Capítulo 27: La frontera (editado)

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Con parte del camino ya realizado, y los peores bosques ya atravesados, Dylan no tardó más que unas seis horas en llegar a su destino. El carruaje lo dejó en frente del campamento y de sus numerosas tiendas apostadas. El conductor sabía a donde debía dirigirse ahora, así que se no le dio ninguna indicación mientras bajaba del carruaje y estiraba los músculos un poco, que se habían quedado algo dormidos en el largo viaje.

No había comido nada desde la mañana, y su saludable hábito de comidas hacía que casi se estuviera desmayando en el camino. No estaba acostumbrado a pasar hambre, y era algo que lo avergonzaba, ya que él podía tener lo que quisiera cuando quisiera, y otros no.

Tosió cuando se metió entre las tiendas, que estaban colocadas a apenas unos metros unas de otras. El aire olía a shaydd, y Dylan se preguntó cómo nadie todavía había prohibido su uso en el campamento, por lo menos.

Era solo una droga más, pero que circulaba en los mercados cada vez más rápido, sobre todo por los de la parte oeste, donde estaban las tabernas y burdeles. Había sido solo desde hacía unos meses que había entrado a sus fronteras, pero la velocidad con la que se esparcía era peligrosa.

Mientras Dylan veía a los soldados, pudo comprender el por qué la consumían, con sus expresiones de bienestar, euforia, con una mayor recepción del humor, bueno o malo. Aparte del libido en aumento, lo que también beneficiaba a las prostitutas.

Se abrió paso y poco a poco dejó atrás el humo y las risas, hasta llegar a las tiendas de los oficiales superiores. Buscó la que tuviera su emblema, y entró en esa con un suspiro de alivio, contento de poder ver a su padre. Primero lo vio de espaldas, con el cabello castaño claro canoso cortado casi a ras y vestido en un uniforme militar.

—¡Encuéntralo! —gritó a otro hombre—. ¡Me da igual cómo!

—¿Papá? —preguntó y él se giró de forma brusca hacia él, y su ceño fruncido se suavizó.

—Déjanos —le dijo al soldado, que se inclinó y obedeció. Cuando por fin salió de la tienda, su padre se acercó a él con pasos tan grandes como zancadas, y sus brazos lo rodearon en un abrazo. Dylan le correspondió, ya que casi no lo había vuelto a ver, y se alegraba de poder estar a su lado. El abrazo no duró mucho—. ¿Dónde demonios te habías metido? Llevo esperándote días, pensé que te había pasado algo.

—Y me pasó —dijo, haciendo que frunciera el ceño. Dylan se levantó la camisa enseñándole los vendajes y explicó—. Una asesina en el bosque... casi no lo cuento, padre —Su expresión se vio preocupada.

—¿Una asesina? —preguntó.

—Una flecha en el omóplato, un cuchillo en el costado y una daga en la mano —dijo quitándose el guante, y dándose cuenta de que empezaba a coger un color rojizo, ya que la herida no se había cerrado del todo, y se le abría cada vez que hacía algún movimiento brusco. Aunque normalmente se habría curado en poco tiempo, su cuerpo estaba exhausto y no sabía cuánto tardaría—. Así que sí, lo era.

—Espero que ella quedara peor.

—Eso es lo peor, que solo era una chiquilla y casi me mata, y yo a ella.

—Ya he advertido varias veces a la corte —se quejó—, pero no hacen nada.

Seguramente porque era Helene quien los financiaba, pero no era algo que fuera a decirle. O que llevaba armas con su emblema. Sinceramente, Dylan no sabía lo que su padre habría hecho si poseyera esa información. Seguramente intentar asesinarla, y había que tener la cabeza fría sí querían vencer.

—Helene quiere alejarme del castillo —le dijo mientras se sentaba en una de las sillas de madera y se echaba una copa de vino—. Por eso me ha mandado aquí, a "reunir información" y "liderar las fuerzas".

Una deuda de sangre (La corte de los desterrados #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora