Dylan se sofocó dando una respiración honda. El sol se había ocultado, por lo que debían de haber pasado horas, y con esfuerzo, intentó erguirse. Apenas podía con su peso. Se fijó en que su mano estaba vendada, pero ya no estaba negra, aunque seguía con un tono pálido y cerúleo, al igual que su hombro y su costado. Pero gracias a dios, la conservaba.
Intentó sacar las piernas de la cama, pero estaba tan agotado, que las piernas le fallaron y cayó estrepitosamente. En la caída, Dylan se llevó consigo una lámpara de aceite que gracias a dios estaba apagada, pero que fue suficiente para que el ruido alertase a quien fuera que hubiese cerca. Cogió uno de los cristales del suelo, escondiéndolo en el bolsillo trasero del pantalón, y otro para observar su reflejo. Era humano... humano.
Suspiró, apoyándose en la cama a su espalda, cuidando de no clavarse el cristal en el culo, y un hombre entró. Pelo castaño canoso y ojos oscuros, debía de ser el tal Milton.
—¿Está bien? —le preguntó ayudándole a sentarse en la cama. Dylan asintió.
—¿Dónde estoy? —La cama era de plumas, las sábanas de seda, la habitación espaciosa, y los muebles parecían elegantes. Armarios de cristaleras con toda clase de frascos dentro. Encimeras con libros e instrumentos como pipetas, agujas, una especie de tubos finos y transparentes, vasos de precipitados, y otros cuyos nombres no conocía.
Seguía con la cabeza algo mareada, pero ya no sentía que podría morirse de un momento a otro. Jamás había pensado que le diese tanto miedo la muerte, pero todavía temblaba de pensar en lo cerca que había estado.
—Está en el instituto de investigación de plagas y enfermedades, bajo la protección de los duques de Lysea, del reino de Sergesh —le explicó —. Justo en la frontera entre Sarandei y Corona.
—¿Los duques de Lysea? —preguntó aturdido.
¿Qué hacen unos duques extranjeros en estas tierras?
—Así es, tome un poco de agua —Le pasó un vaso, y Dylan lo bebió lentamente —. Voy a avisar a la señora de que está consciente. Descanse, por favor, y avisaré a una sirvienta para que venga a recoger esto.
Dylan lo vio marchar y decidió que no necesitaba el cristal, tirándolo al suelo con los demás. Apoyando un brazo en la cama, caminó hacia el único espejo de cuerpo y se miró en éste, que sería más útil que un trozo de vidrio.
El cansancio era palpable en su rostro, con ojeras oscuras y una palidez resaltable. Pero se lo esperaba.
Estaba de cintura para arriba desnudo, aunque las vendas tapaban gran parte de su pecho, vendas que se empezaban a ver un poco sucias. Le dolía mover el hombro derecho, o usar esa mano por obvias razones, pero esperaba no tener que esperar mucho a que se curasen.
Se dejó caer sobre la cama, emitiendo un quejido dolor por el movimiento brusco, y tocaron a la puerta. Una mujer, de unos treinta y tantos años, bajó la mano de la puerta.
—Buenas —dijo.
—¿Sois vos lady Merigold? —preguntó.
—Así que os han dicho mi nombre —Dylan asintió —. Pues así es, uno de mis criados os encontró en este estado lamentable cuando estaba con mi hijo en el pueblo, y al saber quién erais, os trajo hasta aquí.
—¿Al saber quién soy? —Ella asintió.
—Vimos los ropajes con el escudo de Tirsell, y hemos oído hablar de vos, milord.
—Gracias por ayudarme —le dijo de corazón.
—Casi morís, ¿sabéis? —Dylan asintió —. No sabía a quién llamar, pero confiaba en que os recuperaseis y os despertarais, no he avisado a nadie.
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Una deuda de sangre (La corte de los desterrados #2)
FantasíaSaga "Crónicas de los desterrados" Libro 2. Tras los acontecimientos en "El grimorio robado", el equipo se ha separado. Taissa, Rob y Alyssa están en Buntland, la tierra natal de ellas dos, y Dylan, Dani y Chris se han quedado en Cryum. Además, la...