido ahí: el aroma, la pintura beige ceniza sobre las paredes, los cuadros colgados estratégicamente...

- Bienvenido a mi hogar, Jefe. - habló Doppio, mientras cerraba la puerta con llave.

Línea muerta (DiaDopp +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora