𝕮𝖆𝖕𝖎́𝖙𝖚𝖑𝖔 𝕯𝖎𝖊𝖈𝖎𝖓𝖚𝖊𝖛𝖊

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Autora Pov.


Fenrir tiró el cigarro al suelo y lo pisó mientras pasaba sus dedos por la fina daga de color negro, el filo de esta estaba tan afilado y bien cuidado que brillaba ante la luz de la lampara, reflejando la sonrisa macabra de Fenrir.

Movió su cabeza hacia donde estaban los otros dos hombres, estos entendieron perfectamente lo que quiso decir aun sin pronunciar ninguna palabra. 

Inmediatamente sacaron de una caja muy oxidada pero bastante grande un bozal metálico. Era del tamaño de sus cabezas y no era para nada un bozal normal. Era de un color gris oscuro y se abría por la mitad, dejando ver pequeños pinchos en su interior; brillaba tanto como la daga y los pinchos estaban incluso más afilados que esta; las correas que le seguían eran negras y rojas, pero estas tenían unos ganchos más grandes y finalmente una hebilla para engancharlo.

El mas bajo se rió mientras acariciaba el frío metal del bozal.

Remus los observaba con miedo, miró hacia Sirius con preocupación, quién no había apartado la mirada de él y sus gruñidos no habían cesado. La mirada del menor lo decía todo, Fenrir tan solo se rió.

—¿Sabes por qué no puede destransformarse? —dejó la daga y cogió una pequeña botella de cristal.— Tan solo es un pequeño somnífero... Pero quién diría que si los hombres lobo no estan completamente conscientes no pueden cambiar a su forma humana.

—Patéticos. —pronunció con desprecio.

—Tu... ¡D-Déjale, él no te ha hecho nada! —dijo Remus con toda la valentía que le quedaba.

Fenrir tan solo rió irónicamente, los dos hombres se acercaron a Sirius.

—¡No lo toquéis! ¡Basta! —le clavaron los finos pinchos en su hocico.— ¡Parad! —desesperado golpeó con todas sus fuerzas la jaula.

Sirius no podía moverse debido a la droga, sus gruñidos se mezclaron con gemidos dolorosos.

Cuando se aseguraron de que la parte del hocico estaba bien encajada, engancharon los ganchos a su cuello, introduciéndolos profundamente en su piel, haciendo que saliera mas sangre.

El sótano se inundó de súplicas por parte de Remus, gruñidos, gritos... Música para los oídos de Fenrir.

—Me encanta cuando te oigo llorar... —volvió a coger la daga. —Moved la jaula de esa cosa hacía la luz.

Sin dudarlo los hombres obedecieron a su líder, empujaron juntos la jaula en la que estaba Sirius hacia el centro de la habitación, quedándose a unos diez pasos en frente de la silla que estaba debajo de la lámpara que había dejado de parpadear.

Remus dejó escapar todo su aire cuando por fin pudo ver a Sirius, y no por alivio.

El lobo estaba desplomado en la jaula tal y como lo había visto en el principio, pero debido a la poca luz que había en ese rincón, Remus no vio las cadenas que atrapaban las cuatro extremidades de su cuerpo. Sus patas estaban encadenadas por unas cadenas el doble de grandes que las que el pequeño humano tenía, de ellas salía sangre de lo apretadas que estaban; en su cuello había otro collar metálico que tenía una cadena mas larga que sobresalía de la jaula, como si su función fuese la de una correa y del bozal... los pequeños pinchos habían desgarrado la piel de su hocico, del fino metal goteaba su sangre.

Las lágrimas en el rostro de Remus no tardaron en aparecer y se llevó sus manos a la boca para silenciar el sonido, tan solo ver el estado en el que se encontraba la persona a la que amaba le causaba un dolor en su corazón que no podía describir.

𝕯𝖚𝖑𝖈𝖊 𝖆𝖗𝖔𝖒𝖆 [Wσlfsταr]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora