Cinco Años Antes

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Lalisa

Estoy sentada en el suelo del pasillo, al lado de la habitación de hospital de mi padre. Observo mientras ella sale de la habitación de la par. —¿Solo las estás tirando? —pregunta con incredulidad. Sus palabras están dirigidas a la mujer que salió al pasillo. Sé que el nombre de la mujer es Sunghee, pero sigo sin saber el nombre de la chica. Sin embargo, no por falta de intentos.

Sunghee se da la vuelta, y veo que sostiene una caja en sus brazos. Baja la mirada hacia el contenido y luego la levanta de vuelta a la chica. —No ha pintado en semanas. Él no les da ningún uso y simplemente ocupan espacio. —Se da la vuelta y pone la caja en el escritorio de las enfermeras—. ¿Puede encontrar un lugar para tirar estas? —le dice a la enfermera de turno.

Antes de que la enfermera esté de acuerdo, Sunghee entra a la habitación y vuelve segundos más tarde con varios lienzos en blanco. Los pone en el escritorio junto a la caja, que ahora asumo contiene suministros para pintar.

La chica mira la caja, incluso después de que Sunghee reingresa a la habitación. Se ve triste. Casi como si decirle adiós a las cosas es tan difícil como decirle adiós a él.

La observo por varios minutos mientras sus emociones empiezan a salir poco a poco en forma de lágrimas. Se las enjuaga y mira a la enfermera —¿Tienes que tirarlas en la basura? ¿No puedes... al menos dárselas a alguien?

La enfermera escucha la tristeza en sus palabras. Le sonríe cálidamente y asiente. La chica asiente en respuesta, luego se voltea y hace su camino de regreso a la habitación.

No la conozco, pero probablemente tendría la misma reacción si alguien fuese a tirar algo de mi papá.

Nunca he intentado pintar, pero dibujo en ocasiones. Me encuentro a mí misma parándome, caminando hacia la estación de enfermeras. Miro la caja llena de varios tipos de pinturas y pinceles —¿Puedo...?

La oración ni siquiera ha acabado de dejar mi boca cuando la enfermera empuja la caja hacia mí. —Por favor —dice—. Tómala. No sé qué hacer con ella.

Agarro los suministros y entro a la habitación de mi padre. Los pongo en el único lugar disponible del mostrador. El resto de su habitación está llena de flores y plantas que han sido entregadas en el último par de semanas. Probablemente debería hacer algo con ellas, pero todavía tengo esperanza de que despierte pronto y las vea.

Después de encontrar un espacio para los artículos de arte, camino a la silla junto a la cama de mi padre y me siento.

Lo observo.

Lo observo.

Lo observo por horas, hasta que me aburro tanto que me paro y trato de encontrar algo más que mirar. A veces me quedo mirando el lienzo en blanco sobre la mesa. Ni siquiera sé por dónde empezar, así que me paso todo el día siguiente dividiendo mi atención entre mi padre, el lienzo y los paseos ocasionales que doy por el hospital.

No sé cuántos días más de estos puedo soportar. Es como si ni siquiera puedo llorar por la muerte de ellos hasta saber que él es capaz de llorar conmigo. Odio que tan pronto como despierte —si es que despierta— seguramente tendré que repasar hasta el último detalle de esa noche, cuando lo único que quiero hacer es olvidarla.

—Nunca mires tu teléfono, Liz —dice.

—Mira la carretera —dice mi hermano desde el asiento trasero.

—Usa la luz intermitente. Manos a las diez y dos. Mantén la radio apagada.

Yo era completamente nueva en manejar, y cada instrucción que salía de sus bocas me recordaban eso. Todas menos la única que me hubiera gustado que me dieran. —Ten cuidado con los conductores ebrios.

CONFESS || JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora