Capítulo 33: Un salto de fe (editado)

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Un mayordomo, que esperaba su entrada a palacio, los hizo de guía. Eran escoltados con un trato que aunque podía ser mejorable, era aceptable, sobre todo si una de las mujeres que los acompañaba, con cabello y ojos azules, era quien decía ser. Pero debía serlo. Era algo que ahora Cleavon no podía negar, no con lo que había sentido al tenerla cerca, o la marca que su presencia había pintado en su piel. Un juramento hecho por sus antepasados, como leales servidores de la monarquía fae. Un juramento un tanto estúpido, que Cleavon jamás habría hecho, pero que los encadenaba. Era un hecho, sin más.

Oyeron una exclamación y Cleavon observó a un joven que conocía mejor que a sí mismo. Con el cabello blanco desordenado, se acercó para encontrarles a mitad de camino con pasos rápidos. Cleavon intentó desviarse del grupo, pero detrás de él, un guardia se lo impedía, agarrándole por detrás del cuello de la chaqueta. Cleavon lo miró mal. Los oscuros ojos de Isak le preguntaron qué pasaba antes de llegar hasta ellos. Otro maldito guardia intentó impedirle el paso, interponiendo entre ellos la lanza que usaba de arma.

Cleavon vio a Isak hundir el ceño, y previo lo que iba a pasar cuando la vena del cuello se le hinchó. Cleavon pensó que no le habría gustado ser el otro.

—¡¿Quién demonios crees que eres?! —gritó enfadado, sujetando la lanza y tirando de ella al lado contrario de donde apuntaba para que no le impidiera reducir la ya reducida distancia que los separaba.

—Isak-

—Alteza, tenemos órdenes-

—¡Me la sudan vuestras órdenes! —dijo casi gruñendo para abrir sus brazos hacia Cleavon y darle un abrazo brusco, apretado, ocultando su rostro en su cuello, y acariciando su hombro suavemente con su nariz. Cleavon correspondió a su abrazo, mientras sentía como todos se detenían a su alrededor. O tal vez era la sensación de tenerlo tan cerca, de sentir su corazón latiente tan cerca del suyo. Se separó lentamente de él, sin soltarle—. ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde has estado? Te he estado buscando por todas partes, ¡todas!

—Alteza —escuchó decir a su derecha. Diarmuid se inclinó ante la presencia del príncipe, aunque brevemente. Solo era una formalidad, una cortesía—, mis disculpas, pero su majestad nos ha convocado.

—¿El rey? —preguntó mirándolo escéptico. Este asintió—. ¿Por qué?

Cleavon no pudo evitar echar una mirada a Taissa, quien se removía inquieta y algo incómoda. Cleavon supuso que no debía querer darle la cara a él también ahora, con todo lo que tenía encima, porque se giró dándole la espalda.

—Es complicado —dijo Cleavon, sin saber si era correcto darle la información que sabía. De ser cierto, podrían ser familia, más o menos—. Luego te lo cuento —susurró rápidamente sin que se diesen cuenta.

—Quiero ir con vosotros —dijo. Dreid dio un paso hacia ellos.

—Es una conferencia privada, alteza —A Isak no le gustó cómo sonaba eso.

—Me da igual, soy su sobrino —objetó.

—Esta vez es diferente —respondió Dreid seriamente.

Isak lo miró cuidadosamente, sospechando que algo pasaba. El rey, desde hacía ya años, había sido poco más que una figura deambulante en palacio. Dejando todas sus responsabilidades en el consejo mayor, acudiendo solo a las fiestas para quedar en poco rato presa de la borrachera entre otras adicciones. El resto del tiempo lo aprovechaba en sus aposentos, según había escuchado, con compañías que diferían según el día. No era ningún secreto.

Cada uno había lidiado con el dolor de una manera diferente, y Cleavon supuso, que cuando se era rey, cuando tu estómago podía permanecer lleno aunque no te deslomaras trabajando, y no perdías el sueño con la incerteza de si el mes siguiente tendrías un techo sobre tu cabeza, era lo normal.

Una deuda de sangre (La corte de los desterrados #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora