xvii

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Mercy se quedó unos segundos mirando a sus ojos verdes antes de responder, temblorosa.

—Yo también lo hago, ¿cuál es la diferencia?

Michael, a pesar de todo, no esperaba una declaración tan directa. Parpadeó un par de veces, buscando procesar el asunto, claramente desorientado.

—Supongo que no lo sé.

—Sí lo sabes —Mercy insistió, cansada, dejando caer sus brazos—. La diferencia es que tú amas a uno de nosotros, y al otro solo lo usas como entretenimiento.

Michael se quedó en silencio, apretando los labios.

—¿Y sabes qué, Mike? Soy el tuyo desde que te conocí. Cada día desde que pasaste por esa puerta he sido tu jodido juguete, ¡y lo peor es que estoy bien con eso! No busco entenderte porque no hay manera posible de hacerlo. No te exijo nada además de que no me lastimes, ¡y ni siquiera eso puedes hacer!

—Tú sabías esto —replicó él, sin poder mirarla.

—Pensé que quererme podría hacerte cambiar.

—No sé cuándo vas a entender que no soy un puto ángel caído del cielo, Mercy. No soy lo que buscas, ni lo que quieres. Soy un simple capricho de lindos ojos y tatuajes que no has podido conseguir y por eso sufres.

Mercy, de alguna forma, sintió que hablaba con su hermana.

—Tú no eres mi capricho.

—¿No? —Michael sonrió esta vez, petulante— Pues entérate: tú eras el mío los pasados días. Por eso sucedió todo lo que sucedió. Por eso toda la mierda del corazón roto y yo, intentando que no te desplomaras a llorar.

Entonces el mundo pareció detenerse. La ansiedad era tan intensa que Mercy dejó de sentirse terrenalmente ahí, frente a su mejor amigo. El golpe había sido casi tan fuerte como para tirarla al suelo y terminar partiéndola en pedazos, pero ella seguía completa, de pie, ahí.

—Te odio —dijo Mercy, dándose cuenta tarde de sus mejillas empapadas y de su vergüenza.

Michael no dijo nada cuando la rodeó y tomó su mochila para disponerse a irse, sin antes decir, en medio de un suspiro:

—Lo siento.

—¿Y volvió? —preguntó Frences, a su lado en un banquito de cemento.

—Sí. Al día siguiente.

—¿Y dormiste con él?

—Claramente.

—¿Por qué?

Mercy tardó en responder.

—Sé que es una estupidez, pero supongo que la única cosa peor que estar con él, es no hacerlo. No lo soportaría, Frences.

La rubia la observó por un segundo. Era la primera vez que decía su nombre correctamente.

—Bueno, hoy es tarde de películas —dijo Frences, y Mercy sonrió como una pequeña.

—Cierto.

Esta tarde de películas fue, obviamente, muy diferente a las demás. Mercy se encontraba sentada en un extremo del gran sofá, alejada lo más posible de un Michael sentado en el piso que claramente le prestaba atención a cualquier cosa menos a la película que veían.

—No sé si es más raro que se besen o que no se hablen —dijo Calum, masticando unos Doritos de queso sonoramente.

—Si se hablan. Solo están incómodos con la presencia del otro, momentáneamente —señaló Frences, acurrucada en el regazo de Ashton.

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