Capítulo cinco. Quinta noche

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Un calor pegajoso estanca el oxígeno respirable en mi habitación.

Esta noche tengo miedo. Y no por la amenaza latente debajo de mi cama.

No por monstruos.

No tengo miedo a morir.

Ni tengo miedo de mí misma.

Esta noche temo a la pérdida. Tengo miedo a que me arrebaten a las personas a las que amo.

"El amor no es posesión" Me repito. Pero ¿Y si el amor te posee a ti?

Una persona a la que amo está a punto de morir. Me la quitan, me la arrebatan. Y no dejo de luchar incansablemente contra la invisible amenaza de la muerte.

Me contemplo a mí misma, con ojos lobunos, con piel espesa y suave, con garras, con la voz de mi monstruo. Y me doy cuenta de que todos somos lobos aquí, en este mundo humano. Todos aullamos silenciosamente a la luna cada noche, todos corremos sin descanso, creyendo volar, creyendo ser libres. Todos deseamos morder y despedazar a nuestros enemigos.

La muerte es mi enemiga esta noche. Pero no puedo morderla, no puedo arrancar la piel de sus huesos, no puedo llenar el mundo con su sangre.

La muerte es una zorra. Y en el mundo de los lobos no hay sitio para los zorros.

Me invade la ira. Me pongo de pie sobre el colchón de mi cama y en la oscuridad comienzo a arrancar con frustración todos los libros de las estanterías y a arrojarlos con todas mis fuerzas a la silenciosa y oscura boca de la noche.

Grito. Grito tanto que dejo de escuchar el sonido del mundo.

Y lloro. De impotencia, de rabia.

La monstruosa voz de Gmork lucha por llegar a mis oídos.

- ¿Contra qué luchas, niña?

Una bocanada de aire entra rápidamente en mis pulmones, y se estanca, asfixiándome.

- ¿Contra la muerte?

Sigo paralizada. No veo a Gmork, pero de pie sobre mi cama como estoy, una de sus garras está sujetando mi tobillo derecho.

-O quizá... ¿Luches contra ti misma?

Gmork clava sus grandes garras en mi carne y comienzo a sangrar. Y todo se vuelve rojo.

La risa de mi monstruo invade mis tímpanos. Grande, estruendosa, profunda, oscura y penetrante. Y a la vez tan silenciosa como el sonido que hace una serpiente al reptar por el caluroso desierto.

-No te das cuenta, niña. Que la muerte sois todos vosotros, vive en vosotros, se alimenta de vosotros.

No es real. No es real. ¿No es eso lo que intenta decirme?

-Yo soy la muerte, niña.

Yo le alimento. Su existencia se debe a la mía. Gmork.

Y me dejo vencer por las sombras. Me acuesto en la cama, ensangrentada, dolorida y harta de rabiar contra la nada.

Una garra me prende con fuerza de la camiseta y me arrastra lentamente hasta el borde de la cama. Poco a poco, el olor almizclado que desprende comienza a asfixiarme.

Y cuando estoy en el borde justo del colchón, me suelta.

No tengo fuerzas para moverme y me quedo paralizada.

-Esta noche dormirás conmigo- Sentencia.

Y un vómito con sabor a sangre se independiza de mi cuerpo, desgarrando mi garganta y asfixiándome, hasta que me deja inconsciente.

E𝓁 𝓂𝑜𝓃𝓈𝓉𝓇𝓊𝑜 𝒷𝒶𝒿𝑜 𝓂𝒾 𝒸𝒶𝓂𝒶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora