Capítulo 32: El presente (editado)

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La luz se colaba por las ventanas, y las cortinas se balanceaban por la suave brisa de la primavera. Dani entrecerró los ojos por el brillante sol, y se tapó la boca al bostezar. Aunque tan solo habían estado poco más de una hora, se sentía agotada. No era una buena madrugadora.

Vio que la comida que les había sobrado del desayuno hacía tiempo que se había enfriado sobre las mesas de la biblioteca, y estiró, con un libro casi intacto en su regazo, esos dormidos músculos espatarrados sobre el sillón en el que se hallaba acostada, moviendo de un lado a otro la pierna, y estirando los brazos hacia atrás con las manos unidas y la cabeza apoyada en el reposabrazos. Su cabello, que no se había molestado en recoger y por el cual había recibido unas cuantas miradas reprobatorias, le colgaba desde el apoyabrazos, aunque no llegaba hasta el suelo.

Nunca había sido alguien que disfrutara leyendo, por lo que aunque lo había intentado, no había pasado del primer capítulo. Miró al techo y levantó la pierna hasta que alcanzó su visión, haciendo que las faldas de su vestido se deslizasen hacia abajo y quedasen a la vista sus finas medias ideales para este clima.

Dibujó en su mente los contornos del encaje, y desvió su mirada hacia su derecha. En uno de los sofás, sin ni siquiera prestarle un poco de atención, estaba Nicholas escribiendo. Apoyado en un libro sobre su regazo, dejó que la tinta de su pluma gotease en sus pantalones, manchándolos de negro. Dani se recolocó sentándose bien, lo que atrajo su atención. Dani apoyó la mejilla en su mano.

Tenía el oscuro cabello húmedo de sudor, y aunque le regalaba una sonrisa, los semicírculos oscuros bajo sus ojos y su piel fría, sudada y pálida, no le dejaba disfrutarla. Aunque vestía tan solo con una camisa blanca bajo un chaleco y unos pantalones 3/4, tenía una manta fina rodeándole los hombros.

—¿No quieres salir un rato? —preguntó Dani. Él rió, llevándose uno de los extremos de la pluma a la boca, un tic que no parecía poder evitar, pero que hacía que el otro extremo gotease en su camisa. Era bastante descuidado.

—¿Ya estás aburrida? —preguntó volviendo a bajar la mirada a su papel. Dani chasqueó la lengua y una de las comisuras de su boca se elevó.

—No es eso, pero... te vendría bien algo de sol —le sugirió. La pequeña sonrisa desapareció. Él seguía escribiendo, y Dani pensó que no le iba a responder, pero lo observó dejar la pluma sobre el tintero.

—El médico ha dicho que es mejor que me quede adentro —le contestó, aunque parecía desanimado. Podía que fuese por su culpa—. Que no debo sobreesforzarme y blablabla.

—No lo sabía...

—Te gusta estar ahí fuera, ¿cierto? —Dani solo se encogió de hombros.

—Me crié en el campo... Nos podíamos pasar horas corriendo y jugando, es a lo que estoy acostumbrada... Estar aquí dentro es como...

—Estar atrapada —Dani bajó su mirada avergonzada. No podía mentirle o se daría cuenta—. ¿Y por qué estás aquí entonces?

—Mi padre... Helene... —Él arqueó las cejas sorprendido—. Ambos quieren mantenerme controlada.

—Mi hermana, aunque nunca lo admitiría, te tiene envidia —Dani frunció el ceño. No podía ser verdad—. Tienes lo que nunca consiguió. Albedrío.

—¿Albedrío? —Él asintió.

—¿O cómo pasaste el último año? Hiciste lo que quisiste, tu padre te hizo su heredera... Todos a tu alrededor te escuchan... —No pudo continuar, pues se tapó la boca para evitar toser, aunque no tardaron en hacerse con el control.

—A lo mejor deberías descansar —Él negó.

—Me cuesta dormir, y cuando lo hago, nunca es por mucho tiempo —confesó—. Y tengo que preparar esto para la siguiente reunión.

Una deuda de sangre (La corte de los desterrados #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora