Capítulo 37: Las capacidades mágicas (editado)

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Taissa bostezó esperando pacientemente su llegada a su alcoba, centrando su aguda audición a los pasos al otro lado de la puerta. Hacía ya tres días que su tardía presentación le había hecho desvelarse hasta casi entrada la mañana, hablando durante toda la noche con quien se había presentado como su primo, Isak, y con Cleavon, quien lo había traído hasta ella.

Desde esa noche le había pedido a su padre... No podía evitar echar un suspiro, ya que se sentía tan extraño llamarlo así, que aún no me acostumbraba, aunque de momento, se había ceñido al título de majestad, que no parecía molestarlo. Pero había sido bueno con ella.

Con su aprobación, Isak y Taissa habían pasado las tardes juntos, contándose cachos de sus vidas, deleitándose con historias que parecían de distintos mundos, y debido a su buena relación con el rey, éste le había permitido salir de palacio, no más de una hora, y no sin acompañante, que no incluía a Isak, cuya presencia ya era obligatoria, pero perfecto para su encuentro con el hechicero.

Los latidos de su corazón se aceleraron como tambores inquietos anunciando el avance de las tropas en batalla al escuchar los tintineantes y gráciles pasos de Isak, y con él, los de otra persona más, con pasos danzantes, como si se tambaleara, o como si se moviera de forma serpenteante. Los reconoció al segundo, antes de escuchar su voz.

—Vaya, vaya, Dreid —Su voz sonaba sorprendida y juguetona—. No esperaba verte aquí, como un perro guardián —Taissa lo escuchó gruñir en respuesta, y pudo imaginar a Alyssa levantando los brazos.

—Lárgate —contestó él.

—Lo cierto es que no va a pasar, así que, si pudieras apartarte...

Taissa escuchó el afilado desenvainar de la espada, y decidió cruzar con dos pasos la distancia que le separaba de la puerta y abrirla sin vacilación. Dreid estaba dándole la espalda, frente a ella, encarando a sus dos visitas.

—Déjalos en paz —dijo esperando que le obedeciera.

—Alteza...

—¡Ah, sí! ¡Alteza! —Alyssa le dedicó una pronunciada reverencia, y antes de alzarse, elevó la cabeza y sus ojos chispearon al mirar al guardia. Isak también se inclinó, aunque más sutilmente, y Taissa se sonrojó. Odiaba que lo hicieran. Alyssa entrelazó sus manos a la espalda y preguntó a Dreid—. ¿Dónde está tu etiqueta?

—Alyssa, basta —Ella se cruzó de brazos con una mueca de disgusto—. Y tú, Dreid, guarda eso.

Él suspiró, antes de hacerlo. Se giró, ahora dándoles la espalda a ellos y le dijo —Sabéis que-

—Tengo el permiso del rey, no necesito el tuyo, vamos —Dreid resopló.

Taissa caminaba en medio de Alyssa e Isak, con Dreid siguiéndolos cumpliendo su papel de escolta, dándoles espacio, aunque no se molestaba en ocultar su negativa. Encima que odiaba tener que hacerlo, estaba obligado, o se sentía obligado a no rechazar su puesto a su lado, y sus intentos por hacerle cambiar de opinión básicamente cada día en todo tipo de pequeña decisión la desesperaba. Pero él no se rendía. Taissa supuso que habría deseado darse media vuelta y no volverle a dirigir la palabra, pero aunque aún no estaba reconocida, al rey no le importaba, y la trataba como tal, y todos debían imitarlo.

—¿Cómo está Rob? —preguntó. Le echaba de menos, y era algo que no quería ocultar. De pasar todos los días juntos, hacía demasiados que no lo había visto ni siquiera.

El rey había decidido que era mejor que por un tiempo no los viesen juntos, y que básicamente nadie supiera que estaba allí, lo que en realidad significaba que Rob era un secreto. El secreto del rey. Un humano que no debería estar allí.

Una deuda de sangre (La corte de los desterrados #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora