Fatum

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—Lo siento mucho.

—Eran grandes personas.

—Muchos los recordaremos por su fortaleza y valentía.

Eran las mismas palabras que había escuchado una y otra vez durante las últimas horas.

¿Es que no sabían decir otra cosa?

Se mantenía de pie en aquel lugar como si de verdad estuviera presente, cuando la realidad era que su mente se encontraba muy lejos, era ese mismo lugar pero varios años atrás, cuando apenas aprendía a caminar, cuando aprendió a hablar, donde su papá le explicó que ella nunca necesitaría de ningún hombre para cuidarla, donde comenzó con su entrenamiento, la vez que su tío Eijiro tuvo que pedir perdón de rodillas  por que Reiki le cortó el cabello cuando descubrió de que trataba su peculiaridad.

"Nunca le dije que fue mi idea..."

—¿Todo en orden, mochi picante?

Esa pequeña pero significativa frase logró traerla de regreso al presente, a ella y al dolor que había estado guardando en su pecho durante todo ese tiempo. 

Su papá le había apodado así desde pequeña.

No tardó mucho para que las lágrimas comenzarán a correr por las mejillas de la joven heroína, quien, sin pensarlo si quiera, se lanzó directamente a los brazos de su padrino, tío y también suegro.

Eijiro únicamente atino a consolar a la joven que lloraba desconsolada en sus brazos dándole algunas caricias a la rubia cabeza. Reiki le hizo una señal con la mano para que sacará a la chica de aquel lugar, que el se haría cargo de todo hasta que ella estuviera lista para recibir a las que fueran a verle.

Con calma, Kirishima llevo a la joven hasta la que era su habitación de cuando era todavía una niña. La recordaba bastante bien pues Bakugou lo había obligado a ayudarle a pintar y preparar todo para la que sería su primera y única hija. Visualizó la puerta blanca con varios carteles pegados en esta; desde una cinta policial hasta el dibujo de una enorme granada junto a otro que parecía ser un planeta y encima de todo eso, un letrero con su nombre en colores naranja y rosa con algunas explosiones y estrellas como decoración.

Eijiro abrió la puerta dejando ver el interior de la habitación: Las paredes pintadas de un color melón con algunos reconocimientos colgados en la pared, una estantería con varios de sus trofeos y medallas que había ganado en lo largo de su trayectoria escolar, una cama individual con frazadas en tonos naranjas y sobre esta descansaban algunos animales de peluche. 

—¿Te sientes mejor, Hana? —Kirishima la tomo por el brazo izquierdo para guiarla hasta la cama para que pudiera descansar un poco.

La chica no podía articular palabra, el dolor estaba incrustado muy dentro de ella, la realidad de su perdida cobraba fuerza con cada respiro que daba. Odiaba sentirse de ese modo: débil, inútil, frágil.

 Su padre estaría muy molesto de verla así y buscaría al culpable de ello. 

¿Su padre se golpearía así mismo?

—Estoy seguro que tu padre esta muy molesto por verte así, Hana. —Kirishima se levantó de la cama y comenzó a dar algunos pasos por la habitación viendo las decoraciones— ¡Que recuerdos me trae este sitio! —Se detuvo junto a la ventana apoyando su mano sobre el marco de madera— Recuerdo cuando tu padre hizo esta ventana, casi destruye la pared con su explosión...

—¿Po-por que?... —Interrumpió lo que el mayor le contaba. De su pecho brotaba el llanto que llevaba guardando desde que recibió la noticia— Mi-mis padres...

—No lo sé Hana. —Observó por la ventana el jardín de la casa Bakugou, haciendo sus manos puños por el sentimiento de tristeza— Solo paso y... —Tragó el nudo de su garganta— Ya no están...

Ambos se sumergieron en un silencio pesado, cada uno perdido en sus propios pensamientos. La rubia recordaba su niñez y adolescencia en aquella casa mientras que el pelirrojo rememoraba los días de escuela con su mejor amigo y la novia de este.

—Todo... todo esto me parece tan irreal. —Murmuro después de un rato sin moverse de donde estaba de pie— Desde que tu padre se dio cuenta que gustaba de Uraraka, luego comenzó a salir con ella... —Una risa cansada salio de sus labios al recordar aquellos días donde aun eran estudiantes— Hasta que se casaron y luego naciste tú... Era tan extraño como natural verlos juntos... 

Supongo que estaba escrito que ambos debían estar juntos.

La heredera Bakugou solo pudo ocultar el rostro entre sus manos para apaciguar el llanto.

Kirishima se dedico a  ver el cuadro que estaba colgado en la pared cerca de la ventana. Una fotografía de Katsuki y Ochako cargando a una recién nacida frente a su nuevo hogar. El rubio se veía satisfecho consigo mismo, llevaba la sonrisa mas engreída que nunca le había visto, pero sus ojos estaban calmados mientras que Ochako desbordaba la ternura y felicidad que la identificaban desde siempre.

Él nunca lo entendió, tampoco sus conocidos, ni como o cuando fue que Ochako y Katsuki unieron sus manos para entrelazar sus caminos para siempre. Pero habían sido un noviazgo envidiable que rápidamente paso a ser un matrimonio fuerte antes de terminar en una familia increíble.

Katsuki y Ochako fueron fuertes. Fueron personas valerosas.


Fueron algo escrito que tenía que suceder sin importar como.

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