12. Un espía adorable

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Los eventos prenúnciales ya habían terminado y faltaba más de un mes para la boda por el civil, pero eso no significaba que todo este mes sería de descanso y flojera, no, estaríamos entre preparativos y algunas salidas.

Elizabeth y yo saldríamos hoy de compras solamente como un "descanso-bien-merecido-ya-que-no-saldríamos-de-vacaciones-solas", sonaba absurdo pero la verdad es que si quería un día con mi mejor amiga por lo que acepté. Y es por eso que estamos entrando al centro comercial como si no lo hubiéramos visto en décadas.

-Vamos, no ah sido tanto tiempo -dijo la rubia cuando vió mi cara.

-¿No? -la miré cuestionándola.

-No, -respondió como si nada.

-Un mes, ¡Creo que ya olvidé lo que se siente comprar! -estaba exagerando pero era divertido molestarla.

-¿Y esa será tu excusa cuando te pregunten por qué compraste todo el centro comercial?

-Exactamente.

Era una típica rutina de compras entre mejores amigas, entrabamos de tienda en tienda probándonos toda la ropa que nos gustaba y en algunas comprábamos algo.

El centro comercial era algo grande, tenía cuatro pisos, las paredes eran color marrón de esas que tienen aspecto de estar hechas de barro, el suelo era blanco y de esos en los que te resbalas si no caminas con cuidado, y cada cinco metros había una planta enorme que probablemente tenían mi altura. Había múltiples fuentes circulares planas de las que puedes llegar al centro resbalándote por un lado ya que no eran profundas sino que casi parecían tener un centímetro de profundidad en el centro.

Solo llevábamos una hora pero Elizabeth quería descansar debido a sus tacones realmente altos pero ella desistía de quitarse ya que eran demasiado lindos como para no usarlos, y por eso me obligó a sentarme con ella en una fuente para poder descansar.

-¿Ya descansaste suficiente? -le pregunté.

-Emily, -me miró seria-, solo llevamos dos segundos sentadas.

-Pero se sienten como si fueran una eternidad.

-A veces tu hiperactividad me molesta -dijo llevándose los dedos al puente de la nariz.

-No soy hiperactiva...

-¡Oferta de zapatos! -gritó señalando hacia mi derecha.

Salté rápidamente y corrí en la dirección en que había señalado mi amiga, pero vi que no había ninguna tienda de zapatos me detuve en seco y volté lentamente a ver a la rubia quien seguía sentada con una gran sonrisa en su rostro.

Me acerqué a ella torciendo los labios en señal de enojo. -¿Quién tiene hiperactividad?

-Eso no prueba nada, tu también hubieras corrido por una oferta -recriminé.

-Emily, -inició con su argumento-, saltaste como un metro y luego corriste más rápido que un corredor profesional a pesar de que ya habíamos caminado una hora cargando bolsas.

-Eso no es hiperactividad, es tener una buena condición física... Pero eso me recuerda, llamaré a mi hermano para que venga por las bolsas y las lleve a la casa.

-¿No tiene problemas con hacernos el favor? -preguntó Elizabeth.

La miré con cara de pocos amigos, -lo ah hecho desde que tenemos catorce ¿y justo ahora te preguntas si no tiene problemas con ello?

-Cierto, llámale.

Eso hice y mi hermano acordó de pasar dentro de un par de minutos, que me enviaría un mensaje en cuanto llegara.

Del odio al amor hay un solo veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora