Capítulo 22. Vigésimo segunda noche

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Subo corriendo las escaleras. Entro en mi habitación. Tan solo tengo que cerrar la puerta a mis espaldas para que las náuseas que acumulo acaben en un vómito convulsivo.

Mi cuerpo se revela contra mí desde dentro. No soporta pertenecerme. Trata de escaparse de mí en forma de arcada.

Temblando, me dirijo hacia el espejo colgado en la pared.

Me observo. Pero no sé lo que veo. Y se me ocurre desfigurarme la cara a cabezazos contra el cristal.

Ahora puedo decir que soy algo: Soy un monstruo con la cara ensangrentada.

- Gmork ¿Quién soy yo? – Grito a la oscuridad.

Unas garras afiladísimas rodean mi garganta.

- Han pasado tres años, niña. Y sigues aquí, temblando como una estúpida. Destrozándote. Porque no quieres aceptar la verdad.

- ¿Cuál es esa verdad?

- Que ya estás muerta.

Me miro al espejo de nuevo, pero no veo absolutamente nada: He desaparecido.

- ¿Cuánto tiempo llevo muerta, Gmork?

Las garras comienzan a hundirse en mi cuello. Escucho sus fauces abrirse despiadadamente, preparadas para devorarme.

- Llevas muerta veinte años.

La sangre emana de mi cuerpo a borbotones.

- Y seguirás estando muerta, hasta que decidas vivir.

Las lágrimas, al igual que la sangre y el vómito, se independizan de mi cuerpo. Nada quiere ser parte de mí.

- No puedo vivir si no sé quién soy.

Una risa estruendosa sacude el suelo a mis pies, y a punto estoy de perder el equilibrio. Pero las garras de Gmork se encuentran tan hundidas en mi piel, que consigue sostenerme en el aire.

- Te equivocas, niña. Aprendes quién eres viviendo. Pero eres cobarde.

Una llama se enciende en mi interior.

- No me llames cobarde.

Mi monstruo se echa a reir de nuevo.

- Es lo que eres. Cobarde y estúpida.

Mi sangre deja de emanar de mi cuerpo y lleva a cabo el trayecto inverso. Mis heridas empujan las uñas de Gmork clavadas en mi piel hacia fuera.

- ¡Estúpida, estúpida, estúpida!

Su risa estruendosa enciende la mecha de algo que explota dentro de mí.

- NO SOY ESTÚPIDA.

Me giro bruscamente y me quedo mirando unos penetrantes ojos amarillos. Siento el aliento del monstruo en mi cara. Está muy cerca, demasiado cerca.

Sus ojos no dejan de sostenerme la mirada. Su pupila es una fina línea, que separa el amarillo de su iris en dos mitades.

- No soy estúpida. Ni cobarde.

Las zarpas de Gmork me agarran del cuello y me levantan en peso. No puedo respirar.

Mis pulmones agonizan, en busca de oxígeno.

Me duele todo el cuerpo.

Ya no siento los dedos de los pies.

Y justo cuando empiezo a perder la conciencia, un último suspiro sale de mi faringe aplastada. Un suspiro que se torna grito. Un grito que hace que toda mi habitación se sacuda:

- ¡NO!

...

...

Cuando despierto, tengo la cara pegada contra la moqueta. Me duele el cuello, pero ya no están las zarpas que me impedían respirar.

Me incorporo.

La voz de Gmork suena débil, desde el hueco de debajo de mi cama:

- Sólo está con vida aquel que reconoce quién es por sí solo. Sólo está con vida aquel que no es lo que los demás dicen que es.

Me arrodillo en el suelo, agotada. Una lágrima silenciosa recorre mi mejilla.

- No estoy muerta, Gmork. – Afirmo, con toda la seguridad de lo que soy capaz.

- No lo estás, pequeña niña.

E𝓁 𝓂𝑜𝓃𝓈𝓉𝓇𝓊𝑜 𝒷𝒶𝒿𝑜 𝓂𝒾 𝒸𝒶𝓂𝒶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora