Capítulo 29

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-Al templo -contesto Acoalt

Se lo llevaron cargando entre varios de mis hombres y a mí me subieron a un caballo, estaba totalmente perdida no sabía si lo que estaba viviendo era real o solo era una maldita pesadilla, mi vista estaba nublada por las lágrimas, lo único real que podía sentir en ese momento era el movimiento del caballo, no escuchaba nada, no veía y el corazón me dolía, no me entere de cuando llegamos, ni cuando me bajaron del caballo, de un momento a otro cuando por fin reaccione, sentí que Acoalt me estaba sentado en una cama y en ese momento pensé que tal vez todo había sido un sueño, que me desmaye o me hirieron en la batalla y que Santiago estaba ahí en algún lugar

-Te traeré un té para que te calmes

-¿Donde esta Santiago? -lo mire directo a los ojos, ojos que me mostraban dolor y compasión

-Eri, no te hagas esto

-¿Dónde está? -le grite y una lagrima cayo por su mejilla-. Acoalt dime que es una maldita pesadilla, dime que está vivo

El negó con la cabeza, trató de decir algo pero no pudo y se fue, me quede sentada con la mirada clavada en el suelo viendo como mis lágrimas caían, Acoalt entro de repente y puso en mis manos un jarro con un líquido naranja, me dijo algo pero no le entendí, después se fue.

Seguí mirando el líquido del jarro hasta que mis ojos se fijaron en el anillo que Santiago me había dado. Una terrible furia se apodero de mí, me levante de la cama y lance el jarro a la pared haciéndolo mil pedazos, tome una silla de madera que estaba al lado de la cama y la golpe contra el suelo hasta que se rompió, rompí cuanta cosa se me puso enfrente, gritando y maldiciendo hasta que la fuerza en mí cuerpo me abandono y caí de rodillas sollozando, de repente mis ojos se posaron en mis manos y vi que aún tenían la sangre de Santiago, las empecé a frotar con desesperación para limpiar la sangre, para después dejarme caer contra el suelo y llorar, me sentía tan mal, me dolía el pecho, no podía respirar bien, sentía que me estaba volviendo loca y que poco a poco me moría por dentro.

Incada, con la frente contra el suelo, los puños cerrados golpeado el piso, mientas gritaba y lloraba desconsolada fue lo único que hice por alrededor de cuatro horas, escuché unas voces en el pasillo pero no me importaba

-¿Como está?

-Muy mal, desde que llegó ha estado gritando y llorando, temo que ha perdido la cordura

-Tranquilo, veré como esta

-Bien, gracias. Me alegra que estés aquí para apoyarla, hoy más que nunca te necesita

En eso alguien entró al cuarto pero no quería ver quien era

-Mi niña -oí la voz de mi nana

Me enderece y la vi que entraba por la puerta corriendo hasta donde estaba y luego me abrazo

-¿Nana?

-Si mi niña, aquí estoy -me abrazaba dulcemente

-Me dejo nana, me dejo

-Lo se mi niña, tranquila, ya estoy aquí

-No puedo vivir si él no está conmigo nana, no puedo

Ella solo me abrazo mas fuerte hasta que logre tranquilizarme un poco, estaba sollozando como una niña pequeña en los brazos de mi nana

-Está todo listo -escuche la voz de Acoalt

-¿Para qué? -pregunte un poco más calmada

-El entierro -contesto él y bajo la mirada

"El entierro", esas dos palabras bastaron para que rompiera en llanto y me aferrara más a mi nana

-No creo que deba ir -le dijo mi nana

La última princesa azteca Donde viven las historias. Descúbrelo ahora