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Palacio de Atenea

-¡Oh!, ¿pero donde te escondes Medusa?.- Dijo una anciana pueblerina.

-No estoy escondida, es solo que los hombres de allá no me agradan, me ven con morbo y me incomoda.- Dije un poco sonrojada

-Pero Medusa, solo ignórales.

-Lo he intentado, créame que lo hago, pero aun así resulta asqueroso que lo hagan.- Dije enojada.

Odiaba la idea de que el hombre, por el simple hecho de creerse superior, se creyeran con el derecho de poseer a cualquier chica. Era sencillamente desagradable.

-Vamos querida, Atenea te protegerá, no tienes nada que temer.- Dijo la anciana quien comenzaba a tirar de mi brazo para llegar de nuevo al altar donde oficiaria una misa a la Diosa de la sabiduría y la justicia.

-Bien.- Dije realmente sin ánimo.

Llegué al naos (planta del templo), donde se encontraban algunas personas quienes asistían a la misa de Atenea. Algunos levantaban la mano como gesto de saludo el cual amablemente les devolvía. Algunos otros hombres me veían con picardía, a quienes solo ignoraba como la anciana me había dicho. Miré entonces un rostro nuevo, un joven que al parecer algunos ancianos reconocieron pero el chico negaba con la cabeza, a lo que pensé que seguro le confundían con alguien.

El chico era bello. Tallado por los mismos dioses, era atlético y encantador, su sonrisa era la más hermosa y esos ojos color del mar. Jamás había mirado a un joven así antes, pero sabía que era incorrecto pues no podía enamorarme debido a mi devoción hacia la Diosa Atenea.

Comencé la misa y los pueblerinos me prestaban total atención. Sabia que muchos iban por fé y devoción, pero era fácil identificar a quienes solo iban por verme a mi, y eso me daba una rabia horrible, ¿como podían faltarle al respeto al templo, a la Diosa y a mí?.

Muchos me consideraban loca por mis ideales y mis ganas de llegar a una igualdad entre hombres y mujeres, pero siempre me decían que estaba loca, que no lo dijera en voz alta. Y no era para menos, realmente estaba loca quizá, pero no importaba, al final era feliz, y si realmente me ponía a pensar a profundidad en el camino que escogí como sacerdotisa de Atenea era el hecho de que ningún hombre me iba a poseer. No quería ser un objeto para el placer masculino, así que en corta forma permanecer virgen y devota me daba la opción de escogerme a mi y no que alguien más lo hiciera. Eso me hacia inmensamente feliz.

MEDUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora