Tres meses después...
Aire, esa sensación tan pura de poder llenar tu cuerpo, tus pulmones de algo tan especial y vital, de algo tan único e increíble en la vida.
Aire, aire era lo que respiraba la rusa pelirroja en ese parque tan solitario que conformaba aquella residencia en donde vivía ahora. El pasto color verdoso y los arbustos llenos de flores le daban un toque de magia a esa pequeña parte de tierra.
-Hey, linda. -una voz hizo que Natasha volteara y sonriera para después caminar hacia la dueña de la voz -Hice galletas. -señaló su casa -¿Quisieras algunas?.
Natasha sonrió. Eiza había sido un gran apoyo todo ese tiempo para ella. Era más que su vecina, se había vuelto su amiga y un péndulo en su embarazo.
-Claro que si. -Contestó feliz. Las galletas habían sido su debilidad desde la noticia de su embarazo.
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.Miedo profundo, miedo real, miedo que penetra los huesos hasta la espina misma, miedo frío que te cala el cuerpo, miedo y tensión tenía en ese momento.
Sabía que lo que estaba a punto de hacer podía costarle caro su felicidad misma, pero también sabía que el rubio centinela había tenido que ver con esa parte de ella misma. Y es que no quería darle lo mismo que tuvo a su hijo, no quería que sufriera lo que ella sufrió cuando era una niña, ella misma sabía que dolor crecer sin padres, sabía la frustración de no poder contarle a alguien de sus problemas y que esa misma persona le diera los consejos.
La rusa pelirroja de ojos verdes era una maldita persona sin corazón, sí, sabía que todo el daño causado por el padre de su hijo nunca iba a poder ser borrado, pero eso no era una excusa para ocultarle su embarazo.
Se encontraba sentada en ese café de la Quinta Avenida, en ese café en donde había pasado tantos momentos juntos. Café rústico y chapado a la antigua, un café como de los años de Steven Rogers.
Nervios reflejaba sus manos, jugueteaba con aquellos sobres de azúcar que ya yacían sobre su mesa. Y es que si nos ponemos a pensar, para la pelirroja era una liberación contarle al rubio que sería padre.
Ella sabía muy en el fondo que para Steve tener un hijo era su mayor anhelo en la vida. Y ahí comenzó de nuevo.
Los nervios la volvieron a atacar y su cabeza comenzó a jugar con ella. No podía sacarse de la mente el hecho de que Steve no peleara por ella, por el hecho de que no buscara una manera de cómo traerla de vuelta, molesta por el hecho de que tal vez su hijo no sería el primero en su vida, y es que pensaba en esa vida perfecta que llevó con el amor de su vida, claro que si, ella era masoquista.
Pensar que Steve y Peggy había llevado la vida que tanto habían soñado desde el primer momento en el que se conocieron la hacía insegura de sí misma, insegura de cómo reaccionaría el rubio y de cómo reaccionaría ella si él metía la pata.
Iba y venía en la sala de su nuevo hogar, en las manos llevaba su celular y en la pantalla podía verse un hombre escrito. Estaba entre llamarlo o quedarse ella misma con la noticia y la emoción, pero ella ya no era egoísta y quería cambiar eso para la llegada de su bebé.
Sabía que tanto el rubio y ella habían tenido que ver en la creación de ello, así que por lo tanto tenía la obligación y al menos decirle que sería padre.
Se quitó el miedo y con un solo roce en el botón verde la llamada comenzó a sonar.
Un timbre.
Dos timbres.
Tres timbres.
Y esa voz inundó todo lugar. Todo comenzó tan rápido y a la vez se volvió tan lento y pacífico que ella se quedó sin palabras.
Volvía a ese mismo y maldito efecto que él tenía sobre ella.
Y es que escuchar de sus labios su nombre era una droga.
Salió del shock, si, le avisó día, hora y lugar para verlo; colgó la llamada.
No sabía si él iría, si había escuchado bien o siquiera otra cosa. Sólo necesitaba salir de ahí.
Su mente volaba como si de ojas de verano se tratasen. Un ir y venir y sus manos ya estaban en su ya abultado y pequeño vientre. En ese vientre en donde descansaba su bebé; un varón.
Una sonrisa se plasmó en su rostro y es que el trimestre de peligro ya había pasado, su bebé había aguantado.
Bajó sus ojos y se vió un momento; le gustaba estar embarazada, sí señor.
Un sonido de una puerta abriéndose y una campanilla sonar la sacaron de sus pensamientos. Su vista viajó hacia el hombre alto y rubio que había cruzado ésta; Steve.
Sus miradas se cruzaron y Natasha solamente puedo hacerle una seña de que lo estaba esperando. El americano cruzó la puerta y el espacio que los separaba para que cuando llegara se sentara de frente a ella.
-Nat.
Si éramos sinceros, ella sabía que no quería que él dijera nada, ella quería tomar las riendas de ese asunto y así sería.
-Estoy embarazada. -Soltó como balde de agua helada -Cuandó volví de Vormir, bueno, ya sabes o te imaginas qué ocurrió. Sentí que debías de saberlo.
Y de ahí solamente se forjó un silencio incómodo entre ambos. El rubio solamente tenía la mirada fija en el vientre de la pelirroja, y ella solamente quería saber si esto sería bueno para ambos. Y es que para ella esta noticia es lo mejor del planeta, pero no sabía si para el rubio sería lo mismo.
Al rededor de unos diez minutos en silencio habían pasado y la pelirroja se estaba desesperando.
-Sólo quería que supieras, sino quieres hacerte cargo, no voy a culparte.
Tomó su bolso y salió lo más rápido que pudo ese lugar.
El aire se coló por sus huesos y caminó directo hacia su auto, claro que si, necesitaba llegar a su casa, quería llorar, necesitaba llorar.
Insuficiente y estúpida era como se sentía en ese momento. Pensar que Steve iba a reaccionar diferente, que iba a reaccionar de una forma tan especial y única como siempre soñó...
Antes de subir a su auto una mano la jaló.
Steve la había abrazado.
-Quiero formar parte de su vida, claeo que si. -Le susurró -Quiero a mi hijo, a nuestro hijo en mi vida.
◇
En serio lamento poder actualizar hasta ahorita, pero he estado llena de tarea en la universidad y de mil cosas que me han pasado.
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Alma Pura
RandomDespués de que todo hubiese salido como esperaron, o bueno, casi todo... No todo volvió a ser lo mismo desde que vencieron a Thanos, perdieron mucho en el camino, pero tratarán de volver por ello.