Prólogo

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Jennie

Paso a través de las puertas, a sabiendas de que será la última vez.

En el elevador, presiono el número tres, viéndolo iluminarse por última vez.

Las puertas se abren en el tercer piso y le sonrío a la enfermera de guardia, observando su expresión mientras ella se apiada de mí por última vez.

Paso el cuarto de suministros, la capilla y la sala de descanso de los empleados, todo por última vez.

Sigo por el pasillo, manteniendo la mirada al frente y mi corazón valiente mientras toco suavemente la puerta, esperando oír a Chinmae invitándome a pasar una última vez.

—Adelante. —Su voz está, de alguna manera, todavía llena de esperanza, y no tengo ni idea de cómo.

Se encuentra en la cama, acostado sobre su espalda. Cuando me ve, me consuela con su sonrisa y levanta la manta, invitándome a unirme a él. La baranda ya está baja, por lo que me subo a su lado, envolviendo mi brazo sobre su pecho, y enganchando nuestras piernas juntas. Entierro mi cara en su cuello, buscando su calor, pero no puedo encontrarlo.

Él está frío hoy.

Se ajusta a sí mismo hasta que estamos en nuestra posición habitual, con su brazo izquierdo debajo de mí y el derecho arriba, tirándome hacia él. Le toma un poco más de tiempo de lo que usualmente lo hace sentirse cómodo, y me doy cuenta del aumento de su respiración con cada pequeño movimiento que hace.

Trato de no percibir estas cosas, pero es difícil. Estoy consciente de su creciente debilidad, de su piel ligeramente más pálida, y de la fragilidad de su voz. Todos los días durante el tiempo que tengo con él, puedo ver que está alejándose de mí y no hay nada que yo pueda hacer al respecto. Nadie puede hacer nada, excepto verlo suceder.

Hemos sabido durante seis meses que iba a terminar de esta forma. Por supuesto que todos rezamos por un milagro, pero este no es el tipo de milagro que sucede en la vida real.

Mis ojos se cierran cuando los labios fríos de Chinmae encuentran mi frente. Me he dicho a mí misma que no voy a llorar. Sé que eso es imposible, pero al menos puedo hacer todo lo posible para evitar las lágrimas.

—Estoy muy triste —susurra.

Sus palabras se sienten tan fuera de lugar de su carácter usualmente positivo, pero me consuela. Por supuesto, no quiero que esté triste, pero ahora mismo, también necesito que se sienta triste conmigo. —Yo también.

Nuestras visitas a lo largo de las últimas semanas, en su mayoría, estuvieron llenas de risas y conversaciones, no importa qué tan forzadas. No quiero que esta visita sea diferente, pero saber que es la última hace que sea imposible encontrar nada de qué reírse. O hablar. Me dan ganas de llorar y gritar con él sobre lo injusto que esto es para nosotros, pero implicaría empañar esta memoria.

Cuando los doctores de Seúl dijeron que no había nada más que pudieran hacer por él, sus padres decidieron trasladarlo a un hospital en Busan. No porque estuvieran esperando un milagro, sino porque toda su familia vive en Busan, y pensaron que sería mejor si él pudiera estar cerca de su hermano y de todos los demás que lo amaban. Chinmae se había trasladado a Seúl con sus padres apenas dos meses antes de que empezáramos a salir, hace ya un año.

La única manera de que él estuviera de acuerdo en regresar a Busan era si me permitían ir también. Fue toda una batalla finalmente lograr que nuestros padres se pusieran de acuerdo, pero Chinmae sostuvo que él era quién iba a morir, y que se le debía permitir dictar con quién estar y qué ocurriría cuando llegara ese momento.

CONFESS || JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora