Ojos oscuros en un rostro peligroso
Eres un hermoso asesino
Pasamos por los mismos lugares
No tienes una vida, tienes sangre en las manos
Duermes tranquilo en las noches y no lo entiendo
No sé mucho de ti, eres un hombre buscado.
Puedes gritar mi nombre y llegaré enseguida
Tal vez dejaré que me dispares
Porque eres un hermoso asesino con un hermoso rostro
Y no dejarás rastros.
No puedo hablar con un arma en mi boca
Tal vez eso es lo que siempre has soñado
Porque eres un hermoso asesino con unos hermosos ojos...
Y amo tu disfraz.Beautiful Killer by Madonna.
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JunMyeon me recibió sorprendido y algo aturdido, pero no estaba molesto. Observó la mochila que yo cargaba en el hombro, y por el contrario, noté un atisbo de alivio de poder verme; sonrió relajado y me invitó a entrar con naturalidad cuando le dije que necesitaba disculparme con él antes de irme del pueblo; que debía despedirme tanto de él como de YiXing. Nos sentamos en los sillones de la sala, donde mi basural discurso, se basó en la culpa que me invadía y cuánto deseaba nunca haber pasado por aquella vergüenza y estupidez. Algo que era muy cierto, pero que no le hubiese confesado de no ser por los planes que ya tenía con KyungSoo.
Yo era la hipocresía en persona, disculpándome por algo que en verdad sentía, pero que no era del todo sincero; porque el arrepentimiento no venía por motivación propia, sino por KyungSoo, el Diablo tocando el timbre.
—Qué extraño —JunMyeon parpadeó y me miró perplejo—. Tal vez sea el cartero. En seguida vengo —se disculpó un momento y se levantó a abrir la puerta.
Claro que dos visitas tan cercanas en un día y en un lugar tan tranquilo, era algo curioso; sin embargo, apenas oí la voz de KyungSoo, me apresuré con sigilo a subir las escaleras rumbo a la habitación principal. Él ya me había dicho dónde podría buscar: en el último cajón en el fondo de la cómoda, debajo de la cama, o en alguna madera floja; pero todo seguía siendo más fácil de lo esperado... Quizá porque lo que vendría más adelante, sería dolorosamente, el triple de difícil.
La madre de JunMyeon tenía una vitrina de vidrio donde exhibía unas cajitas aterciopeladas, las cuales tomé y abrí para corroborar que tenían joyas. Una de ellas era exactamente la misma que KyungSoo me había “regalado”; el anillo seguía allí intacto, hermoso, tal y como tanto lo había apreciado en secreto y usado en mi habitación cuando nadie me veía. Admirándolo en mi anular, como si en un mundo paralelo, fuese el sello imborrable de que tenía un compromiso con KyungSoo. Mis ojos se iluminaron al notar dos gargantillas doradas, una la metí junto con otros tres anillos, en la mochila que traía, y la otra... La otra era para mi. Me había puesto dos pares de calcetines, porque aún si los odiaba y era verano, me eran imprescindibles para guardar algo en secreto y dentro de mi zapatilla, por si acaso a KyungSoo se le ocurría estafarme nuevamente.
Justo como iba suceder.
—¡JongIn, baja ya! —gritó en orden.
Me alarmé bastante, en realidad me desesperé; no sabía qué estaba pasando, no sabía si JunMyeon habría salido por algún otro motivo y lo había dejado solo en la casa, o ¿acaso KyungSoo me había delatado?
—¡Apresúrate, trae lo que encuentres y vámonos! —volvió a exigir.
Le hice caso y con terror, me acerqué al umbral de la escalera. KyungSoo me llamaba, sacudía la mano enguantada de blanco para que bajase de inmediato; miré alrededor en busca de un rastro de JunMyeon, pero no oía ni un paso ni un suspiro. Descendí con rapidez hasta la puerta, y pronto, KyungSoo me jaló de la mano hacia afuera.
—¿Conseguiste las joyas? —sonreía, mientras me arrebataba la mochila y yo daba mi última vista hacia dentro.
A la izquierda en la cocina, desplomado sobre la mesa, se repitieron escenas rojas de un pasado sin fin; la espalda de JunMyeon, se desbordaba en sangre a borbotones, el mango de un cuchillo sobresalía de su nuca. No pude reaccionar. No pude hablar. Otra vez estaba helado, sintiendo frío en pleno verano, sudando por el horror. Paralizado por la conmoción. Me dejé arrastrar, no por mi hermana quien me había encontrado de niño bañado en sangre en la despensa de KyungSoo; sino por él mismo, ya ambos adultos, y rumbo a su auto. ¿A dónde íbamos? No lo sabía. La única certeza que tenía, era que mi vida se había acabado.
Apenas nos habíamos alejamos unos cuantos kilómetros, cuando en medio de un tétrico silencio y una carretera inhóspita, KyungSoo me extendió una tarjeta.
—¡Tu nueva identificación!
Ni siquiera lo miré, pero su tono de voz era entusiasta, por lo que deduje su alegre sonrisa. Tomé el carnet plastificado, no sabía cómo había obtenido esa foto mía, probablemente había hurgado en mi casa en algún momento en que yo estaba en la florería. Pero cuando leí mi nuevo nombre, simplemente dejé caer en silencio las lágrimas, extendí mi brazo por la ventanilla, y solté esa falsa identidad para que quedase enterrada con el polvo de la ruta. Podría haberme convertido en muchas cosas diabólicas y prohibidas en el momento en que accedí a seguir a KyungSoo, pero jamás me convertiría en un usurpador.
Nunca podría ser «Lee TaeMin».
Desde el inicio, así había sido siempre.
Entregándome y enterrándome,
en la locura, al placer, únicamente a Do KyungSoo.
Odiándome,
amándolo.
Un cruel milagro,
un milagroso pecado.
Y no,
nada estaba destinado.Yo lo había originado.
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Memorias de una Orquídea 🌺 (KaiSoo)
Fiksi Penggemar¿Qué son estos treinta años cuando regreso a los trece y a aquél reencuentro? ¿Qué son estos treinta que tan sólo viéndolo pasar de largo a mi lado, en medio de la calle, en el centro de la ciudad y perdiéndose otra vez, me hace perderme a mi mismo...