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UNA DE ARENA Y DOS DE CAL

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UNA DE ARENA Y DOS DE CAL

Los escaners dijeron que Edd había mejorado. De hecho eso tenía sus pros y sus contras porque habían decidido cambiarle de tratamiento. Los quimioterapicos que le estaban dando parecían no ser lo suficientemente fuerte. O que se yo, lo que si entendí es que se lo inyectarían en las venas ahora y por eso debía ir a la clínica una vez cada dos semanas para que pasaran todos los químicos a su cuerpo.

Luego le operarían e intentarían quitar el tumor. Para eso habría que vender la casa, papá y Mónica discutieron toda una noche al respecto. Papá quería esperar a sacar un préstamo en el banco, mamá quería el dinero de inmediato, prefería rematar la casa que esperar a que el banco aprobara el préstamo, supongo que en parte tenía razón con lo de que cada segundo que pasara Edd se ponía peor.

—Lo siento—Me dijo Edd.—Siento haberme enfermado.

Él y yo nos habíamos refugiado en la cacita del árbol mientras nuestros padres discutían a los gritos dentro de su cuarto.

Era algo que pasaba mucho últimamente.

Sí, todo esto era una mierda, y quería decirle que no era su culpa, sé que debí hacerlo pero no pude, me encogí de hombros y me senté a hojear una revista para quitarle importancia, pero vamos, también lo culpaba por todo esto.

No a Edd en sí , al cáncer, todo era culpa del maldito cáncer.

Saqué mi móvil y comencé a mensajear con Romeo, luego de lo que pasó en D'angelos, aquel día, tomó la costumbre de hablarme a diario. Desde el buen día, hasta el buenas noches, creo que si no lo echaban era porque trabajaba para sus tíos, vamos que todo el día nos mandábamos mensajes sin sentidos, a veces solo intercambiábamos emoticones o letras, era como una necesidad de saber que el otro estaba del otro lado y estaba atento a ti.

No lo sé, no sabía explicar que me pasaba con Romeo, pero me gustaba, cada vez que recibía un mensaje suyo sentía una calidez alojándose en mi estomago, hasta comenzaba a acostumbrarme a que me llamara Amore, en secreto me gustaba, a veces iba a hacerle compañía mientras trabajaba, luego me acompañaba andando hasta casa, pero eso era todo, nos robábamos un par de besos en el callejón de camino, pero nada de otro mundo y sin embargo, había hecho que mi mundo se sintiera diferente, de hecho cada vez que me sentía mal solo le hablaba y el chico italiano conseguía cambiarme el humor sin darse cuenta.

Como esa tarde de noviembre en la que intentaba ignorar a mi hermano.

Muy en el fondo, llegué a preguntarme si no hubiera sido mejor que se terminara todo de una vez. Fue solo un segundo, un pensamiento que se coló en mi conciencia, un pensamiento que nunca iba a perdonarme.

No era su culpa. ¿de acuerdo? No lo era. Solo era una sumatoria de mierdas que parecían no acabar.

Así que fue simple, dos semanas después estábamos armando las cajas de la mudanza. No esperaba que fuera tan rápido, pero Mónica había conseguido compradores directos. Una pareja homosexual con un niño de unos 7 años que parecía jodidamente amargado. Destilaba veneno y eso que no había llegado ni a la adolescencia, lo juro, intenté ser simpático con el crío cuando le mostré la casita del árbol, pero lo único que hizo fue mirarme con sus ojitos negros como si fuera un idiota.

Una parte de mi (Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora