Capítulo 3. Tercera noche

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El viento sopla esta noche demasiado fuerte contra las ventanas de mi habitación.

En la oscuridad se crea una atmósfera asfixiante. Tosca.

Doy mil vueltas en la cama. Pero algo me aprieta los pulmones. No consigo respirar.

Es el agobio propio de un animalillo enjaulado.

Cuesta demasiado obviar los límites de este mundo nuestro, humano.

Es ilegal escapar de las obligaciones.

Es ilegal escapar del gentío.

Es ilegal escapar de uno mismo.

Nos tienen a todos controlados. Encerrados en las normas. En el bien común.

Es imposible salir cuerdo de la libertad absoluta que ansío.

Mi monstruo esta noche está inquieto. Tampoco puede dormir.

Su inmensidad ha comenzado a levantar un poco el colchón de mi cama. Estoy suspendida.

Pero la altura me hace respirar mejor.

Estiro el brazo y una de mis manos se asoma por el borde de la cama.

Unas garras enormes y oscuras reflejan mi gesto. Ahora sé que puede escucharme.

- ¿Cuál es tu nombre?

Su voz suena increíblemente humana cuando responde:

-Deberías ser tú misma la que pusiera nombre a sus peores miedos.

Miro al techo agitada. Y un solo nombre comienza a resonar dentro de mi cabeza.

-Gmork

Siento a mi monstruo arrastrase debajo de mi cama. Una de sus enormes garras asoma por el borde del colchón y con una enorme lentitud, araña en la moqueta, hasta que deja escrito su nuevo nombre.

-Gmork ¿Tú eres libre? - Pregunto a la densa oscuridad de mi habitación.

-La noche y el miedo siempre han sido libres.

-Y, sin embargo, no abandonas el hueco de debajo de mi cama.

La profundidad de Gmork se hincha. Casi parece que ocupa la habitación entera. Y mi pecho se hunde aún más. A penas puedo respirar.

Necesito gritar muy fuerte cuando siento peso a los pies de mi cama.

Está subiendo.

Viene a por mí.

Pero ningún sonido consigue abrirse paso a través de mi garganta cerrada.

Me cubro por completo con las sábanas y me quedo muy callada. Quietecita.

Gmork avanza. Noto sus garras a ambos lados de mi pequeño cuerpo.

Su aliento me roza las mejillas a través de la sábana.

- ¿Quieres ser libre, niña? -Y su voz suena como el viento que golpea mis ventanas.

Despego los párpados que mantenían mi vista nublada y veo en la oscuridad, dos pequeños ojos amarillos observándome a escasos centímetros.

Su aliento huele a sangre. A mi sangre.

-Sólo hay una manera de ser libre para siempre.

Morir.

No puedo creer cómo las siguientes palabras consiguen salir de entre mis labios:

-Mátame.

Una risa que parece sacada del mismo infierno inunda mi habitación y mis oídos.

Gmork abandona mi cama, no sin antes dejarme algunas heridas por el cuerpo.

Vuelve a ocupar el hueco entre el colchón y la moqueta.

-No estás lista para morir, niña.

E𝓁 𝓂𝑜𝓃𝓈𝓉𝓇𝓊𝑜 𝒷𝒶𝒿𝑜 𝓂𝒾 𝒸𝒶𝓂𝒶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora