Capítulo 18: El guía (editado)

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Cleavon sentía la cabeza palpitar, pero no podía llevar sus manos a sus sienes. Algo había... Lo recordaba. Se había desplomado en el bosque, pero esa ya no era su situación. Cleavon sentía la rigidez de la madera bajo su trasero, y cuando por fin fue capaz de abrir los ojos, había tres pares de estos devolviéndole la mirada.

Estaba atado, y vestido. Pero una estúpida cuerda no podía detenerle, y fue en ese momento, en el que iba a destrozar las cuerdas, cuando ojos grises detuvo sobre su cuello una espada. El hierro empezó a quemar su piel. Su rostro estaba enmarcado con una sonrisa, pero vio detrás de ésta la incomodidad, el miedo. No sabía qué esperar de él. Seguramente fuera el primer fae que veía.

Cleavon intentó pensar un plan rápidamente, cómo matarlos silenciosamente sin alertar a nadie cercano, y fue ahí cuando se preguntó, ¿qué demonios hacía tan cerca de los humanos?

No había podido pensar incluso antes de esa visión, algo, alguien lo había atraído hasta allí. La chica de la visión.

—Pero mirad quién está despierto —Alguien nuevo entró por la puerta, una cuarta persona. Su voz de júbilo lo hizo gruñir antes siquiera de mirar su rostro, y se sintió un tonto por no haber reconocido su voz. Sin embargo, no toda la culpa era suya, ya que hacía años que no la había visto—. Hola, peque.

—Alyssa —soltó su voz en un tono de extrañeza.

Cleavon volvió a evaluar la situación. Estaba atado a una silla, sí, con tres humanos, por lo menos el muchacho y la anciana, con sus obvias orejas redonditas y sin una pizca de magia en su interior. Había una tercera persona, y aunque sus movimientos eran humanos, incluso su manera de mirarle lo era, su abrumadora belleza, y esos azules ojos brillantes lo hicieron dudar, ¿una mestiza? Podía sentir la magia dentro de ella, aunque aún se sentía aturdido.

—Por dios, Rob, quítale eso de encima, por favor —No le ordenó, sino que le pidió ella, lo que lo desconcertó. No parecía estar bajo el dominio de ninguno de ellos, de hecho, parecía muy libre. Él le hizo caso con un bufido, y se guardó la espada al cinto.

Alyssa se colocó al lado del chico, Rob, creyó haber escuchado Cleavon, y apoyó su codo en su hombro, en una pose muy familiar, como si estuvieran acostumbrados a la presencia del otro. Toda la situación le hizo fruncir el ceño, no se sentía correcto. ¿Alyssa los había traicionado?

—¿Qué haces aquí? ¿Por qué estoy atado? ¿Quién me ha vestido? ¿Qué va-

Ella lo detuvo elevando su mano libre, pidiéndole que guardara silencio, y tal vez había sido por el hábito, pero lo hizo en un acto reflejo. Gruñó y ella le puso mala cara, y hasta eso se detuvo.

—Cleavon, ¿puedo soltarte, cariño? —Los apelativos cariñosos le dieron un mal augurio, pero se lo tragó y asintió—. No nos ataques, ¿sí? Ya sabes de lo que soy capaz.

Claro que sabía de lo que era capaz, había sido testigo de ello, aunque no de todo. Alyssa había participado en la guerra de los mundos, hacía ya cientos de años, lo que casi la había matado, pero en donde había aprendido más que en los otros cientos de años de vida en los que estuvo respirando. Su control sobre el fuego era... era como si ella fuese él, y esa imagen le hizo caer en la visión. Debía de haber sido ella... No, cambió rápidamente de opinión. Aunque esa magia de fuego era poderosa, la chica era inexperta. No era ella.

Sus ojos se desviaron hacia una de las desconocidas. Ojos azules no apartaba la mirada de él, pero Cleavon sabía que lo hacía porque no se fiaba ni un pelo. Cleavon compartía lo mismo, pero era diferente. Sus ojos lo atravesaban como dagas, buscando respuestas, pero sentía que algo reptaba a su alrededor, se adhería a él, se enroscaba a su cuerpo, lo examinaba.

Una deuda de sangre (La corte de los desterrados #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora