XVII

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Guarda silencio, inútil.

Ordenó Suga antes de golpear el rostro de aquel hombre sin piedad alguna.

Jamás obedeceré tus órdenes, maldito inepto — escupió el hombre sintiendo el gusto a sangre en su boca —. Me importa un carajo quién seas, no me rendiré ante ti jamás.

RM rodó los ojos antes de patear con fuerza su estómago. El tal D'Angelo parecía no tener escrúpulos a pesar de la situación en la que se encontraba.

Cierra ya la boca, no tienes por qué seguir haciéndote el valiente — susurró el más alto —. Te hemos capturado y el jefe terminará contigo.

El hombre de la camisa blanca manchada de aquel rojo carmesí rio por lo bajo a pesar del dolor que invadía su cuerpo.

¡Pues traigan al marica de V justo ahora! ¡Pueden ir y decirle que he dejado de temerle!

Exclamó, pero la mentira en su voz era evidente.

Vendrá, tranquiliza tus ansias.

Se burló el hombre de piel porcelana.

Aunque... yo no estuviera tan ansioso si me encontrara en tu situación.

El hombre se mantenía de rodillas en el centro de la habitación. Su rostro estaba cubierto de sangre y su circulación comenzaba a tener problemas gracias a las sogas que ataban sus extremidades. Frunció el ceño, la música reproducida por la pequeña grabadora en una de las esquinas de la habitación lo estaba sacando de quicio.

Mantuvo un semblante serio durante un buen rato, pero no pudo evitar sentirse intimidado cuando las puertas se abrieron de par en par.

Era él.

¡D'Angelo, querido! — lo saludó con aquel tono burlón que tanto odiaba — ¡Tanto tiempo sin verte!

Chúpamela.

Se atrevió a decir antes de escupir en sus zapatos importados.

Bueno, eso te gustaría.

Se burló antes de dar una pequeña patada al aire sólo para deshacerse de la sangre en sus blancos zapatos.

Haces esto bastante largo — murmuró — ¿No puedes matarme de una vez?

El capo rio por lo bajo antes de ponerse en cuclillas justo frente a él, quedando así a la misma altura.

La última vez que te vi, deseé no volver a ver tu asqueroso rostro una vez más.

Sujetó la barbilla de aquel hombre, retándolo con la mirada.

Te dejé ir porque creí que te había quedado claro. Pensé que eras lo suficientemente inteligente como para entender que no debías volver a meterte conmigo.

Dicho aquello, lo soltó y se puso de pie de nuevo, dándole la espalda esta vez.

Quería matarte con mis propias manos, pero después de haber visto tu patético rostro... — confesó mientras sacaba del bolsillo interior de su saco una hermosa rosa blanca — descubrí que no vale la pena ensuciar mis manos con tu sangre.

V sonrío con malicia mientras caminaba hasta la esquina de la habitación.

Te deseo una buena morte celestiale, D'Angelo.

Y cuando dejó la rosa en el mueble, supo que aquel no sería un buen final para él.

Dejó de respirar cuando notó que los dos aliados de V se quitaban el saco, quedando sólo con sus camisas blancas.

Morte celestiale, él había escuchado de eso antes.

¡V, espera! — sollozó, muerto de miedo — ¡No me mates así, por favor!

Su cuerpo empezó a temblar cuando notó que RM se dirigía a un mueble en la esquina contraria y se sintió consternado al ver que sacaba una sierra eléctrica de su interior.

Debiste mantenerte al margen, D'Angelo.

Susurró antes de que RM cargara la sierra y se dirigiera al cuerpo de aquel hombre.

¡V, por favor!

Y lo único que pudo escuchar después de aquello fueron los gritos de dolor del hombre, quien se lamentaba por todo lo que había hecho mientras era mutilado por sus aliados.

Y V salió de la habitación, no sin antes subir al máximo el volumen de su vieja grabadora.

Omertà - Vmin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora